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Las lecciones de octubre



La semana anterior fue adversa para la izquierda latinoamericana. Si bien pudo sospecharse lo que aconteció en las elecciones municipales en Colombia, no sucedía lo mismo con las elecciones argentinas.  Hay que añadir los resultados de Guatemala, aunque el dato que emerge de ese país tiene otra tónica, tal vez más cercano a lo que ocurre en el nuestro.
En Colombia, una primera constatación es que el apoyo social que tiene la izquierda no se ha traducido en votos. El golpe más contundente fue en Bogotá, donde tras doce  años de administración izquierdista, las denuncias de corrupción empezaron a saltar y condicionaron el triunfo de Enrique Peñalosa, el candidato centrista, sobre Clara López, la candidata del Polo Democrático Alternativo, aun cuando el Polo incrementó su representación en el Concejo de Bogotá. El vencedor fue un alcalde relativamente exitoso antes de la emergencia izquierdista.
De esta manera, el principal factor para que la izquierda perdiera las elecciones fue la sensación de «mal gobierno». Es decir, no solo se trató de una mala performance en la gestión municipal de Bogotá, sino también de la generalizada idea de que la izquierda carece de proyecto para gobernar. Dicen los analistas colombianos que esta percepción caló especialmente entre los indecisos que pertenecen a la clase media. En otras palabras, fue decisivo el llamado voto de opinión, emitido por el ciudadano que reflexiona y analiza, que fue tomando fuerza desde las elecciones del 2011. Esto tiene que ver con el aumento de la calidad de vida de la población urbana.
La pregunta que se hacían en Argentina 24 horas antes de las elecciones era si el candidato oficialista Daniel Scioli, ganaba o no en primera vuelta las elecciones generales en ese país. Tras conocer los resultados la pregunta es obviamente otra, al pasar a una segunda vuelta con un ajustadísimo triunfo ante el opositor Mauricio Macri que, para todos los efectos, trasluce una derrota política mayor porque el peronismo pierde la plaza de Buenos Aires luego de treinta años de triunfos consecutivos.
Aníbal Fernández, jefe de Gabinete de Cristina Fernández y candidato oficialista derrotado para la gobernación de la ciudad capital, consideró que esto se explica porque «hubo gente de mi partido que hizo lo imposible para que me fuera mal», graficando así las divisiones internas que, al parecer, hicieron mucho daño a las candidaturas del gobierno. Sin embargo, esa es una de las explicaciones y seguramente, no la más importante. Para Macri, ocurrió que «la gente se animó a decir basta», asegurando que los argentinos hoy «quieren otra cosa». Sin precisarlo, puntualizó el alejamiento de la clase media urbana argentina de los designios del gobierno, al que algún momento apuntaló por representar los cambios que aspiraba. 
El caso de Jimmy Morales, en Guatemala, es un ejemplo extremo, para decirlo de algún modo. En un contexto institucional mucho más precario que Colombia o Argentina, la elección de un conocido cómico en supaís, refleja el fracaso absoluto del sistema político y sus actores, algo que quedó expuesto cuando las movilizaciones populares lograron la renuncia del anterior presidente Otto Pérez Molina. Morales buscó y aglutinó un «voto de castigo» con éxito abrumador, pero sin emocionar. El movimiento popular, espontáneo y sobre todo emotivo, barrió a Pérez Molina pero no germinó una respuesta política, diluyéndose y favoreciendo posturas como las del vencedor, quien no esconde su apoyo a sectores militares y afirma abiertamente que «pone a Dios por encima de todo».
¿Qué tenemos como común denominador en estos tres escenarios con particularidades muy marcadas? En América Latina, las clases medias urbanas conforman la principal masa electoral con que cuentan los partidos políticos. Los resultados muestran que la orientación política de este sector estará determinada por factores tan volátiles como la situación económica, política e ideológica imperantes, es decir, reaccionan ante los vaivenes de la economía y su conducta es fundamentalmente conservadora.
En otras palabras, no nos engañemos, porque no estamos ante una dimensión homogénea. La sucesión de cambios estructurales ocurridos desde los años cincuenta y amplificados en los noventa, han desestructurado este sector social, produciendo una mayor heterogeneidad en su composición interna. En consecuencia, lo pertinente es hablar hoy de clases medias, no de una clase media específica.
Así podemos leer los resultados de la encuesta nacional urbana de GfK. Según esta medición, el 45% de encuestados en el país, no simpatiza con ninguna tendencia política; lo que es más resaltante, su identificación con una ideología de  izquierda, derecha o centro, no está en relación directa con el nivel socioeconómico. Esto podría indicar que hemos llegado a un momento particularmente  difícil con el fin del superciclo extractivista, donde se evidencia la importancia que debió adquirir la construcción de una economía más diversificada e integrada. Es evidente que la paulatina austeridad que se impone en el escenario actual destaca aún más los niveles de corruptibilidad de nuestro sistema político.
Estamos en un escenario de extrema judicialización de la corrupción, en el que ha sido muy fácil activar una dinámica de vendettas, que recorta a la ciudadanía la posibilidad de generar y fortalecer sus mecanismos de control ciudadano y rendición de cuentas. Por ello, debemos leer con mucho cuidado lo sucedido en Argentina y Colombia, prestándole especial atención a lo que ha ocurrido en Guatemala. 

desco Opina / 30 de octubre de 2015 
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