desco Opina / 11 de julio de 2025
desco Opina / 11 de julio de 2025
El individualismo es una fuerza de innovación y autonomía, pero cuando
no se orienta hacia el interés general, hacia formas de organización colectiva, se convierte en un factor de fragilidad social. Y es así como se vive en
nuestro país. El
predominio de la acción aislada debilita las redes comunitarias e
institucionales, tanto en el campo como en las zonas urbanas. Como consecuencia de ello, se idealiza mal a los llamados emprendedores y se avala la lógica del
“sálvese quien pueda”.
Esto tiene graves consecuencias, tanto en la vida cotidiana como en la
estabilidad a largo plazo. Las salidas individualistas, que se traducen en
falta de coordinación colectiva, nos impiden dar una respuesta rápida y eficaz
ante emergencias. Lo hemos vivido repetidamente en momentos de crisis.
Recientemente con la pandemia, pero antes en epidemias, ocurrencia del Fenómeno de El Niño o procesos post terremoto, ya hemos visto que la acción individual no
basta y que sin una estructura colectiva que organice los recursos, comunique
con claridad y ejecute medidas comunes, los efectos negativos se multiplican y
potencian.
No podemos olvidar la primera etapa de la pandemia de COVID-19. A falta
de una estrategia comunitaria clara, las mayorías urbanas, sin ingresos formales
ni redes de soporte barrial, rompieron las cuarentenas por necesidad. La
descoordinación entre el gobierno central y las autoridades locales, sumada a
la desconfianza institucional, debilitó la efectividad de las medidas. El
resultado: uno de los índices de mortalidad más altos del mundo.
Más recientemente, en 2023, la crisis climática provocada por el ciclón Yaku evidenció de
nuevo esta carencia. En Lima y el norte del país, las lluvias causaron serios
desbordes y colapsos de infraestructura básica. Sin organización vecinal sólida
ni coordinación efectiva entre municipios y Defensa Civil, muchas familias lo
perdieron todo.
Hoy, cuando los ciudadanos se desentienden del bien común y el Estado capturado por una coalición autoritaria y mafiosa actúa sin control social, se genera un nuevo ciclo de precariedad.
Servicios esenciales como salud, educación básica, transporte público o gestión
ambiental se deterioran sin que nadie haga nada. La falta de organización
ciudadana para exigir el mantenimiento y ampliación de los sistemas de agua y
saneamiento, así como de los sistemas de riego, ha agravado la crisis hídrica en varias regiones del Perú, especialmente en zonas como Ica o Arequipa. Del mismo modo, los bajos niveles de participación colectiva en temas
educativos complican la fiscalización y la mejora de los colegios públicos, con
graves brechas de calidad docente, infraestructura y conectividad. En salud, la
escasa colaboración ciudadana en campañas de vacunación o prevención ya ha
generado brechas peligrosas. Las tasas de vacunación infantil han descendido por debajo del límite necesario para proteger contra enfermedades
erradicadas como el sarampión y la tos convulsiva.
Sin espacios donde los ciudadanos se encuentren, escuchen y negocien, lo
que crece es la desconfianza y la fragmentación social que facilitan la ineficiencia del
Estado y la arbitrariedad de la clase política. En contextos como el peruano, donde la confianza en las instituciones
es muy baja o inexistente, fomentar espacios de organización
ciudadana no es un lujo de
ONG, sino una necesidad y una obligación urgente para la estabilidad
democrática y el bienestar común. ¿Quién exige rendición de cuentas en su municipio? ¿Quién fiscaliza los presupuestos participativos?¿Quién se une a una asociación barrial que no sea por
puro interés inmediato? Las redes sociales, más allá de sus virtudes, nos
están mostrando que lejos de unir, amplifican la distancia social: cada quien
vive encerrado en la burbuja de su celular, repitiendo lo que quiere ver y oír,
rechazando al que piensa diferente, imaginando que alguien ¿? se está ocupando
del bien común.
No se trata de idealizar, toma tiempo, esfuerzo y paciencia. Pero no
conocemos otra forma para sostener viva la democracia, avanzar hacia una
economía menos injusta y una sociedad menos cínica. No basta con indignarse en
redes sociales ni con votar cada cinco años.
Recordemos que, en muchas zonas del país, principalmente en comunidades
rurales, la acción colectiva sigue viva. Quizá lo
urgente hoy sea aprender de quienes aún entienden que vivir en sociedad es más
que coexistir: es construir juntos. Debemos recuperar el NOSOTROS y eso empieza
en lo pequeño: en la asamblea del barrio, en el comité de agua, en la escuela
donde estudian nuestros hijos e hijas, en los centros de trabajo, en las
organizaciones de las mujeres de los barrios.
desco Opina - Regional / 4 de
julio de 2025
descoCiudadano
El gran escollo para
formular mínimamente un sistema de cuidados en el Perú es la transformación de
la noción imperante de paternidad, algo palpable incluso en la legislación,
que, aparentemente, debiera ser un factor decisivo para el cambio.
Las leyes 26644 y 29409
que otorgan el derecho a la licencia por maternidad y por paternidad, no consideran un
enfoque de género,
refuerzan el rol de la mujer como cuidadora y no permiten que las madres
trabajadoras coordinen sus responsabilidades familiares y laborales.
Específicamente, la ley
29409 establece el derecho del trabajador de la actividad pública y privada,
incluidas las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional del Perú, a una licencia
remunerada por paternidad, por diez días, en caso de alumbramiento de su
cónyuge o conviviente, a fin de promover y fortalecer el desarrollo de la
familia.
Para algunos
consultores,
dicha ley no solo ofrece un plazo limitado para el descanso del padre
trabajador, sino que además, establece una diferencia de trato económico frente
a la licencia por maternidad: mientras ésta última es asumida por EsSalud, la
de paternidad corre a cargo del empleador.
Más aún, se legisla
sobre una situación ideal, en la que no se contempla explícitamente aquellos
casos de padres adoptivos, solteros o no convivientes. En la práctica, estos grupos
parentales están sujetos a las interpretaciones favorables o a las políticas
internas de las empresas más formales y grandes. Por otro lado, la norma no
establece un criterio claro sobre cómo calcular la remuneración durante esos
días y, en ese sentido, muchas empresas consideran el sueldo básico excluyendo
las comisiones o pagos variables, lo que puede significar casi la mitad del
ingreso perdido para el trabajador.
Más allá de la
adecuación normativa, que dicho sea de paso, es más que insuficiente, los factores decisivos
que definen la continuidad del problema, se manifiestan en otras dimensiones. Por
ejemplo, según encuestas recientes, más del 50% de los
peruanos aún cree que las mujeres deben priorizar las tareas del hogar sobre
sus propios proyectos personales, reduciendo la participación activa de los
padres en la crianza.
El resultado de esta
percepción es que las mujeres peruanas dedican
más del doble del tiempo que los hombres a labores domésticas y de cuidado. Es decir, pese a que
se han producido avances hacia una distribución más equitativa de estas
responsabilidades, la carga de trabajo doméstico sigue recayendo
desproporcionadamente sobre las mujeres, lo que limita el tiempo disponible
para el trabajo remunerado o el desarrollo personal.
A ello debe sumarse la
raigambre de los prejuicios empresariales, que consideran el embarazo y la
licencia como un “sobrecosto” laboral, lo cual se traduce en discriminación
indirecta, especialmente hacia las mujeres.
Otra cuestión central,
pero poco debatida, es que más del 60% de los hogares con hijos menores de 18
años está liderado por madres
solas.
Incluso cuando el padre está presente, no siempre ejerce un rol activo o
afectivo.
También debe
consignarse el limitado acceso a los programas de formación. Aunque existen
iniciativas como “Hombres por la Igualdad” del programa Warmi Ñan, que buscan
deconstruir estereotipos y promover nuevas masculinidades, su alcance aún es
limitado.
Ante esta situación, se
está considerando la necesidad de ampliar la licencia de paternidad, como se hace en
Islandia,
para fomentar el involucramiento desde el nacimiento. En esa dirección, todo
parece indicar que las campañas nacionales de sensibilización, al estilo de MenCare, permiten obtener
buenos resultados. Otros mecanismos son los talleres comunitarios para hombres,
que se implementan con
éxito en Chile
o el programa Pai
Presente,
en Brasil, que facilita el reconocimiento legal de la paternidad y promueve el
vínculo afectivo entre padres e hijos, especialmente en contextos de abandono o
separación.
Como vemos, abundan las
experiencias que podríamos adaptar en nuestro país. Lo que necesitamos, entre
otras iniciativas, es voluntad política, especialmente para mejorar la medición
y visibilización del trabajo no remunerado; aumentar la inversión pública en
infraestructura de cuidados, fundamentalmente en guarderías, centros de día
para adultos mayores, y redes de apoyo domiciliario; aplicar herramientas, como
las desarrolladas por ONU Mujeres y la OIT, para estimar déficits de cuidado,
costos de inversión y beneficios económicos; incentivar a empresas a ofrecer
servicios de cuidado, horarios flexibles y corresponsabilidad familiar.
desco Opina / 27 de junio de
2025
Huancavelica ha dejado de figurar entre los cinco departamentos
más pobres del país. La noticia marca un hito histórico para una región que
durante décadas encabezó ese ranking de desigualdad. En 2024, la pobreza
monetaria se redujo en 6.1 puntos porcentuales, pasando del 39.5% al 33.4%,
ubicando a Huancavelica como la segunda región con mayor reducción relativa. Este
avance guarda relación con la significativa movilización de inversión, tanto
pública como privada, que se dio en la región. Así en 2024, el Gobierno
Regional alcanzó una ejecución
presupuestal del 97.5%.
Inversiones como la carretera Huancavelica–Rumichaca, el relanzamiento del Tren
Macho, la reactivación de hospitales emblemáticos como el Departamental
de Huancavelica y la modernización de colegios
emblemáticos, son obras que pueden colocar a la región en una dinámica de
mayor visibilidad y posicionamiento en la agenda nacional. Sin embargo, este
esfuerzo aún no se traduce de forma palpable en la vida diaria de la mayoría de
las familias huancavelicanas.
El problema de fondo sigue siendo estructural: más del 90% de la
población pobre trabaja en condiciones de informalidad y casi el 60% de la PEA
se concentra en el sector agropecuario, usualmente vinculado a la venta
de materias primas sin valor agregado. Huancavelica sigue siendo una región
esencialmente materioprimaria, con una economía rural fragmentada, escasa
asociatividad y limitada articulación con mercados. Y si bien la inversión en
infraestructura es clave, no basta. No se trata solo de construir carreteras,
sino de garantizar que estas conecten efectivamente con circuitos económicos
locales, con cadenas de valor activas, con centros de acopio o transformación.
De lo contrario, se corre el riesgo de que las cifras mejoren, pero no la calidad
de vida.
Los datos nos muestran la necesidad de una mayor inversión en los
territorios eminentemente rurales. Aquellos como Huancavelica que arrastra
una deuda histórica del país, debido a que en el Virreinato fue una de las
regiones que más riqueza aportó al fisco colonial a través del mercurio
extraído en la mina Santa Bárbara. Dicha riqueza extraída nunca
regresó en forma de infraestructura, salud o educación. Y aunque el Perú
republicano ha firmado pactos descentralistas y programas sociales para saldar
esa deuda, aún persisten brechas en el acceso a agua segura, saneamiento o
educación de calidad y, sobre todo, estrategias para la generación de empleo
digno, especialmente en las zonas rurales.
Los programas sociales como Juntos o Pensión 65 ayudan a mitigar
la pobreza extrema, pero si no se articulan con estrategias de desarrollo
productivo, formación de capacidades y políticas de innovación rural, corren el riesgo de
consolidar el asistencialismo en lugar del desarrollo. La tarea
pendiente no es solo reducir la pobreza, sino construir bienestar.
Por eso, en regiones como Huancavelica, la lectura de las cifras
que muestran un cambio positivo, debe hacerse con cautela y sentido crítico. Salir
del grupo de los más pobres es un logro, pero aún un tercio de la población vive
en pobreza. Es momento de apostar por una inversión que no solo se ejecute,
sino que transforme.
desco Opina –
Regional / 20 de junio de 2025
descocentro
El apelativo “Ley Chlimper” remite a la legislación aprobada durante el gobierno fujimorista en el año 2000, impulsada por el entonces ministro de Agricultura José Chlimper, él mismo, empresario agroexportador. Aunque se prometió que sería temporal, se extendió por cerca de veinte años, lo que generó diversas protestas de los trabajadores agrícolas que fueron reprimidos y criminalizados en todo momento, hasta que se derogó la ley el año 2020.
En diciembre del año 2020 el gobierno aprobó la Ley Agraria N° 31110. Su
propósito fue prolongar por un tiempo adicional los beneficios de los
agroexportadores. Particularmente de siete de las grandes empresas transnacionales que operan en el país. Su intención
principal fue mantener el impuesto a la renta (IR) de las empresas
agroexportadoras. La tasa se redujo gradualmente, pero manteniéndose en un
mínimo del 29.5% buscando equiparar los beneficios laborales y tributarios que
de por sí ya eran fuertes.
El proyecto actual, (aprobado en primera votación el 4 de junio),
establece una reducción a costa del Estado al 15 % por 10 años (2025–2035) y
propone eliminar completamente el límite temporal, sin una justificación
técnica clara. El debilitado Ministerio de Economía y Finanzas se ha limitado a comentar que esta decisión crea
un déficit fiscal estimado en S/ 1850 millones de soles anuales, lo cual
generaría un costo total aproximado de S/ 20 000 millones si se prolonga más de
una década. Lo que se está haciendo es concederles excesivos beneficios
tributarios a las grandes agroexportadoras afectando al Estado, que por esta
redistribución regresiva perderá recursos que podrían destinarse a educación,
salud, infraestructura y seguridad que requerimos todos los peruanos.
El sector agroexportador
que generó US$2.991 millones de dólares en solo los primeros tres meses del
presente año podría seguir pagando menos impuestos que el resto de peruanos.
Por lo pronto, actualmente, los agroexportadores pagan menos EsSalud, por lo
que la atención médica de sus trabajadores es parcialmente subsidiada por el
Estado.
Los principales gremios (CGTP, Conveagro, y federaciones de trabajadores) que han criticado la nueva ley por
solo beneficiar a grandes empresas, han hecho notar al país que esta decisión
del Congreso deja en desventaja a la agricultura familiar, la cual agrupa a
cerca de 1.5 millones de pequeños productores.
Por cierto, se ha procedido a votar una ley que no ha contado con un
mínimo acompañamiento social, es decir, sin consultas previas ni diálogo con
gremios agrarios y sectores opuestos a la informalización laboral y la exclusión de
la agricultura familiar. Además, si antes los
beneficios tenían un tope temporal, ahora se pretende eliminar todo plazo para
los mismos.
Las empresas que
verdaderamente se verán beneficiadas –menos de 20 a nivel nacional–, permite
considerar que se trata de una ley con nombre propio que otorga ventajas
tributarias sustanciales a tan solo un puñado de agroexportadoras; son
mayoritariamente del norte, zona que concentra el potencial agroindustrial del
país, lo que explica el afán particular de los legisladores de aquella.
Peor aún, ha dejado de
lado a la mayoría de los productores agrarios del país, los productores
familiares que son al menos dos millones de pequeñas unidades agrícolas
familiares, así como a los medianos y pequeños productores del campo. ¿Tanto
esfuerzo nacional para que se la lleven unos pocos?, ¿vale la pena impulsar de
este modo un sector de la economía –si bien de punta en el mundo, con arándanos
y paltas que usan grandes volúmenes de agua y concentra gran cantidad de tierra–
que al no pagar impuestos ni crear empleo de calidad, lo que genera es malestar
social?
Adicionalmente, a
diferencia de la anterior ley, se ha disminuido la capacidad de fiscalización laboral del Estado, reduciendo el alcance de la Superintendencia Nacional de Fiscalización Laboral (Sunafil) en las agroexportadoras, favoreciendo
así la informalidad laboral. Esto ocurre en un
sector donde el 94% de los contratos son temporales y la tasa de
sindicalización ha caído a un mínimo histórico de 2%.
Ante esta situación cabe finalmente preguntarnos ¿qué tan sostenible es
para un país otorgar incentivos tributarios tan prolongados sin comprometer
recursos para sectores clave como salud, educación o infraestructura? Recordemos
que, a nivel internacional, los incentivos al sector agrario suelen tener
focalización clara (por ejemplo, pequeños productores, prácticas sostenibles o
inclusión social como ocurre en Brasil, México y España) y siempre plazos
definidos con evaluaciones periódicas. La Ley Chlimper 2.0 se aparta de estos
principios, privilegiando a grandes empresas agroexportadoras sin
contrapartidas de sostenibilidad o equidad, y con un horizonte indefinido que
compromete la salud fiscal del Estado peruano.
No se trata de una ley cualquiera que atañe únicamente al campo. Llega,
por omisión y direccionamiento, a favor del gran capital y afecta la seguridad
alimentaria y la sostenibilidad que requerimos en la producción agraria para
más de 34 millones de habitantes del Perú.
desco Opina / 13 de junio de 2025
El 21 de mayo último, el Congreso de la
República aprobó una norma que modifica la distribución del Impuesto General a las
Ventas (IGV). Hasta ahora, de los 18 puntos porcentuales de este impuesto, sólo
dos se destinaban directamente a los gobiernos locales. La nueva ley eleva esa
proporción a cuatro. Detrás de esta cifra se esconde una promesa largamente
acariciada por las más de dos mil municipalidades del país: contar con más
recursos para atender las necesidades de sus comunidades. Y no es poca cosa, si
se considera que muchas de ellas apenas logran cubrir sueldos básicos o
servicios mínimos.
Sin embargo, la discusión pública no se
ha centrado en esta problemática tan ajena a la tecnocracia limeña. El
exministro Waldo Mendoza ha sentenciado que esta es
“La ley fiscal más dañina del siglo”.
Luis Miguel Castilla fue más drástico aún: “Voy a decir algo que jamás pensé
decir: el manejo técnico en el MEF de Pedro
Castillo fue mejor que el actual”.
La reacción del ministro de Economía, Raúl Pérez Reyes, ha sido sorprendente:
ha afirmado que la norma no “impactará en el gasto
público” y que “están de acuerdo con ella”. Una postura que, lejos de expresar preocupación por el
impacto fiscal, sugiere más bien una abdicación del rol rector que
históricamente ha tenido el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF). No se
trata de una defensa técnica ni de un desacuerdo estratégico, sino de una
convalidación política, sin mayor fundamento visible.
A este debate se suma otro ingrediente,
político, pero no irrelevante. Se ha difundido la narrativa –con fuerza en
medios y redes– que, el origen de la ley se encontraría en un proyecto
impulsado por el actual presidente del Congreso, quien pertenece al partido de
César Acuña. En tanto que, el mismo partido controla una porción considerable
de gobiernos locales y regionales desde los últimos comicios, la norma
recientemente aprobada no solo sería técnicamente cuestionable, sino también
funcional a una estrategia de empoderamiento territorial partidario, a costa
del erario nacional.
¿Hay algo de eso? Es posible. La
política peruana hace rato que dejó de distinguir entre interés público e
interés faccioso. Pero que el cálculo político esté presente no deslegitima una
demanda estructural: los gobiernos locales están financieramente asfixiados y
han sido postergados sistemáticamente por el centralismo limeño y, en no pocos
casos, por el centralismo de sus propios gobiernos regionales. Reducir esta
medida a una “movida de poder” ignora un problema real que ya no puede seguir
siendo evadido. No por gusto la norma ha sido aprobada por unanimidad en ambas
votaciones.
Este es, en el fondo, el dilema: ¿cómo
financiamos el desarrollo de los territorios sin desarmar al Estado nacional?
La nueva norma parece responder a ello con un atajo: quitarle al centro para
darle a la periferia. Pero como ocurre con frecuencia en nuestra política
fiscal, se decide alterar la distribución sin discutir de fondo la estructura
del sistema. No sorprende que se haya tocado el IGV y no otro impuesto.
Porque ese es el verdadero elefante en
la sala: el problema no es solo la redistribución del IGV, sino la excesiva
dependencia del Estado peruano respecto de este tributo indirecto,
profundamente regresivo. Según la última Nota Tributaria de la SUNAT, el IGV
representa el 56.8% de toda la recaudación tributaria nacional del 2024,
mientras que el Impuesto a la Renta apenas alcanza el 42%. En otras palabras,
el sostenimiento del Estado recae principalmente sobre el consumo generalizado
–incluyendo a los más pobres–, no sobre la capacidad real de pago de las
personas y empresas.
Y aquí es donde el debate necesita mayor
profundidad. ¿Por qué no hemos discutido seriamente
una reforma del Impuesto a la Renta?
¿Por qué nos escandaliza tocar dos puntos del IGV antes que reconocer que el
sistema tributario sigue premiando la evasión, la renta informal y las brechas
estructurales de recaudación?
Una reforma del Impuesto a la Renta
sería muy impopular, sin duda, pero también necesaria. Implicaría corregir
exoneraciones, mejorar la fiscalización, revisar tramos, y, sobre todo, hacer
que quienes más ganan aporten proporcionalmente más. Se necesitaría valentía
política, una administración tributaria fortalecida, pero, sobre todo, voluntad
de diálogo técnico y político.
El Congreso ha optado por una salida
imperfecta, que atiende una demanda legítima, pero lo hace sin repensar la
lógica tributaria. El mismo que premia, entre otros, a los principales
agroexportadores con la prolongación de exoneraciones tributarias sin ninguna
justificación. La tecnocracia ha respondido con alarma, con razón, pero muchas
veces sin ofrecer alternativas que incorporen las urgencias de los territorios.
Y el MEF, en lugar de liderar el debate, parece haber decidido simplemente no
darlo.
Lo que se necesita ahora no es una
marcha atrás, sino un debate más amplio. Que el IGV financie menos al gobierno
central puede ser un problema, pero el verdadero error sería no aprovechar esta
coyuntura para rediseñar el sistema tributario en su conjunto. No se trata solo
de cuánto le toca a cada nivel de gobierno, sino de quién paga y cómo se
recauda. Se trata de pensar en una lógica tributaria directa donde tienen que
pagar más, quienes más ganan.
La redistribución del IGV no será la
solución mágica para el desarrollo de los municipios, que por lo demás tienen
problemas de ejecución porque no se hace nada para fortalecer y desarrollar sus
capacidades, pero tampoco puede ser descalificada desde una mirada exclusivamente
técnica o desde el cálculo político inmediato. Es una señal –confusa, sí, pero
legítima– de que los territorios exigen un lugar en la mesa fiscal. Y eso, nos
guste o no, obliga a mirar directamente al Impuesto a la Renta.
desco Opina – Regional / 6 de
junio de 2025
Las encuestas recientes, que empiezan a multiplicarse como parte del modo “elecciones” que los políticos de la escena oficial y los medios empiezan a imponer, no traen mayores novedades sobre la aprobación de la señora Boluarte y el Congreso de la República. Reducida en ambos casos a prácticamente un error estadístico, su desaprobación alimenta el descrédito de la democracia en el país, que nos ubica entre los países con mayor desconfianza en ella en los distintos estudios regionales como el Latinobarómetro y el Barómetro de las Américas. La reciente medición del Instituto de Estudios Peruanos, muestra que un 37% declara no confiar para nada en las elecciones, sobre todo en las zonas rurales, entre los más pobres y en el norte, sur y oriente del país, frente al 8% que afirma confiar mucho en ellas, mayoritariamente en Lima y en los estratos altos. Usando una escala de confianza en elecciones que va de 1 a 7, dicha encuesta establece tres categorías de confianza –baja, intermedia y alta–, mostrando que 49% manifiesta escasa confianza en estos procesos
No obstante, éstos y otros datos en la
misma dirección, la coalición autoritaria en el gobierno, Congreso y Ejecutivo,
cada uno a su manera y en función a sus propios intereses, organizan sus acciones
para hacer de las elecciones próximas el centro de sus decisiones y
orientaciones, convencidos de que por esa vía tranquilizarán las aguas de los
malestares permanentes que generan, terminarán de construir en muchos casos los
blindajes legales que requieren para su impunidad y garantizarán su
reproducción futura.
La mandataria, combina su enfrentamiento
virulento con la Fiscal de la Nación que le ha presentado cinco denuncias
constitucionales, con la multiplicación de sus innumerables mentiras –desde los
Rolex y las cirugías hasta la supuesta invitación a Estados Unidos que le
habría hecho el vicepresidente de ese país en su encuentro en El Vaticano–, con
el apuro por aumentarse el sueldo, haciendo creer que no tiene vínculo con la
descabellada iniciativa, así como con el estilo malcriado que dejó al
presidente colombiano con la mano estirada en Quito, y el tormento al que
somete a los escolares en sus inauguraciones con sus agresiones a los medios de
comunicación y las agencias encuestadoras. Todo ello, acompañado de su
subordinación y su negociación permanente con el Congreso de la República, en
un escenario, según evidencia la encuesta del IEP, en el que 62% y 58% indican
que las grandes empresas y el Congreso influyen mucho en el gobierno, mientras 37%
identifica a Keiko Fujimori como la figura con mayor influencia en el gobierno,
seguida por Cerrón y César Acuña.
El Congreso, por su lado, interesado en
asegurar su control de las instituciones electorales y del conjunto del futuro
proceso, elimina a sus competidores, busca reducir a sus críticos y garantizar
todas las condiciones que les aseguren su futuro en la próxima representación, sin dudar en traspasar toda barrera que
se los impida, como lo
evidencian cotidianamente con sus decisiones. Claros en su poder político sobre
Boluarte, hacen crecientemente del manejo populista de la economía, un arma
adicional en la búsqueda de “simpatías” que esperan se traduzcan en votos
futuros en sus pretensiones reeleccionistas.
Así, sin ningún estudio ni sustento
técnico aprobaron un proyecto de ley que busca cambiar la composición del Impuesto
General a las Ventas
desde el 2026. La norma aprobada en el Congreso mantiene la tasa en 18% pero
reduce a 14% la participación del gobierno nacional e incrementa al 4% la del
Impuesto de Promoción Municipal que hace parte de aquél. 10 000 millones de
soles menos para los gastos e inversiones del nivel central. La medida no
significa necesariamente que el gobierno nacional disminuye las transferencias
a los gobiernos locales por ese monto, lo que representa un riesgo fiscal
significativo si eso no ocurre y el gasto aumenta. Máxime cuando el Ejecutivo
de Boluarte comparte el mismo ánimo populista y buscando el apoyo de los
gobiernos locales a su interés de supervivencia hasta el 2026, anuncia desde el
Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) un incremento en la regla del déficit
fiscal como parte del crecimiento del gasto, lo que, sumado a la incapacidad de
generar ingresos sostenibles, está llevando paulatinamente a un mayor
endeudamiento público.
En este estado de cosas, con una opinión
pública desconfiada de las elecciones, con 71% de peruanas y peruanos que creen
que es probable que la campaña electoral resulte financiada por la minería
ilegal, con 82% convencida que el poder de aquella
ha influido en el Congreso y en las autoridades regionales, en un país en el que según el último informe del Latinobarómetro, apenas
10% se decía satisfecho con la democracia, es evidente que el divorcio entre la
percepción ciudadana y el accionar de la mandataria y los representantes, de
los políticos de manera más general, está claramente presente.
Las
futuras elecciones, que a todas luces no serán competitivas, enfrentan
problemas más de fondo que la eventual participación de 43 listas, lo que
ciertamente es un problema grave. La aceptación en el escenario electoral, que
muestran figuras como Martín Vizcarra, Pedro Castillo o Antauro Humala, más
allá de si pueden o no ser candidatos a alguna forma de representación o no,
son un mensaje claro para una
clase política que sigue mirándose el ombligo.
El
pasado 8 de mayo se realizó el seminario “Voces
desde las regiones en defensa de la democracia”, congregando a
colectivos y coordinaciones de la sociedad civil de siete regiones del país, La
libertad, Cajamarca, Áncash y Piura por la macrorregión Norte; y Apurímac,
Cusco y Arequipa de la macrorregión Sur. A lo largo del 2024 realizaron foros
para analizar y generar respuestas frente a la profundización de la crisis
política y la precarización de la democracia en el país, logrando formular
agendas regionales que se expusieron durante el seminario. Estas iniciativas fueron
estimuladas por la ejecución del proyecto Perú
Conversa promovido por Idea Internacional en alianza con ONG
locales, implementándose en 15 regiones.
El
deterioro de la democracia tiene como componente central la crisis de los
partidos políticos y el sistema de representación que se expresa también en la
debilidad de las organizaciones sociales y, particularmente, en las
organizaciones gremiales sindicales, poblacionales y rurales.
Esfuerzos
de articulación de la sociedad civil se han realizado en distintos momentos a
través de convocatorias a reuniones descentralizadas como el Acuerdo Nacional las cuales
resultaron irrelevantes por la ausencia de iniciativas o acciones frente a la
crisis, mostrando una disminuida capacidad de convocatoria. De otro lado, se
establecieron articulaciones como la Coalición Ciudadana, integrada por
alrededor de 300 instituciones con el propósito de recuperar la política para
la ciudadanía; y la Plataforma Democrática como espacio de concertación frente
a la ofensiva autoritaria. Ambas instancias han emitido reiterados
pronunciamientos con una muy limitada incidencia, pues el Congreso y el
Ejecutivo mantienen invariable el curso de aprobación de leyes que modifican o
vulneran la Constitución y nuestra democracia representativa. El actual
Congreso tiene el claro objetivo de asegurar su consolidación en el poder en el
proceso electoral convocado para el 2026.
En un
contexto desfavorable para el país representan un esfuerzo valioso las
iniciativas de articulación, concertación y encuentro realizadas desde la
sociedad civil, con el propósito de formular alternativas y respuestas ante el
agravamiento de la crisis política y la ofensiva conservadora que, a través de
la alianza entre el Gobierno y el Congreso, está administrando el Estado con el
fin de mantener sus intereses y el poder.
Las
agendas formuladas tienen múltiples coincidencias en la demanda por una
modificación del rol que tiene hoy el Estado, el cual ha fracasado en la
prestación de los servicios básicos de salud y educación, o en la dotación de empleo
digno para los miles de jóvenes que anualmente se incorporan al mercado laboral.
Pero también comparten la exigencia por incorporar prácticas de transparencia
en la gestión pública, que solo será posible con una auténtica participación
ciudadana en la gestión del territorio, priorizando la sostenibilidad
ambiental, una economía inclusiva y la superación de las brechas territoriales
y sociales que afectan con especial énfasis a las mujeres y jóvenes. En suma,
son un conjunto de planteamientos que podrían ser base de un programa de
reformas a ser encaradas con urgencia por el próximo Parlamento. Decimos
próximo, porque de este no se puede esperar nada.
Pese
a estos esfuerzos, aflora aún un vacío de liderazgos políticos capaces de
articular el descontento y la frustración ciudadana, y movilizar a la población
más allá del espontaneísmo y las buenas intenciones de sectores que frente a la
precarización de la vida, muestran su rechazo permanente a la coalición
autoritaria que ejercer el poder. Así, el escenario de fractura y la crisis de
representación con la atomización y
abundancia de “partidos políticos”, representan el gran reto para las
fuerzas democráticas que buscan revertir el rumbo hacia la inviabilidad del
país.
desco Opina – Regional / 23 de
mayo del 2025
descosur
Únicamente los conocedores de los intríngulis del Vaticano, podían deducir lo que realmente expresaban las fotos de Cipriani ante el féretro de Francisco. Ahora lo sabemos, incluso los que no tenemos siquiera ideas básicas sobre la organización y funcionamiento de la institucionalidad católica.
Era lobby, del malsano.
Algo intrínseco, no sólo a la personalidad del exarzobispo de Lima, sino a su
grupo. El Opus Dei fue señalado en diversas ocasiones como una organización con
influencia dentro del Vaticano, especialmente por su estructura y la presencia
de algunos de sus miembros en posiciones clave dentro de la Iglesia. No es
casual que Cipriani fuera el primer cardenal de dicha organización. Sin
embargo, el Papa Francisco tomó
medidas
para reducir su autonomía y poder, como impedir que su líder sea obispo y la
obligación de rendir cuentas anualmente.
En el 2019, el Vaticano
impuso sanciones a Cipriani debido a acusaciones de abuso sexual, las que llevaron
a su retiro como arzobispo de Lima y a restricciones que le prohibían
participar en actos públicos y usar vestimenta cardenalicia. A pesar de estas
sanciones, Cipriani se lució en eventos eclesiásticos en el Vaticano, generando
críticas sobre el cumplimiento de las medidas disciplinarias impuestas por la
Santa Sede y viajó a Lima, para ser condecorado por su cófrade López Aliaga.
En esa línea, también
tenemos al Sodalicio de Vida Cristiana, envuelto en controversias dentro del
Vaticano, especialmente debido a las denuncias de abusos y corrupción financiera que llevaron a su
disolución oficial por parte del Papa Francisco.
Como el Opus Dei, hasta
hace poco, algunos de sus miembros buscaron influir en las decisiones
eclesiásticas, pero con la reciente supresión
de la organización,
su presencia en el Vaticano disminuyó significativamente sin, todo parece
indicar, desaparecer del todo. Por eso, personas como José Enrique Escardó, uno de los primeros
denunciantes del grupo, han seguido de cerca los acontecimientos y han
expresado su preocupación sobre posibles intentos de mantener influencia dentro
de la Iglesia.
Así podemos ir
entendiendo los corrillos que se organizaron durante y luego del proceso que
eligió al cardenal Prevost como nuevo Papa. Resulta que no encubrió a ningún
abusador sino, por el contrario, fue un agente activo para
que estos actos sean denunciados.
¿A qué temen estos
católicos ultrarreaccionarios? La obvia continuidad reformista entre Francisco
y León XIV. Se sienten amenazados, entre otros aspectos, porque Francisco promovió la
sinodalidad
como un principio clave para la Iglesia, enfatizando la importancia de la
escucha, el diálogo y la participación de todos los fieles.
Además, ha sido un
fuerte crítico del clericalismo, considerándolo un "cáncer de la
Iglesia".
Para él, es una forma de mundanidad que ensucia y daña su rostro, alejándola de
su verdadera misión. Ha insistido en que la Iglesia debe ser un pueblo fiel de
Dios, santo y pecador, sin estructuras que coloquen a los sacerdotes por encima
de los fieles.
Asimismo, subrayó la
importancia de una acción pastoral
auténtica,
basada en la cercanía y el testimonio. En ese sentido, algo que comparten
nítidamente Francisco y León XIV, es el compromiso que profesan con la pastoral
amazónica, promoviendo una Iglesia cercana a los pueblos indígenas y defensora
del medio ambiente, expresado en la Exhortación Apostólica
Querida Amazonia.
También coinciden en
las acciones que deben tomarse alrededor del cambio climático, promoviendo una
visión en la que la crisis ambiental es también una crisis social y moral. En
la encíclica Laudato Si´ y luego, de manera más
enfática, en la exhortación apostólica
Laudate Deum, se insta a la humanidad a asumir la
responsabilidad de cuidar la "casa común", denunciando el impacto de
la contaminación y el consumismo desenfrenado.
Sin embargo, parece que
también hay aspectos en los que no hay total sintonía entre ambos. Por ejemplo,
Francisco abordó la equidad de género desde una perspectiva de inclusión y
reconocimiento,
promoviendo una mayor participación de las mujeres en la Iglesia; aunque
también expresó sus críticas hacia la ideología de
género,
considerándola una colonización ideológica que borra las diferencias entre
hombres y mujeres.
En estos temas, León
XIV muestra una postura moderada y tradicional, más conservadora que
la de Francisco. Como su antecesor, también se muestra crítico con la
perspectiva de género, afirmando que busca "crear géneros que no
existen". Sin embargo, ha respaldado algunas reformas introducidas por
Francisco, como el acceso a la comunión para católicos divorciados y vueltos a
casar.
De esta manera, si bien
queda por constatar cuál es el grado de coincidencia entre Francisco y León
XIV, algo que está más allá de las voluntades declaradas, lo cierto hasta este
momento, es la dura derrota que han sufrido los archirreaccionarios que se
enquistaron en la Iglesia Católica. Esperemos que para siempre.
Una rápida mirada a la situación de la seguridad en nuestro
país en los últimos meses, permite apreciar ocurrencias inaceptables: Perú se
cae a pedazos. Lo sucedido en la provincia de Pataz ha dado la vuelta al mundo y estremecido a la nación. En particular, a casi la mitad de la población que por su
edad no vivió los tiempos de Sendero Luminoso y el conflicto bélico que soportamos
décadas atrás.
El caso ha saltado como el disparador de una reacción política
de parte significativa del Congreso Nacional para recolectar firmas –que
fácilmente superaron las requeridas– en cuatromociones distintas que fueron presentadas planteando la censura al Presidentedel Consejo de Ministros. Solo los congresistas de Fuerza Popular, Alianza
para el Progreso (APP) y Somos Perú no han firmado ninguna moción.
En medio de la indolencia gubernamental ese sector se niega
a sumarse a lo que constituye una demanda nacional. Esto se explica, a nuestro
entender, por el gran contubernio entre los poderes Ejecutivo y Legislativo con
las mutuas ventajas que obtienen dando la espalda al país y cumpliendo su
propósito de mantenerse, compartiendo el poder hasta el último día y de ser
posible, extenderlo.
El reingreso a la escena del censurado ministro del Interior
constituye una grave afrenta al orden constitucional. Si bien no se infringe
ninguna norma con el retorno del cuestionado exministro como miembro del
Consejo Directivo de la Superintendencia Nacional de Control de Servicios de
Seguridad, Armas, Municiones y Explosivos de Uso Civil (Sucamec), también es
cierto que, en la actual coyuntura, y dada la ubicación estratégica que ahora ocupa Santiváñez, es una burla abierta al Congreso que lo expectoró. Más aún
si el oscuro personaje mantiene su cargo de Jefe de la Oficina general de
Monitoreo Intergubernamental del despacho de Dina Boluarte.
Como lo hemos dicho más de una vez, la lista de ataques a la democracia y la gobernanza es
amplia y variada. En
esta movida de fichas el rol de Juan José Santiváñez pone en jaque, una vez
más, el funcionamiento de las reglas de la democracia constitucional.
Si bien se puede ver a diario en la televisión y escuchar
por distintos medios a ciudadanos comunes y corrientes denunciando que el
sicariato y la extorsión están matando a personas inocentes, mientras las
quejas ante la violencia y la inseguridad aumentan, es lamentable la falta de
coordinación para enfrentar a autoridades que, a los ojos de cualquiera, no
hacen nada, o peor aún, nombran en posiciones estratégicas a personajes
nefastos.
Periodistas acribillados, colegios que no funcionan por
amenazas a los estudiantes, trabajadores mineros vilmente asesinados, choferes
y mototaxistas baleados, comerciantes amenazados y atacados, negocios y
oportunidades de trabajo que desaparecen, son parte del resultado de la inacción del Estado en las zonas urbanas y rurales del país. Que en este
escenario se pretenda duplicar el sueldo de la señora Boluarte, es un nuevo y
grosero agravio absolutamente insensible y convencido de su impunidad.
Al parecer, no basta ya sumarse a las voces de protesta que resuenan
como coro de lamentaciones sin rumbo en medio de noches oscuras. Creemos que,
una vez más, debemos esforzarnos por encontrar los hilos de la concertación
nacional que permitan a los que habitamos este país milenario y ferozmente
maltratado por hampones y delincuente de distinta laya, salir del marasmo y la
anomia, que como se sabe bien llevan por mal camino a las personas y
sociedades.
El escenario electoral en marcha, por ahora corre por cuerda
separada en tanto se definen y ajustan las listas y sus candidatos. Las
expectativas de un cambio de rumbo siguen siendo pequeñas y el tema no convoca.
desco Opina - Regional / 9 de
mayo de 2025
descoCiudadano