El uso abusivo de un
cargo público como plataforma personal tiene su personificación más reciente en
el alcalde de Lima, Rafael López Aliaga. Con la complicidad de su cuerpo de
funcionarios y bajo un discurso populista que no resiste contraste con la realidad,
su administración se ha convertido en una vitrina de propaganda electoral en la
que se inauguran obras incompletas, se anuncian ocurrencias inviables y se
compromete el futuro financiero de la ciudad con gran irresponsabilidad, como
ha resaltado recientemente un reportaje de The Economist.
El alcalde, ya en el
tercer año de gestión, ha reemplazado con improvisación y espectáculo mediático
lo que deberían ser avances reales respecto a la infraestructura urbana de
Lima, tan necesitada de planificación y proyectos urbanos coherentes. Ejemplos
sobran: la insólita iniciativa de convertir piscinas municipales en
“playas” echando arena, la delirante idea de resolver la movilidad en el Centro
Histórico con “carrozas tiradas por caballos” o la promesa incumplida de llevar
agua potable a las laderas de los cerros donde cientos de miles de limeños
viven sin servicios básicos, usurpando funciones del Servicio de Agua Potable y
Alcantarillado de Lima - Sedapal en lugar de coordinar, como también tendría
que hacerlo con la Autoridad del Transporte Urbano para Lima y Callao - ATU.
En el terreno social,
ha fracasado rotundamente en la reubicación de ambulantes —otro de sus
compromisos centrales— generando más conflictos que soluciones, sin
ofrecer alternativas para los cientos de miles de peruanos que dependen de ese
trabajo precarizado. Su supuesta capacidad de gestión, que vende como carta de
presentación presidencial, se desploma frente a la evidencia de una ciudad que
sigue desordenada, desigual y sin un horizonte claro.
López Aliaga no
construye consensos, divide y polariza, buscando consolidar una base
radicalizada a costa de deteriorar el debate democrático. Ello se manifiesta en
el cargamontón de insultos y descalificaciones contra todo aquel que no se
alinee con su discurso de ultraderecha, empezando por quienes expresan
posiciones de izquierda, aunque sin dejar de lado a la propia derecha
fujimorista y a Acuña de APP, a quienes ahora ve como peligrosos rivales.
Más grave aún es el
manejo de recursos públicos: la operación de los trenes “donados”, convertida en un show
personalista, ha destapado cuestionamientos sobre las modalidades de
adjudicación de contratos en la Municipalidad de Lima, en las que lo único
transparente parece ser el direccionamiento de oportunidades de negocio a
antiguos socios del alcalde, para quienes plantea adendas para añadirlos
haciendo un abierto tráfico de influencias y la carga de un enorme
endeudamiento para la ciudad, hipotecada ahora por más de 15 años.
Es el presente y el
futuro de Lima usado como caja chica de su campaña presidencial; una
candidatura disfrazada de gestión protagonizada por alguien incapaz de gobernar
con seriedad, con el riesgo añadido de trasladar sus fracasos y deudas a nivel
nacional.
La contradicción es
brutal: mientras promete rescatar al país de la corrupción y la ineficiencia,
su gestión municipal exhibe prácticas de opacidad, improvisación y
endeudamiento irresponsable. Se vende como gestor exitoso, pero no logra
resolver los problemas más urgentes de Lima ni cumplir las promesas con las que
llegó al sillón municipal.
Su candidatura, una
campaña mal disfrazada de obras de gestión exitosa, sostenida en insultos,
populismo barato, apostando por un discurso de choque que explota el desencanto
ciudadano con la política tradicional, demuestra que estamos ante un liderazgo
peligroso, incapaz de gobernar con seriedad y con el riesgo añadido de
trasladar sus fracasos y deudas a nivel nacional.
desco Opina / 5 de setiembre de
2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario