El asunto Oscar López Meneses nos recuerda no sólo que el llamado montesinismo vive y
mantiene efectivas las redes tejidas por la mafia orquestada durante el
gobierno de Fujimori. También nos muestra una dimensión radicalmente pragmática
de la política local, al quedar claro los variados intereses que para su juego
propio, intentan usar a este personaje gris: desde dilucidar conflictos entre
policías y militares, hasta definir posiciones entre el gobierno y el
fujimorismo, o el Poder Judicial y el Ejecutivo, entre otros frentes.
El caso, entrampado en
dimes y diretes, es útil para mostrar la facilidad con que la atención pública –la de los medios y de los políticos de turno– se dirige hacia asuntos de
aparente turbiedad, dejando lejos del escrutinio ciudadano, decisiones ahora
mismo en curso para enfrentar al menos tres escenarios definitorios: la
seguridad en el país, la eventual crisis económica y el futuro de las regiones
luego de las elecciones de octubre.
La interpelación al
ministro del Interior sobre su teatral desempeño confirma las limitaciones de
nuestros congresistas para fiscalizar las políticas de Estado. Con las honrosas
salvedades de Marisol Pérez (PPC), Rosa Mavila y Verónika Mendoza (Frente
Amplio-AP), quienes le dieron dimensión política a la visita de Urresti al
Parlamento, los demás congresistas naufragaron en lo insustancial, la chabacanería en el caso del fujimorismo, y la defensa acrítica y populista, del oficialismo, para quienes el del Interior es un ministro «exitoso» a quien se le interpela por que los peruanos somos por naturaleza envidiosos del éxito ajeno.
En el frente económico,
una ola negra parece estarse formando en el horizonte y quienes administran la
precaria bonanza peruana intentan ocultar lo evidente. Basta compararnos con los logros que exhiben hoy los gobiernos de Chile, Ecuador y la hasta hace poco menospreciada Bolivia, y lo que trabajan sus ministros de economía para
resistir el embate, para saber que en el Perú hemos desperdiciado el ciclo de
alza del que se benefició la economía nacional y permitió navegar «en
automático» al gobierno de García tanto como al de Humala.
Al parecer, a diferencia de la crisis financiera del año 2008, ésta viene incubando desde hace tres años tendencias de naturaleza más profunda para la cual solo
contamos con algunos ahorros que esta misma crisis se podría tragar. La
educación, la salud, la diversificación productiva, el desarrollo agrario
interno del país están con notas desaprobatorias y la lista de lo importante
que no se ha hecho pero que debimos hacer aprovechando la bonanza, es
dramática.
Un dato duro para el
flujo de caja –y para la doctrina del chorreo– es que los proyectos mineros
están bajando de velocidad, si no parando, y no necesariamente por conflictos
con poblaciones que se resisten, sino como proyección y efecto de la crisis internacional (en nuestro caso principalmente por la
menor demanda china de cobre). Las únicas salidas que imagina el gobierno parecen ser otorgar mayores facilidades al capital
extranjero (incluida la relajación de la norma ambiental), iniciativas para
bajar el IGV, –incluyendo lo que le toca al Impuesto de Promoción Municipal (IPM) visto como fuente de corrupción– y establecer
una reforma laboral que es en realidad otro «paquetazo» que reducirá beneficios
y derechos a las y los trabajadores, a la medida de lo que exigen las insaciables Confiep y la SNI.
Los resultados globales
de octubre y la pronta segunda vuelta en más de la mitad de las regiones, más
que renovar el horizonte de la descentralización, aceleran la tendencia dictada
a conveniencia desde el MEF: concentrar recursos, cerrar las arcas regionales y
reducir el «ruido» político, así como tener una estrategia –no muy brillante,
pero suficiente para la tribuna– que permita contar con cierta caja para los
malos tiempos. En resumen: media docena de gobiernos potencialmente anti
mineros, un buen grupo de candidatos ganadores o en competencia, que tienen
juicios y pueden ser inhabilitados por sentencias, y un voto antigobiernista
concentrado, por razones quizá opuestas, en Cajamarca y Madre de Dios.
En lugar de atender
esto, seguimos entretenidos en procesos puramente coyunturales y en la construcción
de estrategias políticas para las cada vez más próximas elecciones generales del
2016. ¿Cómo superar esta situación y
abordar temas verdaderamente de fondo para el futuro del país y sacudirnos de
esta inercia?
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