Este año concluye el Plan Nacional de Acción por la Infancia y la Adolescencia (PNAIA), formulado una década atrás, sin que hasta la fecha se haya realizado algún balance global, un informe de cumplimiento de sus metas establecidas o cuando menos la convocatoria a organizaciones de la sociedad civil para aportar en la elaboración de un necesario plan de continuidad. Como lo muestran algunos indicadores sobre salud infantil, embarazo adolescente, participación y violencia hacia niñas, niños y adolescente, hay avances importantes, pero los problemas identificados hace diez años subsisten y no se lograrán las metas, fundamentalmente en las zonas rurales y en las de mayor pobreza.
El Plan estableció 6 metas emblemáticas: (i) reducción de la desnutrición crónica infantil a 5%, (ii) 100% de niñas y niños de 3 a 5 años con acceso a una educación inicial de calidad, (iii) 70% de niñas y niños de segundo grado de primaria con un nivel suficiente de comprensión lectora y razonamiento matemático, (iv) reducción de la tasa de maternidad adolescente en 20%, (v) los adolescentes acceden y concluyen en la edad normativa una educación secundaria de calidad, (vi) disminución de la violencia familiar contra niñas, niños y adolescentes. Recientemente, desco, en el marco de uno de los proyectos que ejecuta en torno a restitución de derechos vulnerados en niñas, niños y adolescentes, concluyó un estudio acerca de la evolución y proyección de indicadores en perspectiva territorial, de género e interculturalidad del PNAIA 2021; priorizando 17 indicadores de 6 de los 25 Resultados Esperados del Plan. Se muestran acá algunos de sus alcances, ligados a los temas de salud, embarazo adolescente, participación y violencia.
Los datos indican que muchas de las metas no se cumplirán. Si bien la tasa de mortalidad neonatal disminuyó de 12.5 a 9.9 en el periodo 2012-2018 y la de mortalidad materna también se redujo, empeoró la proporción de nacidos vivos con bajo peso al nacer en 2020 con respecto al 2014, empeoró la proporción de recién nacidos vivos prematuramente y disminuyó el porcentaje de neonatos que reciben lactancia materna dentro del primer día de nacidos, según datos del INEI. Además, si bien la desnutrición crónica en niños menores de 5 años y la anemia en infantes entre 6 y 36 meses, disminuyeron entre 2012 y 2020, ese año el porcentaje de menores de 36 meses con vacunas básicas completas, cayó al 69.4%.
En el caso del embarazo adolescente es importante observar una diferencia entre antes y después de la irrupción de la pandemia. Si en el periodo 2012-2018, el porcentaje de mujeres de 15 a 19 años de edad que eran madres o estaban embarazadas por primera vez disminuyó a 12.6%, en 2020 se redujo a 8.3%, aunque en aquel primer año se mantienen ciertas regularidades, como su alta prevalencia en el ámbito rural. En cuanto a la violencia hacia niñas, niños y adolescentes, hasta el 2019 la incidencia disminuyó apreciablemente en sus variantes familiar, escolar y sexual. Sin embargo, la pandemia ha puesto en riesgo estos avances. 48 de cada 100 niñas y niños justifican la violencia hacia ellos en el hogar y 40 de cada 100 jóvenes hacen lo propio. Los hogares enfrentan situaciones que les generan malestar emocional (pérdida del empleo, reducción de ingresos, sobrecarga de actividades de cuidado y crianza, entre otros) que incrementan el riesgo en las familias hacia los menores de edad. Lo grave es que, al margen de la pandemia, la violencia sexual que ha venido en aumento es la que se perpetra hacia niñas y niños de 0 a 11 años de edad, solo considerando los casos visibles a partir de denuncias, en espacios que se supone deben proporcionar seguridad: hogar o vecindario, de donde proceden frecuentemente los agentes agresores.
En general, la pandemia del Covid-19, no ha afectado drásticamente los indicadores, que mantienen su tendencia desde el 2012, siendo claro que no se lograrán las metas. La pandemia ha afectado sí, la operatividad de procesos habituales que implican presencialidad, como es el caso de la cobertura de vacunas básicas completas, notándose ya una cierta mejora los últimos meses de este año con el progreso relativo en el control sanitario de la pandemia.
Ésta ha supuesto una reconfiguración de las interacciones sociales. Su traslado al entorno digital, donde como país tenemos grandes brechas por cerrar, ha afectado dramáticamente la socialización. En este contexto resulta llamativa la disminución de la incidencia del embarazo adolescente el 2020 frente a la situación del periodo 2012-2019, donde la política pública hizo muy pocos avances y registraba un crecimiento en las zonas rurales, donde uno de los factores que aparecían era la iniciación sexual temprana sin uso de preservativos entre parejas menores de 18 años o parejas donde el varón mayor imponía sus decisiones. La pandemia habría debilitado estos escenarios, momentáneamente.
Si bien en los últimos años ha habido muestras de voluntad política para crear espacios institucionales de participación a nivel regional (Consejos Consultivos de Niñas, Niños y Adolescentes – CCONNA) el porcentaje de gobiernos regionales donde participan niñas, niños y adolescentes en el ciclo de políticas públicas en temas que les involucran o interesan, pasó de 12% a 96%, el avance en la participación real es pobre: 4 de cada 5 niñas, niños y adolescentes manifestaban que carecían de espacios locales para expresar sus opiniones y puntos de vista antes de la pandemia, en una sociedad donde más de 1 de cada 2 miembros del hogar no participa organizadamente. Por cierto, la digitalización y los entornos semipresenciales no parecen prometer avances en la participación en el corto plazo. Queda entonces el reto de convertir a los CCONNA en espacios de auténtica participación y formación de ciudadanía.
Es evidente que se requiere actualizar la formulación del Plan, proyectándolo al 2030, en concordancia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y con la “nueva normalidad” como condicionante de los programas y estrategias de intervención pública. Todo el planteamiento debe apuntar a superar las heterogeneidades territoriales en cuanto a resultados por cada indicador. Incorporar una estrategia digital explícita y focalizada debe ser un componente significativo, además de desarrollar con mayor amplitud y claridad la forma de operativizar los enfoques transversales de equidad, género e interculturalidad. El objetivo debe ser reconfigurar los espacios de convivencia para convertirlos en espacios de seguridad donde el cuidado, respeto e integridad física y emocional de las niñas, niñas y adolescentes sean sus rasgos fundantes. Nos encontramos, lamentablemente, aún alejados de esta aspiración.
desco Opina - Regional / 12 de noviembre de 2021
descoCiudadano
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