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Acostumbrados a la mediocridad

En algo más de un mes el gobierno del presidente Castillo cumplirá un año ocupando el poder Ejecutivo. Totalmente desgastado, no aparece más como un gobierno novedoso que ofrece esperanzas de una gestión, ni siquiera mediocre, del país. A esa derrota de la expectativa por avanzar y tener un destino mejor se suma, circunstancialmente, una derrota deportiva que nos deja fuera del campeonato mundial de futbol y que no se ha expresado en ningún descontento adicional con los políticos en el gobierno.

La marcada polarización no se ha atenuado y no se perciben aportes de la clase política que apunten a mejorar la gobernabilidad en función de lograr mejores condiciones de vida para los peruanos. La inestabilidad continua con fuerza. Es una época de intransigencias, donde la política entendida como negociación está desprestigiada. La mala calidad de nuestros políticos añade sombras a este escenario.

El vivir el «día a día» se reafirma así como parte de nuestra identidad, y contagia por cierto, todas las dimensiones de la vida pública y privada de las grandes mayorías, desprovistas de un empleo digno, de servicios básicos o de educación con mínimos de calidad. Eso, por no mencionar la larga lista de carencias en otros ámbitos como la agricultura, la vivienda y la salud. La lógica de la informalidad y la opacidad de un grupo mayoritario de congresistas que pretenden permanecer en sus cargos, pareciera señalar que esta situación se prolongará por un tiempo indefinido y las posibilidades de alcanzar un consenso mínimo están todavía muy lejos.

La lista de enfrentamientos entre poderes e instituciones públicas es cada vez más amplia e infructuosa. Casi todos los peruanos y peruanas coinciden en que, tanto el Ejecutivo como el Legislativo, se han entrampado en un enfrentamiento vano, y viven en medio de una situación incierta que se prolonga. El afán por entorpecer la acción del otro o por preservar intereses conservadores y negocios oscuros o incrementarlos, es lo único que queda claro en este escenario de confrontación entre ambos poderes

Los enfrentamientos entre las derechas del Congreso y el presidente de la República en su afán por vacarlo se expresan de múltiples maneras como, por ejemplo, el propósito de vacar prestamente a la vicepresidenta Dina Boluarte por una infracción constitucional discutible. También destaca el enfrentamiento entre el Jurado Nacional de Elecciones y varios de los partidos del Congreso cuyos dirigentes mostraron su incapacidad para inscribir a buena parte de las listas de sus candidatos para los próximos comicios regionales y municipales Más recientemente, se añadió, a propósito de la próxima elección del Defensor del Pueblo, el intento de desacato del Congreso a una orden judicial que confronta también a dos poderes del Estado en medio de su escasa capacidad para negociar y asumir sus propias responsabilidades. Un nivel muy alto de desorden e improvisación que hace más difícil la situación general del país.

La consigna «que se vayan todos» compite con la crecida resignación y la disposición que mostramos a aceptar la ecuación que suma incapacidad, mediocridad y corrupción, que caracteriza la vida política institucional del país; sin verdaderos partidos políticos ni liderazgos sólidos con proyectos colectivos de mediano o largo alcance, como parte del paisaje nacional. 

El alejamiento de la pandemia y la innegable disminución de los peligros del COVID-19 en el escenario sanitario, nos trasladan ahora a una nueva situación que se define por el proceso inflacionario interno, una contagiosa crisis económica internacional y un país que rechaza el trabajo parlamentario tanto como el del gobierno, sin que se genere mayor reacción de la ciudadanía acostumbrada por la informalidad a tolerar todo tipo de mediocridad, como en el caso del empleo informal, la educación universitaria «bamba» y de pésima calidad y las estafas recurrentes desde los sectores público y privado. Para la opinión pública esta nueva forma de país en el que la inestabilidad pareciera ser lo único constante y sólido de la política peruana es la «nueva normalidad».

En medio de este panorama carente de liderazgos, hay que señalarlo también, la izquierda real ha desaparecido como un actor propositivo del escenario nacional, y lo que se espera de las elecciones regionales y municipales del mes de octubre es que sus resultados, como ha sido durante los últimos procesos, encumbren a las fuerzas locales que en abrumadora mayoría son la expresión de más informalidad en política que nos lleva a seguir en la indefinición, la incertidumbre y la instalada mediocridad.


desco Opina / 17 de junio de 2022

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