El apelativo “Ley Chlimper” remite a la legislación aprobada durante el gobierno fujimorista en el año 2000, impulsada por el entonces ministro de Agricultura José Chlimper, él mismo, empresario agroexportador. Aunque se prometió que sería temporal, se extendió por cerca de veinte años, lo que generó diversas protestas de los trabajadores agrícolas que fueron reprimidos y criminalizados en todo momento, hasta que se derogó la ley el año 2020.
En diciembre del año 2020 el gobierno aprobó la Ley Agraria N° 31110. Su
propósito fue prolongar por un tiempo adicional los beneficios de los
agroexportadores. Particularmente de siete de las grandes empresas transnacionales que operan en el país. Su intención
principal fue mantener el impuesto a la renta (IR) de las empresas
agroexportadoras. La tasa se redujo gradualmente, pero manteniéndose en un
mínimo del 29.5% buscando equiparar los beneficios laborales y tributarios que
de por sí ya eran fuertes.
El proyecto actual, (aprobado en primera votación el 4 de junio),
establece una reducción a costa del Estado al 15 % por 10 años (2025–2035) y
propone eliminar completamente el límite temporal, sin una justificación
técnica clara. El debilitado Ministerio de Economía y Finanzas se ha limitado a comentar que esta decisión crea
un déficit fiscal estimado en S/ 1850 millones de soles anuales, lo cual
generaría un costo total aproximado de S/ 20 000 millones si se prolonga más de
una década. Lo que se está haciendo es concederles excesivos beneficios
tributarios a las grandes agroexportadoras afectando al Estado, que por esta
redistribución regresiva perderá recursos que podrían destinarse a educación,
salud, infraestructura y seguridad que requerimos todos los peruanos.
El sector agroexportador
que generó US$2.991 millones de dólares en solo los primeros tres meses del
presente año podría seguir pagando menos impuestos que el resto de peruanos.
Por lo pronto, actualmente, los agroexportadores pagan menos EsSalud, por lo
que la atención médica de sus trabajadores es parcialmente subsidiada por el
Estado.
Los principales gremios (CGTP, Conveagro, y federaciones de trabajadores) que han criticado la nueva ley por
solo beneficiar a grandes empresas, han hecho notar al país que esta decisión
del Congreso deja en desventaja a la agricultura familiar, la cual agrupa a
cerca de 1.5 millones de pequeños productores.
Por cierto, se ha procedido a votar una ley que no ha contado con un
mínimo acompañamiento social, es decir, sin consultas previas ni diálogo con
gremios agrarios y sectores opuestos a la informalización laboral y la exclusión de
la agricultura familiar. Además, si antes los
beneficios tenían un tope temporal, ahora se pretende eliminar todo plazo para
los mismos.
Las empresas que
verdaderamente se verán beneficiadas –menos de 20 a nivel nacional–, permite
considerar que se trata de una ley con nombre propio que otorga ventajas
tributarias sustanciales a tan solo un puñado de agroexportadoras; son
mayoritariamente del norte, zona que concentra el potencial agroindustrial del
país, lo que explica el afán particular de los legisladores de aquella.
Peor aún, ha dejado de
lado a la mayoría de los productores agrarios del país, los productores
familiares que son al menos dos millones de pequeñas unidades agrícolas
familiares, así como a los medianos y pequeños productores del campo. ¿Tanto
esfuerzo nacional para que se la lleven unos pocos?, ¿vale la pena impulsar de
este modo un sector de la economía –si bien de punta en el mundo, con arándanos
y paltas que usan grandes volúmenes de agua y concentra gran cantidad de tierra–
que al no pagar impuestos ni crear empleo de calidad, lo que genera es malestar
social?
Adicionalmente, a
diferencia de la anterior ley, se ha disminuido la capacidad de fiscalización laboral del Estado, reduciendo el alcance de la Superintendencia Nacional de Fiscalización Laboral (Sunafil) en las agroexportadoras, favoreciendo
así la informalidad laboral. Esto ocurre en un
sector donde el 94% de los contratos son temporales y la tasa de
sindicalización ha caído a un mínimo histórico de 2%.
Ante esta situación cabe finalmente preguntarnos ¿qué tan sostenible es
para un país otorgar incentivos tributarios tan prolongados sin comprometer
recursos para sectores clave como salud, educación o infraestructura? Recordemos
que, a nivel internacional, los incentivos al sector agrario suelen tener
focalización clara (por ejemplo, pequeños productores, prácticas sostenibles o
inclusión social como ocurre en Brasil, México y España) y siempre plazos
definidos con evaluaciones periódicas. La Ley Chlimper 2.0 se aparta de estos
principios, privilegiando a grandes empresas agroexportadoras sin
contrapartidas de sostenibilidad o equidad, y con un horizonte indefinido que
compromete la salud fiscal del Estado peruano.
No se trata de una ley cualquiera que atañe únicamente al campo. Llega,
por omisión y direccionamiento, a favor del gran capital y afecta la seguridad
alimentaria y la sostenibilidad que requerimos en la producción agraria para
más de 34 millones de habitantes del Perú.
desco Opina / 13 de junio de 2025
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