En Alemania las marchas y manifestaciones contra el fascismo se multiplican ante el inminente avance de la ultraderecha en las
próximas elecciones; en Francia su ascenso fue contenido gracias a una alianza de última hora entre el centro y la izquierda para
impedir que llegara al poder. En contraste, en muchos países de América Latina,
como es el caso del Perú, estas corrientes continúan en crecimiento, prácticamente
sin una oposición organizada.
Desde una perspectiva progresista son varias las batallas
perdidas en el mundo. Entre ellas está el debilitamiento intenso de las Naciones Unidas, promovido por el presidente estadounidense contra sus agencias de desarrollo, cuestionando su validez y calificando de despilfarro a sus
programas, o peor aún, contrarios a la libre determinación de los pueblos.
A pocos sorprenderá por eso que en nuestro país avancemos
rápidamente en esa dirección y que se incremente el ataque a la sociedad organizada y se socaven las instituciones encargadas
de aplicar la ley y administrar la justicia. En nuestro caso, además, asistimos
al incremento de la persecución de las ONG, sus programas y
proyectos, acusándolas de destructores de la libertad y del mercado libre.
Vemos que en Europa la ultraderecha avanza. La presencia de partidos y líderes políticos de orientación
ultraderechista se ha consolidado en varias naciones europeas. Están a la vista
los casos de Italia, con el partido Hermanos de Italia, liderado por Giorgia Meloni, primera ministra que ganó las elecciones
generales de 2022, también de Hungría, desde hace quince años, con Viktor Orbán y de Polonia, países donde gobiernan con una orientación
ultraconservadora.
Más recientemente, en Suecia, tras las elecciones de 2022, el
partido de extrema derecha Demócratas de Suecia, se convirtió en la segunda fuerza política y pasó a formar parte de la
coalición de gobierno. Algo similar ocurrió en Finlandia, donde el Partido de
los Finlandeses, también de extrema derecha, ha ganado creciente influencia y
participa en el gobierno.
En Austria, el Partido de la Libertad de Austria mantiene una presencia significativa en la política nacional. En Bélgica,
el partido nacionalista flamenco, N-VA, cuyo primer ministro, ha marcado un
giro hacia la derecha. En Francia, aunque la ultraderecha no gobierna a nivel
nacional, el partido Agrupación Nacional, liderado por Marine Le Pen, ganó las
elecciones europeas de 2024, consolidando su influencia.
Mientras tanto, en América, se han establecido gobiernos de
corte conservador, como los de Javier Milei en Argentina, Nayib Bukele en El
Salvador y el actual gobierno de Guatemala, que cuentan con la simpatía del presidente Donald Trump.
En nuestro país soportamos la alianza conservadora que controla en gran medida al gobierno también conservador, violador de
los derechos humanos y corrupto de Dina Boluarte, validando la desigualdad, el
crecimiento injusto, las políticas contra derechos y pueblos originarios, etc.
El crecimiento del conservadurismo a nivel global, de
nacionalistas que restringen los derechos ciudadanos, sigue un proceso claro de
fortalecimiento. Ejemplos de ello se observan en Irán, Rusia, India, Arabia
Saudita y recientemente, en Estados Unidos, donde el triunfo del Partido
Republicano, con Donald Trump, marcó un nuevo giro hacia la derecha con fuerte
impacto en el mundo por sus rápidas políticas comerciales y la deportación de migrantes
sin papeles, sindicados de criminales.
Si bien no existe un consenso sobre qué es ser de
ultraderecha, la lista se amplía a más países con políticas conservadoras, como
Ecuador y el nuestro. En este panorama internacional, los políticos de derecha
en Perú tienden lazos de mayor cercanía con la ultra derecha española,
particularmente con VOX, mientras el
alcalde limeño pugna por aparecer como un émulo local de Milei. También es
verdad que ante la pobreza de propuestas inteligentes y atractivas de parte de
las organizaciones y partidos de izquierda, el panorama, ante las cada vez más
cercanas elecciones del próximo año, aparece como muy desalentador para las
fuerzas progresistas, carentes de liderazgos capaces de aglutinar a las
organizaciones de izquierda; más grave aún, de construir puentes con la
sociedad y tener propuestas frente a sus necesidades y malestares.
La ausencia de líderes reales en la izquierda, capaces de generar un cambio favorable que combata la
enorme corrupción y descrédito de la política y los políticos en general, facilitan y favorecen la permanencia y
continuidad de las posiciones y políticas conservadoras ante un electorado
desinformado y dispuesto a dejarse llevar por el populismo y las ofertas
autoritarias y de orden, disfrazadas de anti establisment que abundan en el
escenario nacional.
Para evitar seguirnos hundiendo y que los millones de jóvenes que abandonan el país nos dejen sin su valioso aporte, es hora de alentar la
militancia democrática y diseñar una estrategia y propuestas atractivas que
convoquen a la ciudadanía a ejercer un voto responsable que nos permita evitar
mayores desastres a los que, casi con estupor, si no con indiferencia,
contemplamos a diario, viendo las decisiones en contra del sentido histórico
constructivo que deseamos para la humanidad y los peruanos en particular.
Evitemos ser parte de la lista de las batallas perdidas ante la ultraderecha, que profundiza la precarización laboral, la destrucción
ambiental y la erosión de la democracia, representando un desafío histórico que
demanda organización colectiva para impedir un colapso civilizatorio.
desco Opina / 7 de
febrero de 2025
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