Han pasado cuatro semanas desde la primera vuelta electoral y estamos a un tiempo similar del 5 de Junio y, contrario a lo que muchos creen, de cara a esta segunda vuelta, la población electoral de las localidades más pequeñas del interior del país tienen la misma incertidumbre que los electores de las grandes ciudades. Sin embargo, saben reconocer que en la selva central, Keiko y Ollanta no están en similitud de condiciones para ganarse las confianzas de ese 45% que en la primera vuelta respaldó a otros candidatos.
Para nadie es un secreto que la selva central es un bastión fujimorista. Sus pobladores, indistintamente de sus preferencias políticas y a pesar de que en muchas de las intervenciones militares se han comprobado violaciones de derechos humanos –desventaja para Ollanta y su supuesta vinculación con desapariciones forzadas en el caso Madre Mía– le reconocen al gobierno de Alberto Fujimori la decisión política para la recuperación de la paz social en la zona. Esta se hallaba hasta mediados de la década de los 90 a plena merced de los grupos subversivos, quienes mediante amedrentamientos, secuestros y asesinatos, extorsionaban económica y políticamente tanto a autoridades y líderes sociales así como a las comunidades nativas y agricultores comunes y corrientes, lo que ocasionó abandonos masivos de los predios rurales y el retraso en el desarrollo de la zona. El reconocimiento fujimorista quedó demostrado en las últimas elecciones municipales al ganar esta agrupación las tres alcaldías provinciales de esta subregión (Oxapampa, Chanchamayo y Satipo). Ese mismo aparato de simpatías le fue útil para ganar las preferencias por escaso margen en las urnas presidenciales del distrito electoral de Pasco y colocar a un congresista por esa región (la otra curul pasqueña la ganó Perú Posible), siendo Oxapampa la provincia que inclinó la balanza electoral regional, favoreciendo a los ganadores los cuales se distanciaron de sus contendores al acumular, entre los dos, casi el 70% de los votos provinciales. En la región Junín, al fujimorismo no le alcanzó el respaldo de la selva; el triunfo de Ollanta a nivel presidencial fue contundente pero igual la movilización de sus simpatizantes le alcanzó para ganar el respaldo en el nivel congresal y obtener dos curules para su agrupación.
A Ollanta, en Pasco, las preferencias presidenciales no le fueron malas, pero nadie se sorprendió de que sus candidatos al Congreso no hayan conquistado ninguna de las dos curules en disputa. Personajes poco conocidos, liderazgos poco relevantes con discursos beligerantes y de escasa movilidad y convocatoria proselitista. Si a nivel presidencial el ollantismo ocupó el segundo lugar, en el rango congresal quedó relegado, casi empatando con Alianza por el Gran Cambio, al cual le ganó el cuarto lugar por escasos dieciséis votos y quedando miles de votos por detrás de Fuerza 2011, Perú Posible y Solidaridad Nacional. Por ese escaso compromiso y organización de la campaña en la primera vuelta, no es de sorprender que para esta nueva etapa electoral, mientras los fujimoristas pasqueños demuestran mayor movilización y dinamismo, la militancia de Gana Perú que respalda la candidatura del comandante, puede ser contada con los dedos. La otra cara de la moneda se le presentó con sus candidatos al Congreso por el distrito electoral de Junín: conquistaron dos de las cinco curules en disputa y a todas luces se convirtieron en el soporte político local para apuntalar la candidatura presidencial.
La frase que se acuñara en la segunda vuelta del año 2006, para referirse a la elección entre Humala y García –elegir entre el cáncer o el sida– ha sido refrescada en nuestras memorias por nuestro Nobel de literatura y, aunque Vargas Llosa no tenga reconocida capacidad de inducir a los votantes, los temores hacia Keiko y Ollanta son compartidos por grandes sectores de votantes del centro selvático del país. Tal parece que los peruanos nos estamos acostumbrando a tener que escoger no al mejor candidato presidencial, sino a aquel que represente el mal menor, y eso se visibiliza cuando se indaga sobre las preferencias electorales para la segunda vuelta: la gran mayoría no nos dice por quién va a votar, sino por quién no lo haría, es decir, sienten la vergüenza de asumir abiertamente sus posturas políticas de cara a esta nueva etapa de los comicios presidenciales.
Lo que sí ha quedado claro es que el poblador del interior del país viene madurando en su condición de elector y, a pesar de sus miedos y de su limitada alfabetización política, ha aprendido a direccionar sus votos y viene reflexionando sobre las conveniencias para su condición económica y social con la elección de tal o cual candidato. Es consciente que aunque no les llegue el chorreo, las políticas públicas necesitan ajustes y no que estas sean reemplazadas por los populismos. Parece mentira, pero se ha identificado que mientras más ofrecimientos reciben de los candidatos, los electores se sienten más desconfiados de ellos. En definitiva, nos queda claro que la gran mayoría no quiere prebendas de momento que en el futuro les pueden transferir las facturas, por el contrario, están ansiosos de soluciones viables y permanentes para sus problemas.
desco Opina - Regional / 6 de mayo de 2011
Programa Selva Central
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