Podemos plantearnos
serias dudas sobre las reales preocupaciones del ministro de Interior acerca de
la generalizada
desaprobación de su gestión. A fin de cuentas, la suya no está lejos de las desaprobaciones de
prácticamente todos los actores políticos del país; además, desde el Ejecutivo, se declara firmemente
que su presencia en el Gabinete está más que asegurada; y, por si fuera poco,
sus antecedentes como abogado defensor de altos jefes
policiales,
hacen suponer que es una persona de mucha confianza entre los que conducen la
institución central del sector que actualmente lidera.
En otras palabras, no debe importarle
mucho lo que opine la ciudadanía en un ambiente de total descomposición
institucional, que se obtuvo como resultado tras un cuarto de siglo de impulsar
un sistema político democrático que, como agregado, se implementó durante un ciclo
de crecimiento económico que jamás tuvo el país. Son las paradojas del
subdesarrollo diríamos, si estuviéramos en los años 60, cuando, al parecer, se
pensaba de manera algo más seria la situación de nuestros países y cómo generar
las alternativas que permitieran superarla.
Pero, el colapso puede
estar ofreciéndonos una oportunidad. El ministro Santiváñez, el sector Interior
y la Policía Nacional podrían ser elementos firmes para construir nuevas
maneras de comprender nuestro subdesarrollo. Por ejemplo, que seamos un país
perfectamente intrascendente, no sólo en la dimensión global sino también en la
regional, sin posibilidad de superar situaciones seculares de pobreza y
postración, debiéndose agregar los crecientes índices de
criminalidad,
debiera conducirnos a concluir tajantemente que nuestro problema no es, ni
mucho menos, escasez de recursos.
¿Qué ha fallado? A
estas alturas, nadie podrá negar que la clave fundamental del atraso económico
reside en la institucionalidad. Desde Douglas North y Robert Fogel, premios Nobel
1993, hasta Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson, premios Nobel 2024,
el debate se orienta en ese sentido, y nuestro país, claramente, se presenta
como un caso nítido de cómo pueden desaprovecharse, una tras otra, las
oportunidades económicas que se presentaron cíclicamente, debido a los cuellos
de botella insalvables, que se encuentran en esta dimensión.
La diferencia entre el
desastre institucional que mostramos actualmente, con otros en el pasado, es
que éste fue generado por la misma fórmula que nos garantizó el paraíso en base
a privatizaciones –de empresas que ahora quiebran porque su deuda tributaria es
impagable– y el desmontaje salvaje del aparato público, porque, decían, era
ineficiente. En su lugar, fueron tomando posiciones “los técnicos”, que ahora
vemos en acción.
Aún más. El
neoliberalismo, con su énfasis en los mercados “libres” y la desregulación en
versiones radicales, ha conducido a la creación de formas de
actividad económica "parias", que pueden incluir economías ilegales, que
surgen como respuesta a las desigualdades y exclusiones generadas por las
políticas neoliberales, y no, como creen los ingenuos, simples respuestas
delincuenciales disfuncionales que se replican con policialización y
militarización.
En este orden de cosas,
que está en la base de la informalidad, se ha ido dinamizando una
institucionalización paralela, en la que el Estado termina cediendo aún más
autonomía a sus fuerzas de seguridad y éstas se adecuan al “terreno” de manera
cada vez más firme, es decir, como muchos ciudadanos y ciudadanas hemos intuido
desde tiempo atrás: los agentes del Estado que deben evitar la inseguridad –desde
el Ministro hasta el policía de servicio en la calle– son también generadores
de la misma.
desco Opina / 21 de febrero de 2025
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