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El hambre, el nuevo rostro de la pobreza

 

Hay frases que condensan una época. Ángel Manero, ministro de Desarrollo Agrario y Riego, es el autor de una de ellas, entre miles, que ilustran sin necesidad de explicaciones, nuestros actuales momentos: "En el Perú no se pasa hambre. Hasta en el último pueblo del Perú se come de manera contundente". Dicho, además, cuando circulaba una evaluación de la seguridad alimentaria para el 2023, realizada por el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (MIDIS), en la que se indicaba que el 51,6% de los hogares peruanos (5.2 millones) se encontraban en inseguridad alimentaria, siendo Puno, Ayacucho, Cajamarca, Amazonas y Huancavelica (por encima del 60%), las regiones más afectadas.

Esta situación, no es solo un problema nuestro. Según FAO, hay por lo menos 733 millones de personas que se enfrentan al hambre debido a los conflictos, las repetidas crisis climáticas y las recesiones económicas en el mundo. Pero, son alrededor de 2800 millones de personas las que pudiéndose alimentar, no acceden a una dieta saludable, lo que está en la raíz misma de todas las formas de malnutrición: desnutrición, carencia de micronutrientes y obesidad, que ahora existen en la mayoría de los países y afectan a todas las clases socioeconómicas. 

Más aún, la falta de acceso a los alimentos adecuados repercute con mayor incidencia en los pobres y vulnerables, entre los que se encuentran los productores agrícolas, reflejando claramente que el problema no radica en las existencias del producto, sino en las desigualdades dentro y entre los países.

Sin embargo, contra lo que dicta un erróneo y generalizado sentido común, los agricultores producen suficientes alimentos para una cantidad de gente, incluso mayor que la actual población mundial.

Amartya Sen, cuando introduce el “enfoque de la titularidad”, explica por qué las hambrunas no son simplemente el resultado de la falta de alimentos, sino de las desigualdades en los mecanismos de distribución. Es decir, son factores sociales y económicos como salarios en declive, desempleo, precios de alimentos en aumento y sistemas de distribución de alimentos deficientes, los que elevan la probabilidad de hambre. En suma, éste no puede atribuirse simplemente al “descenso de la disponibilidad de alimentos”.

En otras palabras, el golpe propinado por Sen a los fanáticos del mercado como un ámbito autorregulado por la “mano invisible”, fue decisivo: el mercado no puede aislarse y abstraerse de la red de relaciones políticas, sociales y jurídicas en las cuales se halla situado. Para ello, argumenta que el método “FAD” (food availability decline, es decir, descenso de la disponibilidad de alimentos) da pocos indicios sobre el mecanismo causal de la inanición, ya que no entra en la relación de las personas con los alimentos.

Todo ello valga para buscar situar comprensivamente al hambre y la desnutrición en la actualidad. Desde el 2023, el Banco Mundial da cuenta de una nueva dimensión de la pobreza a vigilar: la inseguridad alimentaria y nutricional.

Sobre nuestro país, los cálculos del referido organismo multilateral, apoyándose en las estadísticas de FAO, señalan que la prevalencia de la inseguridad alimentaria, alcanzó a más del 50% de la población en el país, considerando el promedio entre el 2021 y el 2023. Esto ubicó al Perú en el escenario más crítico a nivel de América del Sur, sin considerar a Venezuela y Bolivia.

Para William Maloney, economista jefe para América Latina del Banco Mundial, la causa es evidente: el alto costo para cubrir una dieta saludable. “Tenemos una dieta saludable que es muy costosa, [hablamos de] una que le dé al cuerpo lo que necesita, sin llegar a niveles de obesidad. En general, es bastante alto [el costo] en la región”.

Para Carolina Trivelli, exministra de Desarrollo e Inclusión Social, la situación revela la profunda crisis del mercado laboral peruano, que se traduce también en una de acceso económico: “En el Perú no faltan alimentos. Lo que ocurre es que a la gente no le alcanza [lo que gana] para comprar en cantidad y calidad. Además, no sabe si mañana tendrá la capacidad de cubrirlo. Desde el 2010, vemos que la cifra de inseguridad, en el Perú, viene creciendo ante la precarización del empleo”.

Al respecto, Trivelli apuntó que la solución para afrontar la inseguridad alimentaria se basa en que las personas perciban mayores ingresos. Esto, finalmente, puede ocurrir porque consigan un empleo mejor; ganan más por lo mismo que hacen, lo que significaría un incremento de la productividad; o se dan transferencias del gobierno a través de programas de protección social.

Como vemos, la inmensa incapacidad de los últimos gobiernos para manejar cuestiones tan delicadas como la alimentación, profundizada en grado sumo por la actual administración, agrava a niveles inconcebibles lo que en su momento debió reconocerse como probable resultado catastrófico de la mercantilización de bienes, como los alimentos: éstos no se dirigen hacia quienes los necesitan, sino hacia los que tienen posibilidad de comprarlos. En efecto, exactamente igual a lo que aconteció durante la pandemia con los medicamentos y el oxígeno.

 

desco Opina / 18 de octubre de 2024

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