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Las oportunidades que ofrece la economía rural en tiempos del Covid-19


Centenares de personas, adultos, jóvenes y niños e incluso ancianos, se han venido movilizando diariamente desde el inicio de la cuarentena, hacia la sierra y selva central del país. Esto ha quedado en evidencia con la detención de más de 500 personas, el 13 de abril.
En efecto, todas ellas han manifestado no disponer de más recursos para seguir alimentándose, que no cuentan con efectivo para pagar sus alquileres y que su economía se basa en el día a día, evidenciando una vez más la situación que ya era conocida: la falta de empleo formal, la ausencia de viviendas dignas e inexistentes servicios que debieran ser ofrecidos por el Estado. Pero, también la «criollada», que opaca las mejores intenciones políticas porque al no contarse con herramientas eficientes para focalizar las necesidades de los peruanos y peruanas, la falta de principios de algunos ha dificultado aún más el acceso al bono de subsidio otorgado a familias e independientes, dejando a muchas personas fuera de estas compensaciones que, aunque mínimas, son valiosas para los que tienen poco o nada.
No es una historia reciente, aunque la crisis de salubridad la haya evidenciado nítidamente una vez más. A partir de 1950 se inicia el desplazamiento masivo de grupos de migrantes hacia la capital, proceso que se agudiza en el periodo de violencia política y que finalmente pasa a constituir una práctica frecuente de los pobladores, que en la búsqueda de mejores oportunidades sea de empleo, educación, salud u otros, termina dejando su pueblo de origen. A partir de esta movilización de la población, vigente hasta el momento, se originan diferentes escenarios en la sociedad peruana; por un lado, un crecimiento excesivo y desordenado de ciudades como Lima, Arequipa, Huancayo, entre otras y, por otro, un despoblamiento de departamentos con altos niveles de ruralidad, en los que encontramos poblaciones con tasas altas de adultos mayores y niñas, niños y adolescentes, cuya fuerza laboral se ha visto afectada de manera contundente y que hasta el día de hoy, no avizoran un posible cambio.
Así, el espacio rural –asociado fuertemente a la agricultura familiar– no ha sido una alternativa para estos peruanos migrantes, que decidieron apostar por opciones diferentes en los espacios urbanos que, muchas veces, no les otorgó las condiciones mínimas para mejor calidad de vida, pero donde las referencias de negocios pujantes continúan alimentando ese sueño, el mismo que se ha visto opacado por la propagación de la epidemia más importante de los últimos tiempos, el Covid-19. Es a partir de las medidas de aislamiento social adoptadas, que el sentido de estos flujos migratorios ha cambiado radicalmente, principalmente de los migrantes temporales, y así su inminente retorno de las grandes ciudades –principalmente Lima–a sus pueblos de origen, se está dando a paso de carrera.
Ante este retorno masivo, que algunos han denominado el éxodo de los migrantes a sus pueblos, la primera reacción de las autoridades huancavelicanas, por ejemplo, ha sido prohibir el acceso de los mismos con el argumento de evitar un aumento de contagios en sus territorios; dejando de atender a un grupo de personas que probablemente emitieron su voto a favor de ellos, porque muchos cuentan con un DNI que refleja sus lugares de origen.
Sobre ello, no es oponerse obviamente a las restricciones de movilización y del desarrollo de diferentes actividades sociales, económicas e incluso culturales. En su lugar, debe apelarse a salidas prácticas que no se opongan sino faciliten la reinserción de los que regresan a la economía familiar rural, que aun con sus carencias y dificultades la hace una economía de subsistencia, evidentemente asegura que las personas puedan alimentarse mínimamente.
Es oportuno reflexionar sobre esta situación, identificar los riesgos para controlarlos, así como las oportunidades que representan para el campo peruano. En esa línea, preguntamos si no es más sensato cuestionarnos sobre lo que se ha hecho para desarrollar la base productiva de los departamentos con fuerte presencia rural y si acaso no estamos ante una oportunidad para que los gobiernos regionales propongan alternativas de desarrollo que no sean solamente la producción de materia prima, sino ir más allá y proponer valor agregado enlazado con la industrialización e incorporación de tecnología innovadora para alcanzar la competitividad de los sistemas productivos, otorgando nuevas oportunidades.
Debemos asumir que es legítimo que las personas busquen mejoras materiales para ellas, más confort, mejores expectativas. Esto no es el problema sino, por el contrario, lo que debe fomentarse. El reto es cómo formar el contexto adecuado para hacerlo realidad, siendo lo más urgente salir de entornos de subsistencia y asegurar empleo digno que permita los ingresos necesarios para mejorar las condiciones de vida. Si no es así, solo aseguraremos la precariedad y fragilidad que, ciertamente, la pandemia no ha generado, sino ha contribuido a evidenciar con claridad. Por lo pronto, el retorno no se ha detenido.

desco Opina - Regional / 17 de abril de 2020
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