Terminó la cuarentena y el
aislamiento social rígido dictado por el gobierno para enfrentar el Covid-19.
La segunda mitad del 2020 será fundamentalmente de incertidumbre y expectativa; la primera alrededor del futuro del país y el
final de la pandemia; la segunda sobre la reducción local del virus y la
anunciada reactivación económica, que debieran llevarnos a lo que se ha dado en
llamar una nueva normalidad.
Ya desde semanas atrás era claro que la denominada
estrategia del «martillazo» tuvo un éxito menor al esperado, comprensible antes
que, por los muchos errores del gobierno, por los distintos límites
estructurales que marcan el escenario en el que opera. El desgaste del
Ejecutivo y sus medidas se hizo más ostensible la segunda quincena de junio. Al
2 de julio los casos superaban los 288 000 y la cantidad de muertos bordeaba
los 10 000 –número en permanente debate por el subregistro–; los hospitalizados
superaban los 11 000, más de 1200 de ellos en cuidados intensivos. Aunque la
curva de contagios mostraba una caída y la llegada a la famosa «meseta», se
mantenía una transmisión heterogénea, por lo que, en distintas regiones –Arequipa
una de ellas– se encontraba en ascenso.
Si sanitariamente no se lograron los resultados
buscados –no obstante los esfuerzos hechos por un país que al 2017 era el que invertía
menos en el sector entre todos los países de América del Sur– socialmente las
medidas y recursos contemplados estuvieron lejos de llegar a todos los sectores
a los que estaban destinados, fueron incapaces de resolver la pérdida de
ingresos y empleo de la población, mientras los trabajadores consumieron sus
ahorros (CTS y AFP), en un escenario en el que no se ha resuelto la continuidad
de la cadena de pagos. En resumen, un balance con luces importantes –la
cantidad de vidas que se salvaron por un aislamiento temprano y drástico– pero
con innegables sombras.
En este escenario, a partir de las crecientes
dificultades presidenciales para comunicarse, los defensores del
modelo económico arreciaron en su campaña contra el gobierno acusándolo del
fracaso en su manejo de la pandemia, olvidando su parte de responsabilidad en
la construcción del Estado débil,
ineficiente, clientelar y corrupto que edificamos a lo largo de nuestra
historia y que en su actual versión neoliberal, es una construcción a imagen y semejanza de ese paradigma y de la ideología del libre mercado. Sorprendente, porque
el compromiso del mandatario con el modelo está fuera de discusión.
A pesar de tales limitaciones y ataques, el 70% de
aprobación que alcanza el Presidente en la última encuesta, sigue siendo alto.
La opinión pública parece asignarle un rol «protector» al mandatario, pero más
allá de ello, sectores de la misma tienen claro que la presión de los grandes
por activar la economía es distinta a la que es mayoritaria entre la gente.
Aquellos buscan su ganancia y beneficio a diferencia de los cientos de miles
preocupados por defender su empleo, conseguir medicinas, defender la educación
de sus hijos; en una palabra, sobrevivir y resolver su día a día. De allí que en la encuesta 74% perciba que el gobierno hace lo que puede
dentro de las limitaciones que enfrenta, aunque 32% de ese total crea que ha
cometido errores en la gestión sanitaria; mientras que el 71% opine que hace lo
que puede dentro de las limitaciones que enfrenta, aunque 39% de ese total
perciba que ha cometido errores en la reactivación económica.
Lo
que evidenciarían tales resultados es que más allá de la aprobación de la
gestión del Presidente, lo que le interesa a la población es cómo pasar este
difícil trance que los confronta con el miedo a la muerte y con los efectos de
la crisis económica, que como recordaba alguien, puede ser otra forma de morir.
En otras palabras, más allá de todos los fallos gubernamentales, muchos de
ellos groseros y alentados por quienes hoy día lo señalan, la gente percibe a un gobierno que hace lo que puede, intenta acompañarlos y se muestra visible, lo que hasta ahora le
alcanza al mandatario.
En cualquier
caso, el mandatario sigue en su juego. Dándose cuenta de que la pandemia ha
devuelto al país la centralidad de lo público, donde se le reclama al Estado
una función asistencial y de cuidado de la salud de la gente y, a la vez, se le
cuestiona su capacidad de regular, ordenar, controlar y promover, más aún en un
contexto de emergencia como el que vivimos, encontró en el abuso reiterado de
las clínicas privadas –cobros indebidos por las pruebas Covid-19, precios
groseramente abusivos por las medicinas y servicios y total falta de
transparencia en sus tarifas– la oportunidad para aparecer con fuerza «defendiendo»
a la gente, no obstante la falta de voluntad política de su gestión para subordinar al sector privado al interés público usando la Ley
de Salud como lo anunciaran dos meses atrás, apelando provocadoramente al
artículo 70 de la Constitución y causando los estragos que se observaron entre
Confiep y Asbanc en el frente empresarial.
Con estos
elementos, más allá de incertidumbres y expectativas, el segundo semestre será
caliente con un actor con renovados bríos, el Congreso de la República, que
mirando al 2021 ya tiene en agenda la interpelación de seis ministros,
convencidos seguramente de que recordar es volver a vivir.
desco Opina / 3 de julio de 2020
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