Para
muchos, cada vez menos, entre Pedro Pablo Kuczynski (PPK) y Keiko Fujimori (KF)
no habría diferencias fundamentales y votar por cualquiera de ellos tendría el
mismo efecto. Por otro lado, un creciente contingente que eligió una opción
diferente a los competidores de la segunda vuelta, está persuadiéndose que no
son idénticos; parecidos, dicen, pero con notables diferencias en aspectos
cruciales, todos ellos referidos a conducta democrática y, sobre todo, transparencia.
Fuerza
Popular, aseguran estos últimos es, más o menos, el regreso de un pasado
ominoso cuyos protagonistas –su padre y el asesor de éste– aún mantienen una
influencia sobre sus huestes, que KF se fuerza en negar e incluso contradecir, sin lograr su cometido.
Además –paradójicamente– juega en su contra el triunfo abrumador logrado en las
elecciones parlamentarias que, para ojos de muchos, en un sistema político tan
precario como el nuestro, sería el preámbulo de un nuevo ciclo autoritario si
no evitamos que el clan Fujimori tome para sí los poderes Ejecutivo y
Legislativo.
Todo
ello es innegable, aunque opta por la versión única y absoluta en el reino del
relativismo que es la política. No es cuestión de afirmar que todos los gatos
son pardos, pero hasta donde se recuerda, PPK no fue precisamente un opositor a Alberto Fujimori durante los 90 (ni después). Dedicado a la privatizada Edelnor, prefirió no
comprometerse con asuntos políticos, dejando que sus ojos se cerraran ante lo
que todos los peruanos vimos entonces. Por supuesto, PPK puede argumentar con
toda justicia que no era lo mismo meter la mano en el pantano que mirar desde sus
difusos bordes, pero no atinó siquiera a una tímida protesta.
También
hay una historia alrededor del gas protagonizada por PPK
que la izquierda peruana debe tener siempre presente, cuyos momentos iniciales
se caracterizaron por la férrea oposición de Daniel Estrada desde el Cusco, a
la que se sumó el recordado Javier Diez Canseco, siendo también materia de la
acción parlamentaria y distintos libros de Manuel Dammert, respondidos por
varios juicios. A ello debemos sumarle su paso por el gobierno de Alejandro
Toledo, cuando la destreza de sus
asesores llevó a niveles insuperables la técnica de la «puerta giratoria». En
efecto, como muchos recordarán, son los mismos asesores y asesoras que lo
rodean hoy, no muy ocultos que digamos.
Y,
claro, en derechos humanos las cosas no están tampoco en el sitio debido entre
los ppkausas. Guido Lombardi, congresista electo por esa agrupación, presidió
la comisión que investigó los sucesos de Bagua, ocurridos en junio del 2009,
donde murieron 34 personas, estableciendo responsabilidad política en las exministras del Interior y Comercio Exterior, Mercedes Cabanillas y Mercedes Aráoz, respectivamente, así como en el ex primer ministro Yehude Simon. Como sabemos, Mercedes Aráoz es ahora candidata a Vicepresidenta y también
congresista electa de su partido político. Decía entonces Lombardi, que Aráoz
no explicó correctamente al Consejo de Ministros los alcances de los decretos
considerados lesivos por las comunidades amazónicas, para no poner en riesgo el
Tratado de Libre Comercio firmado con Estados Unidos.
Entonces, sin ser precisamente trigo
limpio, PPK tal vez no tiene las mismas connotaciones del fujimorismo, pero
tampoco es portador de las credenciales necesarias para ser reconocido como una
derecha sin tacha. ¿Cómo debería asumir políticamente la izquierda esta
circunstancia? En primer lugar, lo fundamental está hecho, y creemos que bien:
no direccionar el voto y buscar construir el espacio político imprescindible
para maniobrar los próximos cuatro años.
Si PPK gana la segunda vuelta, los
grupos económicos y las diferentes variantes de la derecha política presionarán
muy fuerte para la afirmación de una superconvivencia PPK-KF, que tendría como
objetivo «despejar» la arena política y asegurar el monopolio de las decisiones.
Dicho de otra manera: armar una mayoría calificada que ponga de lado a los
demás grupos parlamentarios. La condición para que ello suceda es que el
fujimorismo soporte la derrota, manejando las tendencias centrípetas que ya
muestra su bancada y amenguando en lo posible las furias que caerán sobre las
cabezas de los keikistas, de ser derrotados. Adicionalmente, habrá que pagar
por ver el comportamiento de la bancada del propio PPK, cuya solidez nadie
puede asegurar.
Si es KF la triunfadora, podría
suponerse que la derecha buscaría armar el equilibrio, teniendo a la bancada
PPK y quienes se sumen como «oposición» a un régimen que será muy cuestionado
en términos democráticos y, por lo mismo, tendrían en los pepekausas y demás,
la crucial tarea de «garantes», en otras palabras, a los fiscalizadores inocuos
que todo régimen con vocación autoritaria necesita. Demás está advertir que
seguramente eso significaría el alejamiento de importantes personalidades del
grupo parlamentario de PPK, que no estarán dispuestos a cumplir esa misión.
En ambos casos, está relativamente
claro cuál es el rol político de la izquierda, además de proponerse como la
oposición verdadera y orgánica. Hay necesidad de prepararse no solo para ser
propositivos y ser vistos como alternativa. También debe evitar que la derecha
consume su objetivo: cerrar completamente el espacio político sin chance a que
parte de éste sea cubierto por otras voces.
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