La eventual vacancia del Presidente de
la República sigue aceleradamente su curso. El Congreso ya dio paso a la moción
multipartidaria presentada días atrás y entramos así a un nuevo momento de una
película con final incierto. Las encuestas recientes no son favorables para el
mandatario. La última hecha pública, le asigna un 76% de desaprobación, 58%
de los encuestados declara estar de acuerdo con que lo vaquen, 38% cree que el
Congreso quiere vacarlo por delitos que cometió cuando fue ministro, y 28% por
el indulto a Fujimori. Ello coincide con el descrédito político del Congreso de
la República que tiene una desaprobación tan alta como la de PPK según otras
encuestas, y el convencimiento de la vinculación de las principales figuras
políticas y empresariales del país, involucradas en mayor o menor medida con el
caso Lava Jato.
Aunque los actores creen que se trata de
la batalla final y actúan en consecuencia, todo indica que estamos empezando a
vivir apenas otro episodio de un film que se torna cada vez más oscuro, como
parte de la caída de un modelo político y económico que hace agua
crecientemente por todos sus lados. En esa dirección, el Congreso de la
República, en un procedimiento por lo menos inusitadamente acelerado, «interpretó» el mecanismo del voto de confianza,
buscando acotarlo y bloquear –por esa vía– la eventual intención del Ejecutivo
de cerrar el Congreso. Con una chaveta, frente a una espada aparente –porque
aceptan que es el Tribunal Constitucional el que finalmente tendrá la última
palabra ante la impugnación que seguramente se presentará– los parlamentarios «blindaron»
el proceso ya en curso, al costo del escaso crédito que tienen con la opinión
pública.
En este escenario, los últimos tres
meses, cumpliendo alguna vez con una de sus promesas, el mandatario se está
defendiendo como «gato panza arriba». Es verdad que a costas del país, pero lo
está haciendo. Los famosos avengers, la
lenta sangría de parlamentarios de Fuerza Popular y el anuncio de la presencia
de Trump en la Cumbre de las Américas, son parte de los «logros» de su
resistencia y tenacidad. Como es obvio, los costos resultan altísimos –el indulto
a Fujimori, la patética posición en la que se encuentran la Cancillería y el
país por la «desinvitación» a Maduro y su exhibición constante con algunos de
los congresistas menos «virtuosos» y más folklóricos de la representación
nacional–, pero no le importan en su objetivo de permanecer en la Presidencia y
tratar de «blindarse» de las acusaciones de corrupción.
En esa lógica, todo vale. Desde
descubrir «conspiraciones comunistas», hasta dedicarse a cazar «traidores»,
como formas de comprometer a la mayor cantidad posible de actores en general,
pero especialmente a Martín Vizcarra, en particular. Éste, cuyo nombre
recuerdan apenas el 19% de los encuestados, aparece como la «esperanza» para
unos y el eventual «villano» para otros, guardando un silencio prudente y
limitándose a sostener que no se reúne ni habla con nadie. Mientras desde el
gobierno (Mercedes Aráoz, Juan Sheput, Gilbert Violeta) un día insinúan que es
un felón y el otro, dicen que les ha anunciado su lealtad a PPK.
Entre tanto, los peruanos de a pie nos
encontramos cotidianamente afectados por un país sin norte. Miles de colegios
en mal estado al inicio del año escolar, encarecimiento paulatino de los
medicamentos, servicios de salud colapsados, tarifas públicas que suben subrepticiamente,
abusos cotidianos de muchas de las grandes empresas, delincuencia cada día más
osada y desbordada, caída del empleo y un largo etcétera más, que explican los
malestares diarios que vivimos y que no parecen tener una conexión clara con la
disputa política a la que estamos asistiendo.
Así las cosas, cabe preguntarse si la
mentira pertinaz, si la negación de la realidad que es capaz de confundir una
muralla china con una puerta giratoria, no es un argumento suficiente para
pensar que el mandatario debe dar un paso al costado. La ceguera
moral permanente sobre uno mismo y sus actos, es demasiado grave. Máxime,
cuando se tiene la responsabilidad de liderar un país como el nuestro.
En cualquier caso, estamos lejos del
final de la película. ¿Habrá en el Congreso 87 votos antes de fin de mes? De
haberlos, ¿aceptará la Presidencia Vizcarra? De aceptarla, ¿aceptarán los
partidos sus condiciones, si las tuviera? Parece claro que el repertorio de
respuestas posibles de los protagonistas actuales –el Ejecutivo y el Congreso–,
serán siempre insuficientes e insatisfactorias. Sólo cuando los malestares de
la sociedad se conecten con el desencanto permanente que les genera la política
y se apropien de ella, dejaremos esta situación «gatopardesca», en la que se
trata de cambiar todo para que nada cambie.
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