El Ejecutivo venía deshojando
margaritas desde el inicio de la crisis provocada por los eventos climáticos,
sobre si la reconstrucción a ejecutarse –cuando pasara el temporal– debía
hacerla un «zar», el Presidente del Consejo de Ministros, un «director general
de la reconstrucción», una entidad centralizada compuesta por un conjunto de
ministros, un espacio que incorporara a las autoridades regionales y locales,
entre otros. Este último quedó casi inmediatamente desechado cuando el propio
Presidente de la República, afirmó claramente que su gestión prescindiría del
segmento «corrompido» del aparato estatal –léase alcaldes y gobernadores
regionales–.
Las «pruebas» fueron profusa y
rápidamente graficadas en las infografías de los diarios nacionales, repitiendo
todos ellos «la galería» de alcaldes y gobernadores prófugos o requeridos por
la justicia, a la que se ha agregado recientemente, Félix Moreno, el gobernador
del Callao.
Lo irónico del caso es que los
señalamientos se hacen desde un Ejecutivo que tiene como antecedentes
inmediatos un inquilino encarcelado y sentenciado por delitos de lesa humanidad
y corrupción, uno prófugo, otro investigado, otro también investigado –al igual que su esposa–
y con impedimento de salida del país, y el ocupante actual sin poder despejar
firmemente las sospechas que recaen sobre él. El único Presidente sobreviviente
que no forma parte de esta lista, está requisitoriado por la justicia italiana
por delitos de lesa humanidad.
Pero, en fin, el hecho es que pegó el
bolo «gobernadores y alcaldes corruptos», lo cual parece legitimar, en el corto
plazo, la decisión de crear una entidad fuertemente centralizada que sería dirigida
por un director general de la reconstrucción, como afirmó PPK el 7 de abril, “con cargo de ministro, con un comité de
ministros que va supervisar esto, (…) que tiene que estar adscrito a algún
sitio y el lugar más obvio es la Presidencia del Consejo de Ministros”. Como
vemos, no se entiende bien esta especie de galimatías presidencial con un
funcionario con rango de ministro a la cabeza, que sería supervisado por un
comité de ministros y que se alojaría en la Presidencia del Consejo de
Ministros.
Sin embargo, los misterios no terminan
allí. Dos días después, el premier Fernando Zavala, afirmó que la reconstrucción estaría a cargo de la PCM. Señaló que “a través de un
pequeño comité de ministros se podrá organizar todo lo relacionado con la
planificación y coordinación de la ejecución de los trabajos que se deben
realizar”. En suma, es parecido pero no es lo mismo que lo declarado por PPK
días antes.
Sin duda, no se cuestionará la
centralista decisión adoptada. Al menos en el corto plazo. Aunque debemos tomar
en cuenta que la historia de la gestión de las reconstrucciones propone
contundentes lecciones a contrario.
En 1970, luego del terremoto que asoló
Áncash, el gobierno militar presidido por el general Velasco creó el Comité de
Reconstrucción y Rehabilitación de la Zona Afectada (CRYRZA), encabezado por la
Primera Dama. Sin embargo, a pesar de tener gran cantidad de ayuda humanitaria
y fondos provenientes de diversas entidades y organismos internacionales, no
tuvo una labor acertada, debido a la falta de capacidad para la gestión. Por esta razón, dos años después,
este comité fue reemplazado por el Organismo para el Desarrollo de la Zona
Afectada de Ancash (ORDEZA).
En las inundaciones de 1998, el gran operador fue Fujimori, quien exhibió su supuesta eficiencia buscando réditos políticos. El 50% del gasto público fue ejecutado por el Ministerio
de la Presidencia, que manejaba Daniel Hokama, con criterio centralista,
provocando una gran cantidad de conflictos con los alcaldes, especialmente con
el entonces alcalde aprista de Trujillo, José Murgia. La posterior
reconstrucción fue liderada por Alberto Pandolfi, ministro de Transportes,
quien presidió un Comité Intergubernamental que debió soportar una inmensa
cantidad de críticas dirigidas, especialmente, hacia la calidad de la
infraestructura vial en la que se había usado no menos del 55% de los recursos
disponibles.
Tras el terremoto ocurrido en junio
del 2001 en Arequipa, el Ministerio de la Presidencia del gobierno de Alejandro
Toledo, creó el Organismo de Reconstrucción y Desarrollo del Sur (ORDESUR), con la
finalidad de manejar los recursos provenientes del BID y del Tesoro Público,
fijados inicialmente en 110 millones y luego incrementados hasta en 525
millones de nuevos soles para la ejecución de 130 proyectos que deberían ser
elaborados y financiados por los gobiernos municipales y los concejos
transitorios regionales que funcionaron en esos años. Casi inmediatamente
empezaron las quejas de los alcaldes, entre ellas las de Juan Manuel Guillén,
alcalde de Arequipa, porque este organismo lejos de manejar un presupuesto
totalmente propio, produjo una merma en los ingresos de los gobiernos locales,
pues el gobierno central derivó a dicho organismo una parte del Canon Minero y
del Foncomun que les correspondía. Además, los alcaldes exigieron ser
incorporados a ORDESUR ente al que calificaron de centralista e ineficiente
pues las partidas económicas para las obras demoraban mucho.
Finalmente, la historia de FORSUR, la
entidad que gestionó la reconstrucción del Sur Chico –Chincha, Pisco e Ica–
luego del terremoto de agosto del 2007, es reciente y más conocida como para
detenernos en detalles. Lo que sí quisiéramos resaltar es cómo este ente
naufragó en medio de los mismos reclamos, demandas y críticas desde los
gobiernos locales y regionales ante la ineficiencia y despilfarro de recursos,
que se escenificaron en las situaciones anteriores.
En esta lamentable historia de
fracasos, ineficiencias y corrupción pareciera que no hay otra manera de hacer
las cosas ni aspirar a mejores resultados. Sin embargo, hubo una circunstancia
en donde las cosas se hicieron bastante mejor que en los casos citados. En
marzo de 1963, la ciudad de Ica sufrió una inundación luego de que el río del
mismo nombre se desbordase. En mayo, se creó la Corporación de Reconstrucción y Desarrollo de Ica (CRYDI)
para atender a los damnificados, implementando un exitoso sistema de crédito
para vivienda que siguió funcionando incluso más allá de la etapa de la
reconstrucción.
Pero, gran parte del prestigio de esta
entidad se debió a la confianza que generó. La CRYDI fue conducida por
personajes de muchísima consideración regional, como José Oliva Razzeto y
Alfredo Elías Vargas, entre otros. Posiblemente, en esto reside la clave que
las opciones centralistas, tan intoxicadas de «tecnocratismo», no han tomado en
cuenta para la buena gestión.
En síntesis; centralizar la
reconstrucción no es ninguna garantía de poner los recursos públicos a salvo de
corrupción, es una vez más «ningunear» a los gobiernos regionales y locales y
ahorrarse esfuerzos por fortalecer sus capacidades, generar situaciones
potenciales de conflicto y de uso ineficiente de recursos y, en general,
debilitar los esfuerzos por consolidar una democracia más participativa y
descentralizada.
desco Opina / 17 de abril de 2017
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