Culminado el reciente proceso
electoral y conocidos sus resultados, los actores políticos en la escena
nacional miran ya hacia el horizonte del 2016, año en que se realizarán las
elecciones generales. Desde la derecha, líderes como PPK, Keiko Fujimori y Alan
García, considerados candidatos seguros por amplios sectores de la opinión
pública, miden sus fuerzas, sondean posibles alianzas y van perfilando ya sus
estrategias de cara a las presidenciales.
En el marco de lo que
parece ser un desplazamiento hacia la derecha del electorado en el país, estos
tres candidatos representan un 60%-65% de los votos potenciales a nivel
nacional. Se estima que el 30%-35% restante corresponde al universo que opta
por candidatos de izquierda.
Las izquierdas sin
embargo, confrontan desde hace años serios problemas de representatividad y
legitimidad. Muy lejos han quedado ya los días en que Izquierda Unida (IU)
constituía la segunda fuerza política y electoral del país, la que incluso
llegó a ser una opción viable de gobierno. Desde hace años, se encuentra
dividida y, como ha ocurrido en los dos o tres últimos comicios presidenciales,
es muy probable que presente varias candidaturas para el 2016, fragmentando y
dispersando una vez más la escasa votación obtenida. Así por ejemplo, Antonio
Zapata ha sugerido que para el 2016, podrían haber al menos tres candidaturas:
1) la izquierda «moderna»; 2) la izquierda radical y; 3) la izquierda «antisistema».
Este es justamente un
panorama alentado por la derecha, que apuesta a una izquierda dividida,
desprestigiada y aislada, como una manera de asegurar su derrota, antes incluso
de las elecciones, y evitar los sobresaltos que debió pasar en los comicios
presidenciales del 2006 y 2011.
La división persistente
de las izquierdas tiene que ver con sus serias limitaciones para reconocer la
existencia de espacios comunes entre las distintas organizaciones que se
reclaman en esa posición del espectro político; adicionalmente, estas
izquierdas no encuentran hasta hoy la clave para poder llegar a la gente y
hacer política en esta nueva época, muy distinta de los años 70-80 en que
emergieron. Parecen no captar o comprender las demandas y aspiraciones de la
gente que hace muchos dejaron de ser las de los setenta.
Como se sabe, en aquellos
años, la izquierda logró crecer y convertirse en una de las cuatro principales
fuerzas políticas del país, gracias a su
capacidad para organizar y representar a un importante contingente de población
campesina que migró a Lima y otras ciudades de la costa; a su lucha en defensa
de los intereses y reivindicaciones de los sectores populares que demandaban
bienes y servicios básicos; a su capacidad para organizar y representar a un
importante sector de trabajadores sindicalizados; y a la presencia de un sector
de intelectuales y figuras de la cultura que se autodefinían en ese espacio del
espectro político.
Estas condiciones ya no
existen ahora; el contingente de migrantes está integrado de distintas y nuevas
formas; las mayorías tienen acceso regular a servicios básicos; los
trabajadores sindicalizados son ahora un segmento muy pequeño de la fuerza
laboral; y los intelectuales ya no son atraídos por la izquierda. En los años
70-80 había varias reivindicaciones que levantar, ahora no hay ninguna
comparable; quizá por eso las bases programáticas de las izquierdas suelen ser
una colección de planteamientos aislados y sectoriales, lo que evidencia una
pérdida de orientación.
Las izquierdas en el
Perú del siglo XXI no han avanzado más allá del anti-extractivismo; no han sabido o no saben discutir y plantear temas de fondo, ni transmitir un mensaje inspirador. Las discusiones programáticas son
sin duda importantes, pero también lo son aquéllas relacionadas con las
estrategias y escenarios de actuación política. Sin embargo, muy poco de esto
han hecho en los últimos años.
Todo lo mencionado muestra
sus severas limitaciones para enfrentar la hegemonía neoliberal. La inexistencia
de una fuerza comparable al PT brasileño, el Frente Amplio uruguayo o el MAS
boliviano, es también un severo déficit para lograrlo.
La esperanza de la
derecha es que la izquierda siga sin rumbo y dividida, y por tanto, reducida a
una mínima expresión, dejando el espacio político nacional libre para sus
distintas opciones, sin nadie que las inquiete seriamente. Desde una lógica que
los economistas llaman sobreajuste –«overskilling»–, quieren anticiparse a toda
posibilidad de surgimiento de una alternativa que cuestione el modelo económico
y ponga en la agenda la discusión de temas de fondo.
Todo
esto se puede enfrentar desde una voluntad y capacidad política consciente, la
que hasta ahora no parece existir en las izquierdas. Su conversión en alternativa política viable pasa por lograr espacios o plataformas comunes,
construir estrategias y desarrollar capacidades para llegar a amplios sectores
de la población, organizarla y representarla, recogiendo sus demandas actuales.
El período electoral que se avecina es una oportunidad para ello. Anteponer las
candidaturas y las diferencias entre los distintos grupos a la construcción de
un proyecto político, es un camino seguro a la derrota y a la marginalidad
política.
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