El Mensaje a la Nación que inaugura el
segundo año del gobierno de Peruanos por el Kambio fue, qué duda cabe,
decepcionante. La expectativa era poca, es cierto. No obstante, el carácter
ritual que se le confiere a este acto donde se actualiza la noción de comunidad
nacional genera sentimientos no justificables a la vista del primer año de PPK,
pero sí muy humanos, como la esperanza. ¿Alguien recuerda la “revolución
social” con la cual emprenderíamos el camino a ser un país más justo y
solidario? Hoy, las medidas se centran, como siempre, en la reactivación
económica pero sobre todo en el corto plazo. Tal es el bajo vuelo de las
aspiraciones gubernamentales.
Por otro lado están los múltiples
vacíos. El ejercicio de detectar qué cosas no se dicen en un discurso podría
resultar estéril si algunos silencios no fueran elocuentes al punto de parecer
cómplices. Hay ya varios señalamientos sobre lo que el Presidente omitió,
entre ellos lo más clamoroso es su renuencia a abordar la protesta y las
paralizaciones del magisterio y de la Federación médica. Para variar, la
‘calle’ no apareció en el Congreso este 28 de julio.
Quizá lo más sorprendente ha sido el mal
manejo económico que tras un año, ha merecido ya muchas críticas y
diagnósticos. En ese sentido, el reconocimiento del Ministro de Economía y
Premier del error en que incurrieron al contraer el gasto público, debe leerse
como un componente tácito en los mea
culpa del Presidente en su discurso. PPK, el hombre que subestimó, alude a
los shocks de El Niño Costero y Lava Jato, pero no dice nada sobre haber
apostado casi exclusivamente al juego de los destrabes y la ejecución por medio
de APP como medida de reactivación para una economía urbana hoy al borde de la
recesión. Al destrabe se suma el impulso que se piensa provea la reconstrucción
y la apuesta por usar los Panamericanos; la reactivación al ritmo de la
construcción de estadios y villas deportivas.
Pero, hay una contradicción aquí, las
medidas se orientan más a la reactivación en el corto plazo, pero la meta
de déficit fiscal, es decir, el ‘permiso’ que se da el gobierno para
endeudarse, aunque aumentó de 2.5% a 3% del PBI, parece muy bajo para sostener
fuertes impulsos de inversión pública. En suma, en 2017 no habrá gran
reactivación económica. Los efectos podrían llegar a verse en 2018. ¿Y después?,
no queda tan claro. Hay algunas señales sobre enmendar el rumbo, pero aquí
también asoma la ideología. Un comentarista advierte sobre los peligros de una
supuesta “planificación central” a propósito de la propuesta Autoridad Autónoma del Transporte, incluyendo una melancólica defensa de
las combis que seguro nunca utiliza. Dentro del mismo gobierno debe dejar de mirarse como ‘burocratización’, lo que podría interpretarse como atisbos de una institucionalidad que no existía hacia fines de los Noventa. El necesario debate sobre la
fiscalización laboral es expresión de eso.
El tema de la reconstrucción muestra una
lentitud pasmosa con un plan que no llega a formularse. El renovado entusiasmo
por la misma tiene que ver menos con un imperativo moral para con los
conciudadanos que sufren y más con el rol de la misma como ‘motor’ de la
reactivación. Las imágenes nos muestran como en la ciudad de Lima hay ciudadanos y ciudadanas que tienen que arriesgar su vida pasando por los puentes desplomados por el río y no hacen sino confirmar la dejadez.
Como podría esperarse, si las autoridades políticas tuvieran que usar esos
puentes todos los días, ya se habrían arreglado. Tal fue el caso en la
“reconstrucción” de Pisco tras el sismo de 2007; a las pocas semanas se habían
reestablecido grandes emprendimientos comerciales, mientras que la población
dormía en carpas. Si Alan García se enfrentó en el discurso y en los hechos a
la noción de equidad y justicia ciudadana, el gobierno de PPK lo hace por
omisión. Pareciera que lo que no se puede resolver en una oficina, en una reunión
de ejecutivos no tiene solución, o no es un problema.
La mención inicial de PPK a los peruanos
y peruanas que se arriesgaron durante la emergencia es un mensaje poderoso
porque ofrece reconocimiento a una actitud de desprendimiento y solidaridad.
Pero viéndolo bien, puede que el mensaje también sea que este gobierno no se va
a ocupar de la “sociedad” y que ésta va a tener que recurrir a gestas heroicas
si quiere mantener la cabeza fuera del agua. Hay una desconexión cada vez más
clara entre el gobierno y las necesidades de las mayorías, más allá de medidas
aisladas. Igual sucede con la oposición fujimorista, que se desentendió muy
rápido de su promesa de poner en agenda los temas de su plan de gobierno. Este
contexto que nos ha dado ya dos reuniones PPK – Keiko, parece haber puesto
algunos temas en agenda en un ambiente de concesiones y desplantes. Parece
estarse gestando una dinámica que termina excluyendo a la sociedad, con el riesgo
de radicalización que eso supone.
Al gobierno le falta manejo político, esto se ha dicho hasta la saciedad.
Pero además, le falta una visión sobre la forma en la que funciona la sociedad
peruana, lo cual supone involucrarse activamente con la calle. Este vínculo es
político, pero implica algo que parece que el gobierno no va a exhibir:
autoridad moral para interpelar a la sociedad peruana de frente. El Presidente
aparece atenazado por una concepción del realismo político que no inspira. Si
‘realismo’ se limita a ser un notario de todo lo que no se puede hacer, la
sociedad peruana parece destinada a rescatarse a sí misma cuantas veces sea
necesario.
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