El individualismo es una fuerza de innovación y autonomía, pero cuando
no se orienta hacia el interés general, hacia formas de organización colectiva, se convierte en un factor de fragilidad social. Y es así como se vive en
nuestro país. El
predominio de la acción aislada debilita las redes comunitarias e
institucionales, tanto en el campo como en las zonas urbanas. Como consecuencia de ello, se idealiza mal a los llamados emprendedores y se avala la lógica del
“sálvese quien pueda”.
Esto tiene graves consecuencias, tanto en la vida cotidiana como en la
estabilidad a largo plazo. Las salidas individualistas, que se traducen en
falta de coordinación colectiva, nos impiden dar una respuesta rápida y eficaz
ante emergencias. Lo hemos vivido repetidamente en momentos de crisis.
Recientemente con la pandemia, pero antes en epidemias, ocurrencia del Fenómeno de El Niño o procesos post terremoto, ya hemos visto que la acción individual no
basta y que sin una estructura colectiva que organice los recursos, comunique
con claridad y ejecute medidas comunes, los efectos negativos se multiplican y
potencian.
No podemos olvidar la primera etapa de la pandemia de COVID-19. A falta
de una estrategia comunitaria clara, las mayorías urbanas, sin ingresos formales
ni redes de soporte barrial, rompieron las cuarentenas por necesidad. La
descoordinación entre el gobierno central y las autoridades locales, sumada a
la desconfianza institucional, debilitó la efectividad de las medidas. El
resultado: uno de los índices de mortalidad más altos del mundo.
Más recientemente, en 2023, la crisis climática provocada por el ciclón Yaku evidenció de
nuevo esta carencia. En Lima y el norte del país, las lluvias causaron serios
desbordes y colapsos de infraestructura básica. Sin organización vecinal sólida
ni coordinación efectiva entre municipios y Defensa Civil, muchas familias lo
perdieron todo.
Hoy, cuando los ciudadanos se desentienden del bien común y el Estado capturado por una coalición autoritaria y mafiosa actúa sin control social, se genera un nuevo ciclo de precariedad.
Servicios esenciales como salud, educación básica, transporte público o gestión
ambiental se deterioran sin que nadie haga nada. La falta de organización
ciudadana para exigir el mantenimiento y ampliación de los sistemas de agua y
saneamiento, así como de los sistemas de riego, ha agravado la crisis hídrica en varias regiones del Perú, especialmente en zonas como Ica o Arequipa. Del mismo modo, los bajos niveles de participación colectiva en temas
educativos complican la fiscalización y la mejora de los colegios públicos, con
graves brechas de calidad docente, infraestructura y conectividad. En salud, la
escasa colaboración ciudadana en campañas de vacunación o prevención ya ha
generado brechas peligrosas. Las tasas de vacunación infantil han descendido por debajo del límite necesario para proteger contra enfermedades
erradicadas como el sarampión y la tos convulsiva.
Sin espacios donde los ciudadanos se encuentren, escuchen y negocien, lo
que crece es la desconfianza y la fragmentación social que facilitan la ineficiencia del
Estado y la arbitrariedad de la clase política. En contextos como el peruano, donde la confianza en las instituciones
es muy baja o inexistente, fomentar espacios de organización
ciudadana no es un lujo de
ONG, sino una necesidad y una obligación urgente para la estabilidad
democrática y el bienestar común. ¿Quién exige rendición de cuentas en su municipio? ¿Quién fiscaliza los presupuestos participativos?¿Quién se une a una asociación barrial que no sea por
puro interés inmediato? Las redes sociales, más allá de sus virtudes, nos
están mostrando que lejos de unir, amplifican la distancia social: cada quien
vive encerrado en la burbuja de su celular, repitiendo lo que quiere ver y oír,
rechazando al que piensa diferente, imaginando que alguien ¿? se está ocupando
del bien común.
No se trata de idealizar, toma tiempo, esfuerzo y paciencia. Pero no
conocemos otra forma para sostener viva la democracia, avanzar hacia una
economía menos injusta y una sociedad menos cínica. No basta con indignarse en
redes sociales ni con votar cada cinco años.
Recordemos que, en muchas zonas del país, principalmente en comunidades
rurales, la acción colectiva sigue viva. Quizá lo
urgente hoy sea aprender de quienes aún entienden que vivir en sociedad es más
que coexistir: es construir juntos. Debemos recuperar el NOSOTROS y eso empieza
en lo pequeño: en la asamblea del barrio, en el comité de agua, en la escuela
donde estudian nuestros hijos e hijas, en los centros de trabajo, en las
organizaciones de las mujeres de los barrios.
desco Opina - Regional / 4 de
julio de 2025
descoCiudadano
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