Si nos
guiamos por la más reciente encuesta, Keiko Fujimori tiene
el camino libre al triunfo en la primera vuelta electoral de 2016, sin que
asome otro candidato que le dispute esta ubicación. Se mueve con amplio
respaldo de sectores populares y altos, a los que no parecen importar los
recordatorios de la impunidad en la que viven sus familiares cercanos, prófugos
de la justicia. El reto para Keiko no parecen ser los pendientes de su clan o la conversión vía Harvard de su discurso sobre los derechos humanos, sino
cómo romper el hielo con el electorado urbano predominante –en áreas rurales tiene 47% de preferencia– para enfrentar a las otras maquinarias electorales rumbo al 2016.
Desde la
izquierda, y aún sin una aparición significativa en las encuestas, Verónika
Mendoza busca ser la opción que saque del fondo de la tabla al progresismo. Su
victoria en la consulta ciudadana del Frente Amplio la coloca en una posición de la que la derecha
política empieza a tomar nota y desde la que deberá decidir en qué condiciones
tiende un puente hacia otros sectores de la izquierda, en particular a los
reunidos en «Únete», que se encuentran a la expectativa de una inscripción
electoral tras la salida de Yehude Simon. Un arco de alianzas más amplio es un
paso más claro en dirección a los niveles de protagonismo que adquirió el
progresismo en otros países de América Latina como Brasil, Uruguay, Argentina o
Chile. Dadas las condiciones de los partidos tradicionales –atomización de
Acción Popular y la «apristización» del PPC– moverse en bloque parece una opción obvia.
Condicionando
a todos los jugadores, está el escenario económico. Con un crecimiento menor, parte de la oferta de campaña tendrá que
definirse en torno a cómo mantener el gasto social y sostener niveles de
consumo que no paralicen sectores como el comercio y la construcción, adoptando
medidas que materialicen la tan mentada diversificación productiva, en
respuesta a la baja de precios de los
minerales y en contraposición a la estrategia de aumentar la producción extractiva, promovida por
quienes ignoran que facilitarán así el desplome de precios. Otra agenda, más opaca, se resolverá
en las listas congresales, permeadas por los poderes fácticos: mineros
«tradicionales» y «modernos», importadores y exportadores,
capitales chicos y grandes vinculados al narcotráfico y al comercio fronterizo ilegal. Son los costos
de la informalidad y la corrupción.
Mientras
tanto, del lado formal del poder económico, y tras bambalinas como siempre lo
han hecho, los poderes fácticos no terminan de ponerse de acuerdo sobre como
orientar los resultados electorales más deseables a sus intereses. No está
claro por quién apostarán, por ejemplo, los banqueros, para quienes Keiko no
necesariamente representa la mano dura que siempre han preferido en Palacio de
Gobierno. En general, los poderes fácticos saben que tienen un modelo blindado
con múltiples tratados político-comerciales como el TLC con China y el reciente TPP, todavía oculto para la ciudadanía pese a la
abundante evidencia de que afectan los intereses nacionales y derechos
fundamentales, como la salud. Los que van arriba en la tabla hacia el 2016,
continuarán sin matices este camino. Corresponde a los que ahora están más
abajo, aparecer como una opción que intente representar a quienes lo
cuestionan. ¿Es posible que la izquierda vaya unida en el 2016?
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