“Que se vayan todos, Congreso
y Gobierno”, arenga que se escucha cada vez con mayor fuerza en los últimos días. Efectivamente, la última
encuesta publicada por GfK muestra que el 78% de los peruanos desaprueba el
desempeño del Congreso de la República y que el 61% de los peruanos se inclina
hacia su disolución. Al interior del Congreso, la moción de vacancia
presidencial fue aceptada con más de 90 votos (siendo necesarios solamente 48)
y el 57% de peruanos considera que PPK debe dejar el gobierno.
La crisis presidencial es
visible; sin embargo, hay un tipo de crisis, una profunda e incluso más
peligrosa, por la inestabilidad estructural que esta conlleva, que no está
siendo discutida ni política ni académicamente. La crisis del sistema
democrático que está evidenciándose una vez más no es resultado de la posible vacancia
presidencial, o por el asalto cometido contra las instituciones formales, como
lo son el Tribunal Constitucional y la Fiscalía de la Nación, sino por la falta
total de representación política que se está haciendo evidente.
Este problema de
representación no se reduce al sistema electoral. No es una cuestión de
votantes o curules. La apuesta democrática y, por extensión, el mecanismo de
representación, es resultado de la habilidad de poder construir pesos y
contrapesos y, por tal, resultado de la composición de una sociedad organizada,
informada, libre y vigilante, y la posibilidad de que los partidos políticos
puedan generar mecanismos que recojan las necesidades y demandas del sector
social que buscan representar. Este tipo de mecanismos son los que constituyen
un sistema de representación democrático donde el sistema electoral es
solamente una de las tantas herramientas que se dispone para lograr canalizar y
expresar, en un momento dado, un tipo de expectativas y preferencias.
Sin embargo, cuando el sistema
democrático se limita solamente a un ejercicio electoral los resultados generan
vacíos, vacíos que son expresados en forma de descontento e insatisfacción. No
es casualidad que el Perú ocupe el penúltimo lugar de satisfacción democrática,
superando solamente a El Salvador, según el Latinobarómetro.
En un país cuya experiencia
democrática es vacía de representación política efectiva y donde no se ha
podido plantear un balance de poderes ni el ejercicio vigilante producto de una
sociedad organizada, la primera reacción ante la crisis es, de hecho, el juego
del todo o nada. Sobre ello, frente a esta nueva crisis, se tiene, básicamente,
dos grandes posturas. La primera, esgrimida dentro del Legislativo, donde se busca una
alternativa a la actual crisis a través de una lectura politizada, y no
necesariamente legalista, de la Constitución y una segunda postura, producto de
la primera y legitimada por más del 60% de la población, que se adelanten las
elecciones parlamentarias.
La última vez que se vivió un
escenario parecido, donde lo político logró legitimarse por encima de lo legal,
nos condujo a nuestra última experiencia dictatorial, con Alberto Fujimori, en 1992. Luego de veinticinco
años, el fujimorismo nuevamente está llevando el ejercicio político hacia el
límite, por encima de lo legal, sin oposición ni fuerzas institucionales que logren
frenar dicha arremetida. Desde la caída del régimen dictatorial fujimorista, e
instalado el gobierno de transición de Valentín Paniagua ¿qué se ha aprendido
en estos diecisiete años de precaria democracia? La movilización e indignación
han demostrado ser insuficientes para enfrentar el abuso autoritario, a pesar de
que la teoría clásica se esfuerce en señalar a los partidos políticos y a la
sociedad civil como los encargados de garantizar el sistema democrático. En el
Perú donde los primeros son parte del problema y donde la segunda es muy
precaria, casi inexistente, ¿qué formas, qué mecanismos, utilizar?
Es evidente la incertidumbre
que genera el no saber si PPK permanece o logra ser vacado, o la presión
ejercida contra la posibilidad de un Ejecutivo liderado por Martin Vizcarra o
Mercedes Aráoz, o la posibilidad de elecciones adelantadas o el riesgo de una
coyuntura constituyente. Sin embargo, es necesario enfatizar que esta
incertidumbre es, finalmente, resultado de una profunda crisis del sistema democrático.
No se puede seguir pretendiendo que la democracia se vive y goza solamente
porque hay elecciones libres cada cierto tiempo. Estamos ante una realidad que
por fin ha logrado superar la teoría y llama a ser cuestionada e interpelada
desde todos los ámbitos sociales. La ficción democrática por fin se ha
revelado.