A inicios de junio, el entonces exministro
del Interior, Juan José Santiváñez, estaba siendo procesado por un supuesto
soborno de 20 000 dólares a miembros del Tribunal Constitucional, para
beneficiar a un investigado. Por eso, el Poder Judicial
ordenó su impedimento de salida del país por 18 meses.
Dicha medida cautelar
se adopta para evitar el riesgo de fuga o el entorpecimiento de la
investigación, existiendo varios otros casos emblemáticos, como el de Betssy
Chávez, que tiene diez meses de impedimento de salida, por supuestamente
acreditarse “sospecha suficiente” y riesgo procesal en el juicio oral. También está
el de Martín Vizcarra, cuya cautelar fue levantada luego de algunos cambios
legislativos y que la Corte Suprema considerara otros criterios para evaluar su
caso.
El 23 de agosto, Santiváñez
regresó al Gabinete ministerial como titular de Justicia, luego de haber sido
censurado por el Congreso cuando conducía la cartera del Interior. Un par de
semanas después, estaba viajando a Ginebra, Suiza, para participar en el 60°
Período de sesiones del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Para ello, fue
necesario que un juez “suspendiera”
por cinco días el impedimento de salida vigente que pesaba en su contra.
La sucesión de despropósitos,
tan característico de los actuales gobernantes del país, no iba a implicar,
como siempre, ningún mínimo esfuerzo para conocer hacia qué objetivo se
encaminaban.
Veamos. Difícil ubicar
a alguien con confusiones tan mayúsculas como Santiváñez, como para ir a
“plantar cara” de la manera como lo hizo, a los funcionarios de Derechos
Humanos de la ONU. Aseguró tajante, que el Perú seguirá
evaluando su permanencia en el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, en respuesta a las
resoluciones de la CIDH contra la ley de amnistía.
Defendió la
promulgación de esta ley a favor de militares y policías procesados y
sentenciados por delitos contra los derechos humanos, al asegurar que ella se
dio respetando la separación de poderes y “como respuesta al terrible ataque
del terrorismo que pretendía quebrantar la democracia y el Estado de derecho,
generando un gran sufrimiento en nuestro pueblo”.
En la víspera, el Alto
Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, Volker Türk, había
dicho que la ley de amnistía representaba “un retroceso para la justicia y la
verdad”.
Al día siguiente, a
manera de “refuerzo definitivo” de lo manifestado por su ministro, la señora
Boluarte aseguró que no iban a permitir
“injerencia de ningún organismo internacional” para preguntar luego,
en tono desafiante, “¿dónde está la reparación civil para la patria, para
nuestro Perú que amamos, por los 20 años que lo han condenado al hambre, al
terror? A ellos, los de la Corte les pregunto, ¿dónde está nuestra reparación, ¿dónde
está la reparación civil para los 70 000 peruanos que fallecieron en manos de
estas mentes insanas de Sendero Luminoso y el MRTA?, ¿dónde está la reparación
civil para ellos?”
Como lo leen. La señora
Boluarte, mostrando mejor que nunca la behetría mental que la caracteriza, se
hizo una pregunta que ella, y sólo ella, debió responder, porque el sujeto
exclusivo de obligaciones ante las víctimas del Estado es el Estado mismo.
El retiro del Perú del
Sistema Interamericano de Derechos Humanos (SIDH) sería un giro histórico con
consecuencias profundas en múltiples niveles como, por ejemplo, la pérdida de
acceso a la Corte IDH para las víctimas de violaciones de derechos humanos,
cuando las vías internas se agoten.
También está el debilitamiento
del control convencional, que exige que las leyes y sentencias nacionales se
ajusten a los estándares internacionales de derechos humanos; asimismo, la desvinculación
de otros tratados interamericanos –además del Pacto de San José– como los que
protegen contra la tortura, la desaparición forzada, la violencia de género, los
derechos de adultos mayores, las comunidades indígenas, las personas LGTBIQ+, las
víctimas de violencia estatal y otros grupos vulnerables, que perderían así una
instancia clave de protección.
Esto quiebra definitivamente
el Estado de derecho, ya que el SIDH, especialmente la Corte Interamericana de
Derechos Humanos, ha sido un pilar externo de garantía cuando las instituciones
internas fallan o se politizan.
Toda esta destrucción
institucional solo es entendible como parte de las medidas preventivas para la
autoprotección de la gobernante y sus socios, como revelaría la decisión del
Congreso, tomada el 12 de setiembre, al archivar la denuncia constitucional
contra Dina Boluarte por las muertes ocurridas durante las protestas entre
diciembre 2022 y febrero 2023.
desco Opina / 19 de setiembre
de 2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario