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Tiempo electoral y timing político en escenarios vacíos

 

En su último mensaje a la Nación por Fiestas Patrias, la presidenta Dina Boluarte omitió públicamente el tema de las elecciones generales de 2026, a pesar de que estaba incluido en el texto original de su discurso. De las 97 páginas que conformaban el documento, Boluarte leyó hasta la página 81, desde donde saltó directamente a la 96 para leer una carta del papa León XIV y cerró con palabras personales, dejando sin leer 13 páginas que abordaban algunos temas importantes, entre ellos el proceso electoral.

De esta manera, en los últimos 30 años, Boluarte es la única mandataria que ha dejado de referirse explícitamente a las elecciones generales en su último mensaje a la Nación por Fiestas Patrias. Trascendió que el texto omitido, contenía la siguiente reflexión sobre el proceso electoral que se avecina:

“Uno de los desafíos de este último año de gestión es garantizar elecciones libres, transparentes e incuestionables, proceso en el cual mantendremos absoluta neutralidad, pero siempre vigilantes del desarrollo de los comicios. En esa línea, me permito invocar a nuestros ciudadanos a evaluar con responsabilidad el destino de su voto y elegir al futuro presidente o futura presidenta y futuros representantes que nos garanticen el respeto al orden democrático, la institucionalidad y el futuro de la patria”.

¿Por qué es relevante esta omisión? El 2026 será un año electoral doble: se celebrarán elecciones generales (Presidencia, Congreso bicameral, Parlamento Andino) y elecciones regionales y municipales. En suma, se elegirán más de 13 000 autoridades durante el año.

Recordemos que la última vez que elegimos un Congreso bicameral fue en 1990, lo que significa que aproximadamente 65% de la población electoral del país lo hará por primera vez. En esa línea, todo indica que muchos votantes no conocen aún las funciones diferenciadas entre el Senado y la Cámara de Diputados; tampoco que el Senado tendrá el mayor poder legislativo, incluyendo la aprobación de tratados, decretos de urgencia y nombramientos de altos funcionarios. Menos aún que estos cambios podrían reconfigurar el equilibrio de poderes y abrir nuevas dinámicas de representación política.

Bajo estas consideraciones, la omisión de Boluarte genera suspicacias, ya que, en un contexto de nula aprobación de la mandataria y una alta tendencia a la confrontación, no mencionar el proceso electoral puede interpretarse como una estrategia para evitar compromisos explícitos o para reducir el escrutinio público.

A ello deben sumarse cuestiones como que en este momento ningún candidato supera el 10% de intención de voto y que el 56.5% del electorado está indeciso o votaría en blanco/nulo, reflejando una nítida crisis de representación.

No debe olvidarse, además, que el escenario electoral ha sido negativamente alterado con decisiones, entre otras, como la eliminación de las elecciones primarias abiertas (PASO), que debilitan la participación ciudadana y favorecen a las cúpulas partidarias; las reformas que debilitan a los movimientos regionales y convienen a los presuntos partidos nacionales, así como las trabas impuestas a las iniciativas del Jurado Nacional de Elecciones (JNE), que buscan que los directivos de partidos sean personas idóneas, sin condenas por delitos graves.

Por otro lado, tenemos otro factor central, que es la actual vigencia de la vacancia presidencial. Es cierto que doctrinariamente se ha considerado inconveniente vacar a un presidente en su último año de mandato, usando fundamentos políticos como constitucionales, entre ellos el principio de estabilidad institucional (vacar al Presidente en el último año de su mandato puede generar una crisis innecesaria, afectando la organización del proceso electoral y la gobernabilidad). Ello, además, de considerar la pertinencia de evitar el uso instrumental de la vacancia en contextos de alta conflictividad, porque puede convertirse en una herramienta de cálculo electoral, donde los partidos buscarían posicionarse para las elecciones venideras.

Es decir, la idea de no vacar en el último año no es explícita en la Constitución, pero si emerge, aparecería como una convención política para preservar una estabilidad conveniente a sus promotores, evitando que el Congreso se convierta en un actor desestabilizador.

En ese sentido, se trata de una doctrina de prudencia institucional, más que de una norma jurídica. Así, no hay inmunidad temporal y la presidenta puede ser vacada en cualquier momento de su mandato si se cumplen las causales constitucionales. Por otro lado, es un acto político y no judicial, porque si bien se basa en causales objetivas, la vacancia es decidida por el Congreso y puede estar influida por las correlaciones de fuerza y la coyuntura política.

Como vemos, el escenario electoral peruano rumbo a las elecciones generales de abril de 2026, se presenta como uno de los más fragmentados, inciertos y desafiantes de las últimas décadas. Sin embargo, que haya sido convenientemente suprimido a última hora del discurso de la gobernante, no significa que no esté en las consideraciones de esa derecha, cuyo único objetivo político es enlodar a más no dar el escenario electoral, para que su mantra preferido, fraude, tenga la muy remota posibilidad de tomar algo de forma.

 

desco Opina / 8 de agosto de 2025

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