La creencia popular atribuye a San Martín de Porres haber logrado que
perro, pericote y gato comieran juntos del mismo plato. Un milagro de
tolerancia, concertación de intereses y convivencia pacífica que en nuestro país,
a pocos días de definirse la segunda vuelta electoral, resulta difícil
imaginar, dados los antecedentes acumulados y las discordias que generan las
opciones en carrera.
El llamado voto por el mal menor es en estas circunstancias, sin duda,
distinto al de elecciones anteriores en las que las diferencias (entre Toledo y
García o Humala y la señora Fujimori) eran nítidas y remarcadas continuamente
por los adversarios. Hoy tenemos que «escoger» entre el copamiento del poder
del fujimorismo –que no ha dudado en mostrar su respaldo a las economías
delictivas y que se encuentra más que salpicado por el narcotráfico– y la
profundización del entreguismo a las fuerzas del gran capital transnacional que
PPK ha representado a lo largo de su extensa carrera como tecnócrata y político desde los tiempos del primer belaundismo.
El matiz parece estar en las condiciones de desenvolvimiento de la vida
en democracia, más que en las propuestas de agenda de gobierno, pues temas como
la descentralización y la diversificación productiva prácticamente no aparecen entre las
propuestas, quizá porque no existe ninguna intención de revertir la recentralización del Estado que viene ocurriendo desde la administración
de García, y continuada apenas con matices por Humala. Quedarán atrás los pocos
avances logrados desde los gobiernos regionales y nuevamente postergadas las
iniciativas dirigidas a una mejor administración, ocupación y acondicionamiento
del territorio en función de intereses nacionales en el ordenamiento territorial.
Ya sin posibilidad de forzar una agenda distinta –papel que le correspondió en primera vuelta a Verónika Mendoza y en menor medida a Alfredo Barnechea– poco será el espacio político más
allá del pacto de estabilidad que muy presumiblemente se forje con los
resultados del 5 de junio en mano. Dado que para gobernar sin trabas Fuerza Popular no necesita acuerdo alguno con ninguna bancada parlamentaria –ni siquiera la de su actual oponente–, procederán más bien salidas
pragmáticas y ocasionales, respaldadas por el consenso sobre el manejo
económico; mientras que en caso de vencer Kuczynski, la «concertación» será sin
duda con el fujimorismo. Los movimientos de la oposición necesariamente tendrán
que proyectarse hasta las elecciones regionales de 2018 y las nacionales de
2021, y en el caso de la izquierda, en consolidar y mantener como activo el 20%
logrado en la primera vuelta. Será un largo camino.
En lo inmediato, el voto del 5 de junio definirá qué versión de la
derecha gobernará el país, a qué costos y qué condiciones impondrá para la
movilización de las fuerzas progresistas que portan el postergado reclamo de
cambio (ya traicionado impunemente por Humala). Y visto así, el voto del 5 de
junio no es solo el del mal menor: es también una definición de la cancha
popular. ¿Cómo nos irá mejor? ¿Enfrentado a la derecha populista, corrupta y fascistoide o a la derecha corporativa
transnacional y entreguista?
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