El
‘contacto en Francia’ del Presidente Ollanta Humala ha generado una
serie de reacciones de sus enemigos políticos, ciertamente oportunistas.
Destaca la del ex mandatario Alberto Fujimori, que así se expuso a ser objeto de burlas y críticas
que recordaron que su viaje a Brunei terminó en Japón con su renuncia.
Si algún día llegara a existir un museo de la corrupción, debería
exhibirse la hoja del fax con la que nuestro recordado mandatario nipón
nos dijo adiós.
A
propósito del museo, el hijo y congresista Kenji Fujimori ha dicho que
en buena hora que exista, para que así los peruanos nos enteremos que la corrupción no es invento del fujimorismo.
Estas dos declaraciones, al margen de su calidad, nos hablan de la
vigencia pública del fujimorismo. La segunda se percibe inocua e
inocente, pero la primera refiere al creciente protagonismo que parece
estar interesado en ganar AF, en los tiempos del Twitter.
Como se ha señalado, un crecimiento de la figura del padre (incluyendo su juego en pared con Vladimiro Montesinos a propósito de su futuro juicio por el desvío de fondos públicos para comprar la línea de los llamados ‘diarios chicha’)
puede terminar sepultando las probabilidades electorales de la hija, o
al menos disminuyéndolas al punto de relegarla en la competencia de
2016. La paradoja está en que un triunfo de su hija puede ser la mejor
carta para que AF salga de la cárcel.
Por otro lado, García, que también tuitea (y mucho) se ha pronunciado a favor del arresto domiciliario de Fujimori,
sabiendo que sacarlo tendría un efecto más malo que bueno en la
candidatura de su competencia. Por si fuera poco, Keiko se ha visto
recientemente debilitada al interior de su partido con declaraciones
cruzadas sobre su verdadero liderazgo y con un Kenji lenguaraz, como si
viviera permanentemente en una edición de ‘El valor de la verdad’. No
sería descabellado pensar que el viejo Alberto tal vez sabe que García,
en su versión magnánima, también podría excarcelarlo fácilmente, para
luego justificar sus acciones por razones humanitarias en tres o cuatro
artículos en El Comercio.
El
telón de fondo es una escena pública entre sorprendida y deleitada por
los cargos que sigue sumando el conspicuo congresista Urtecho,
convertido en símbolo de la putridez parlamentaria, por un lado, y el
debate sobre el que un analista ha llamado acertadamente «crecimientismo».
Con
un Humala tempranamente crepuscular, reaparecen estos actores, síntoma
de que se cierra una ventana de oportunidad para el cambio en las formas
y los fondos democráticos de esta nación. En efecto, el ciclo que se
inauguró con la caída del fujimorato llevó a concebir otra república
posible, menos corrupta, con medios no maniatados, éticamente centrada
en la figura de políticos respetables, como Valentín Paniagua.
Hoy hablan más los encarcelados que los que andan libres: Montesinos publica, Fujimori tuitea y hasta el pobre ‘comepollo’, que se ganó cinco años de cárcel, chilla desde su encierro que Urtecho es peor que él y se indigna por la comparación.
desco Opina / 15 de octubre de 2013
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