Si alguna «virtud» tiene el presidente Trump es la de generar una propuesta, lanzar una idea o una amenaza que tiene consecuencias políticas tanto nacionales como internacionales y que, además, no deja de sorprender a tirios y troyanos. Ni bien asumió la presidencia comenzó a actuar como el «matón del barrio», comportamiento que no debe extrañarnos si consideramos que, para él, América Latina es su patio trasero y el mundo, una suma de países mayormente ineptos, muchos de los cuales sobreviven gracias al apoyo de Estados Unidos (EE.UU.). El mundo que se imagina es uno que le otorga el derecho a mandar.
No nos debe sorprender, por ello, la
forma en que Trump ha comenzado a poner en marcha su nueva política exterior en
América Latina. Anunció con bombos y platillos que estaba interesado en «recuperar»
(es decir apropiarse) el Canal de Panamá. Sus razones: que el Canal es manejado
por los chinos, lo que explica por qué los buques de bandera norteamericana
pagan una tarifa más costosa.
Casi al mismo tiempo, anunció que aumentaría
en un 25% los aranceles aduaneros a sus socios comerciales, Canadá y México, argumentando
que el TLC firmado por estos tres países no favorecía a EE.UU. y que, además,
había propiciado un proceso de desindustrialización de su país. El objetivo es
traer de regreso a EE.UU. a estas empresas y empresarios afincados en México y
en otros países. También, en estos días de elocuencia presidencial, anunció que
iba cambiar el nombre al Golfo de México por el de Golfo de América.
Cabe señalar que la controversia sobre
la propiedad del Canal de Panamá terminó cuando el Presidente panameño, un
político de derecha y amigo de los EE.UU., anunció luego de conversar con el
Secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, quien se encontraba de gira
por Centro América, que su gobierno renunciaba a pertenecer
a la llamada Ruta de la Seda, que es acaso uno de los mayores proyectos estratégicos de
carácter internacional de la China. Por otro lado, el tema del aumento de aranceles se sigue
discutiendo y tomará
tiempo. Y en cuanto al cambio de nombre del Golfo de México, esto fue en verdad
un bluf. El Decreto que firmara a los pocos días de asumir la presidencia lo
que aprobó fue el cambio de nombre en la zona de la plataforma marítima de EE.UU.,
mientras el nombre del Golfo de México nunca estuvo en discusión. Fue un acto
de propaganda.
Es claro que la política exterior de Trump
tiene dos preocupaciones centrales. Por un lado, el tema de la migración –o
mejor dicho cómo contenerla–, ya que fue un eje de su campaña presidencial; por
el otro, la presencia de la China, que es para EE.UU. su principal rival.
“Stephen Miller, asesor de seguridad
interior de Estados Unidos, y Tom Homan, el «zar» de las migraciones, son los
ideólogos de la política trumpista en torno a este eje. Ambos quieren expulsar
a alrededor de 11 millones de personas (40% con permisos temporales y 60%
indocumentados). Esa cifra incluye a 4 millones de mexicanos,
2 millones de centroamericanos, más de 800.000 sudamericanos y 400.000
caribeños. Las
deportaciones tendrán efectos graves en las economías de los países de origen.
En este marco, se espera una disminución de las remesas, y varios estados de
Estados Unidos planifican imponer mayores impuestos a las que perduren. Las
remesas representan entre 20% y 25% del PIB de El Salvador, Guatemala y
Honduras. En México suponen 60.000 millones de dólares al año. Aceptar los
deportados supone una inmensa carga económica y potenciales crisis políticas y
sociales”.
Para que se entienda la complejidad y el
impacto que este tema tiene en nuestro país, se calcula que para el 2024, las remesas
que han enviados los peruanos en el exterior superan los cuatro mil millones de dólares. Todo un record.
Hace unos días, el presidente Trump declaró
que le gustaría reconstruir la ciudad de Gaza para convertirla en una suerte de
balneario, es decir un lugar turístico VIP, desplazando a toda la población
palestina que vive en ese territorio.
Si bien lo primero que uno puede decir ante esta barbaridad es que Trump no
tiene «alma» y menos humanidad, es claro que lo que está haciendo es una
diplomacia activa, con un tinte pragmático, que empieza provocando, para
después negociar, como lo demuestra la reciente conversación telefónica con el
presidente ruso Vladimir Putin, que terminó con la liberación de un
norteamericano preso por varios años, o los acuerdos con Venezuela que
incluyeron la liberación por el gobierno de Maduro, de varios ciudadanos estadounidenses.
En realidad, lo que busca es convertirse en un líder de talla mundial. Para ello
cuenta con aliados internacionales tanto de la ultraderecha europea como
latinoamericana. ¿Lo podrá hacer?
desco Opina – Regional / 14 de febrero del 2025
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