Desde
casi hace un año en el Perú vivimos atrapados en un enfrentamiento entre el
Poder Ejecutivo y la mayoría que
controla el Poder Legislativo, sin puentes que permitan estabilizar la
gobernabilidad. Si bien el reciente episodio de retiro de confianza al ministro de Economía se ve
como más de lo mismo, lo cierto es que es un ambiente cada vez más enrarecido.
Por
un lado, el mito del «gabinete de lujo» ha naufragado en un descomunal desorden,
expresado no solo en marchas y contramarchas como las de Chinchero, o en las
continuas concesiones al chantaje fujimorista, sino en una preocupante parálisis económica. El fujimorismo, por su parte, no parece
interesado en medir el costo político de sus agresiones al gobierno de PPK y es
incapaz de levantar propuesta alguna o de usar su fuerza en el Congreso para
algo que no sea entorpecer al Ejecutivo y restarle oxígeno al gabinete Zavala.
Mientras
ello ocurre, las calles y la vida cotidiana del país nos llenan de señales del
malestar en la ciudadanía, que sin embargo, no merecen suficiente atención en
los medios o en la agenda política gubernamental. Es como si en el país que
habitan PPK y el fujimorismo no existieran damnificados por los efectos del Fenómeno
de El Niño Costero en el norte del país –quienes aún no sienten la ofrecida Reconstrucción con Cambios–, como si no estuvieran
en curso los paros regionales de Tumbes y de Andahuaylas,
o como si no estuviera sobre la mesa la llamada «Ley Pulpín 2», punta de lanza de una seria reforma en
materia laboral.
Se
podría creer que la desconexión entre la política del centro de Lima y la del
resto del país, o el inmovilismo en materia económica son dos flancos por los
que se podrían abrir paso fuerzas que cuestionen el estado de cosas y propongan
salidas que incorporen las demandas de la gente. Pero la verdad es que quienes
están fuera del choque entre el gobierno y el fujimorismo, son incapaces de
abrir un debate serio y responsable que, entre otras cosas, discuta los límites
de la política económica actual y le dé protagonismo a las necesidades de la
gente. La izquierda parlamentaria, ocupada en sus minúsculos conflictos internos, se ha mostrado incapaz de representar con altura a sus electores.
¿Es
posible alguna salida positiva de este estancamiento? ¿Cómo darle lugar a las
demandas reales por empleo, mayores ingresos y seguridad? Si la queremos
democrática, la salida deberá alimentarse de una creciente participación de los
sectores medios y populares. Es urgente por ello que quienes creen representar
a estos sectores asuman compromisos de movilización ciudadana y se muestren
como opción. De otro modo, seguirán su avance quienes pretenden representar no
los intereses, sino los miedos de la gente, alentando el conservadurismo moral,
la misoginia, la homofobia, la xenofobia y el racismo, alimento del fascismo
social que está engendrando esta desconexión entre sociedad y política.
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