Los últimos días del ahora exministro Walter Ayala fueron más tristes de lo que suelen ser estos momentos para aquellos funcionarios que deben irse, pero buscan un milagro a sabiendas que todo está consumado.
En los pocos meses que ejerció como ministro de Defensa, no dio pie con bola. No recordamos alguna afirmación, siquiera una frase retórica con la que intentara sino definir, al menos darnos un bosquejo de lo que buscaba hacer. Es cierto que esto no lo alejó demasiado del promedio de una secuencia de ministros –militares retirados, premieres efímeros ahora encausados por la justicia o literales neófitos en la materia– que dejaban muchísimo que desear.
Para el caso, los que ahora reclaman airadamente la falta de idoneidad de los funcionarios del actual gobierno, deberían recordar que lo que llamaron «gabinete de lujo» del encausado PPK, incluyó a un ministro de Defensa que en noviembre de 2016 debió renunciar al revelarse sus vínculos personales con una asesora de su despacho, a la cual presumiblemente había favorecido con un ascenso. La justificación fue memorable: “Lo que he cometido es un hecho de amor. Mi único delito es haberme enamorado”.
Pero, aunque no es argumento válido hurgar los acontecimientos pasados de otros para justificar los propios, podemos referir algunos de ellos, precisamente, para lograr mayor nitidez en lo que aconteció con Ayala.
Al respecto, deben ser cada vez menos los que recuerdan la decisión que debió tomar el general Velasco Alvarado para imponer al vicealmirante Guillermo Faura Gaig como ministro de Marina, obligando a que pasen al retiro varios vicealmirantes y luego de haber alterado previamente el escalafón de ascensos, como medida para sortear la amenaza de insubordinación que empezaron a mostrar los altos oficiales navales desde 1974, por lo menos.
Pero, si lo de Velasco es perfectamente explicable por las circunstancias políticas, lo hecho por Vladimiro Montesinos en los años 90 superó con creces cualquier cálculo en ese sentido. En diciembre de 1991, auspició la promoción del general Hermoza Ríos como comandante general del Ejército y para lograrlo debió distorsionar el cuadro de ascensos permanentemente a partir de ese momento.
Es decir, si le creemos al exministro Ayala sobre lo que sucedió previamente al pase al retiro de los comandantes generales del Ejército y la Fuerza Aérea, dada la casi insignificancia de lo que estaba comprometido, estamos ante una situación de clamorosa incompetencia política que basta y sobra para ser puesto de lado. Expresado de otra manera, Velasco y Montesinos hicieron gala de su poder cuando tomaron las decisiones que se refieren líneas arriba. Seguramente, el exministro Ayala ya debe haber comprendido que, si tenía alguno, no le alcanzaba para algo sideralmente menor a lo que estaba comprometido en aquellas ocasiones.
De otro lado, la ocasión también ha traído noticias auspiciosas. Por ejemplo, constatar que la premier Mirtha Vásquez disputa cada centímetro de poder, demostrando que lee correctamente la política. En efecto, aceptó el cargo sabiendo que debía amoldar el Gabinete para conseguir objetivos mínimos pero muy valiosos, dada la precariedad extrema del gobierno del presidente Castillo. Por eso su actitud ante Barranzuela. Por eso su posición ante Ayala.
Asimismo, no se retira al primer escollo o insolencia proveniente desde el lado cerronista. Por el contrario, los enfrenta, los amenaza soterradamente y los obliga a mostrar lo que tienen, lo que, finalmente, es la forma para evidenciar que más allá de la palabra altisonante no hay nada.
La pregunta, a estas alturas, es hasta cuándo le durará la paciencia a la Premier, formando parte de un Gobierno reacio a darse coherencia y que desata crisis semanales sin que nadie se las provoque.
desco Opina / 19 de noviembre de 2021
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