Acaba de
finalizar la edición anual de CADE, en la que se dijo poco, pero se reveló
mucho. Habitualmente, nos referíamos a la izquierda peruana como el factor
disminuido o inexistente del espectro político. Ahora resulta que la derecha
está en la misma situación, si no peor. En este evento se habló de la
corrupción y la seguridad ciudadana, pero no se dijo casi nada sobre la
economía, salvo los infructuosos ejercicios retóricos que buscaban ocultar lo
que todos sabemos: el agotamiento del modelo económico y la incapacidad
absoluta de la derecha empresarial para imaginar su relanzamiento sin alterar
las condiciones actuales –políticas y económicas– de su funcionamiento.
Además de
orfandad de ideas, CADE evidenció un
empresariado dividido, sin las expectativas que mostraron durante toda la
década anterior y, lo que es peor, entreviendo casi horrorizados que el 2016 se
acerca a todo tren sin que se vislumbre un candidato claro, afín a sus
intereses. Era el momento –al menos en el papel– de poner a prueba las capacidades
políticas que habían acumulado y, en esa línea, dejar de lado a los aspirantes
presidenciales alineados con ellos o claramente cooptados, lanzando a uno de
los suyos directamente al ruedo, como han hecho sus pares en distintos países de
la región como Chile, Colombia y México.
Fue, por lo
visto, mucho esperar. La pereza política y los pobres criterios de un sector del
empresariado peruano para apreciar la calidad de los planteamientos que les
formula una autoridad política, se evidenciaron cuando los reflectores
apuntaron nada menos que al ministro del Interior quien, al parecer, cosechó
muchos aplausos en Paracas; aun cuando Semana Económica tildó a su presentación de stand up comedy, El Comercio no dudó ni un instante en asignarle
la condición de presidenciable o, por lo menos parte de una candelejona fórmula
nacionalista para el 2016.
Así es como la
derecha pretende hacer política. ¿Será por ello que al presidente Humala le da
pena el nivel al que ésta ha descendido? Suponemos que sí, pero el mandatario debiera
preocuparse antes que apenarse, porque lo que dicen las encuestas es que todos sus rivales políticos tienen una aceptación mayor a la suya, ganándole
solamente a su aún aliado Alejandro Toledo.
Posiblemente, existe
alguna relación entre el penoso nivel de la política peruana, al decir
presidencial, con la puesta en escena de la persecución y captura de Rodolfo
Orellana, la previa de Benedicto Jiménez y la prometida aparición de Martín
Belaunde. Sin olvidar, claro está, a
Óscar López Meneses quien seguro de sí mismo no huyó a ningún lado ni pasó a
ninguna clandestinidad.
Como vemos, la
derecha aún busca encuadrar las elecciones del 2016 en función a personas. Fue
así como procedió en años anteriores, aunque siempre con algún susto que tratan
de evitar en esta ocasión. El éxito que alcanzaron entonces no necesariamente se
reeditará hacia adelante; para empezar, la fiesta del crecimiento se terminó y los resultados alcanzados no son suficientes para aspirar, por ejemplo, a una membresía en la OCDE, que quedó finalmente como un sueño de emergente. Esto
hace que la agenda política tome forma sobre una base completamente diferente a
lo visto hasta el momento y cuyos ejes la derecha ni remotamente puede
controlar.
Hasta hoy son vanos
sus intentos para colocar en la discusión algo alternativo a la descentralización
pese la gran cantidad de recursos empleados para desprestigiar el proceso. Lo mismo se
puede decir de su afán por evaluarnos mediante sus «índices de competitividad»
en el que no logran insertar una noción más o menos pertinente de territorio. Ni
hablar de sus enormes dificultades para tratar de construir una explicación
razonable sobre la amplitud de lo informal y lo ilegal que ha dado como resultado el modelo neo-liberal, creyendo que
basta colocar en debate una noción «dura» de seguridad ciudadana –con su toque
populachero, versión ministro del Interior– para suponer buenos resultados.
Tampoco han dado pie con bola cuando intentan balbucear algo alrededor de la
noción de interculturalidad, versión Banco Mundial. Mejor no referirnos a lo
que ha querido decirnos cuando desde Produce buscan difundir una diversificación productiva que sigue siendo puro discurso y nadie ha
podido entender. Por lo demás, es cada vez más angosto el espacio de maniobra
que tiene para seguir martillando con la idea de que la corrupción sistémica
puede ser enfrentada con expedientes legales, sin suponer por un instante
siquiera que estamos ante un fundamento mismo del sistema que auspicia.
De esta
manera, si bien derechas e izquierdas están atravesadas por el denominador
común de la debilidad y el fraccionamiento, los síntomas no conducen a la misma
causa ni proyectan el mismo efecto. En el caso de las primeras, como lo ha
evidenciado CADE por su falta de ideas, es la manifestación misma del
agotamiento y la imposibilidad de continuar hegemonizando como lo vienen
haciendo, sin dañar los estándares de la democracia formal. Para las segundas, se
evidencia la necesidad de un profundo aggiornamento
y la urgencia de nuevas caras y lenguajes, pero sobre todo, de posiciones
claras.
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