La fallida presentación, como asesor presidencial, de un antiguo y discutido hombre de la radio y exempresario de medios radiales y televisivos, abrió un racimo de comentarios diversos. Más allá del personaje, lo ocurrido pone una vez más en la agenda nacional real, el papel de los comunicadores, el periodismo de opinión y los medios de prensa.
En nuestro país la crisis del periodismo y los medios de comunicación se remonta a muchos años atrás. En un escenario que no había sufrido grandes cambios, la expropiación de la gran prensa nacional y de los principales canales de televisión durante el gobierno de Velasco, generó un proceso complejo que no ha concluido. La posterior devolución y lo que siguió en el terreno de la libertad de expresión, la libertad de empresa y la responsabilidad social de la prensa se complejizó más con el desarrollo de Internet, las publicaciones virtuales y la gran popularidad alcanzada por las redes sociales.
La crisis actual, manifiesta en el abandono de los medios impresos, indica que su pérdida de valor como prensa escrita de opinión e información, no es solamente económica. Si bien existe un fuerte reto tanto para la sobrevivencia de los medios, construyendo modelos de financiamiento que los hagan sostenibles, también lo es por la hiperconcentración de la propiedad en un solo grupo familiar y las consecuencias que se derivan de esto. Ocurre, además, como es evidente, en la entraña de una larga crisis política nacional –a la sombra de un modelo neoliberal que provocó un significativo crecimiento económico excluyente– comparable con lo sucedido a la caída de otro dictador, Leguía.
Nos encontramos ante la paradoja de constatar una prensa nacional extremadamente politizada, en medio de una realidad política sin partidos y con actores provistos de muy precaria formación política. Enfrentamos en ese campo la poquedad de ideas y la escasez de propuestas de desarrollo, que a su vez se expresan como información pobre e incompleta, si es que no tergiversada. Se extraña pues, la presencia de un periodismo lúcido respaldado en la investigación con responsabilidad social. No contamos con una prensa de calidad como la que puede encontrarse con orientaciones liberales, marxistas, conservadoras y más, en países latinoamericanos como México, Argentina o Chile.
La presencia de economistas, politólogos, constitucionalistas y otros comentaristas «caseritos» en los medios, nos han puesto de cara a la precarización y el empobrecimiento informativo y de las ideas en nuestro país. Escasean los buenos comunicadores y abundan los contratados como empleados y no como periodistas. Aquí, los periodistas de fuste vienen siendo reemplazados por jóvenes con escasa experiencia, sin peso ni postura propia, que terminan siendo marionetas al servicio de consignas bastante básicas que generalmente pretenden distorsionar la realidad. Es tan evidente para todos, incluyendo a los propios actores en sus toscos errores y burda manipulación mediática, que resulta ocioso continuar ampliando el diagnóstico.
Se han entreverado los papeles del agente de prensa con el del agitador político, trayendo como consecuencia un resultado de pérdida para el país en las líneas de formación y responsabilidad política de sus ciudadanos, en sostener niveles alturados y maduros del debate a partir de algún tipo de acuerdo primordial nacional para remar en la misma dirección como nación. No hay una base de mínimos de calidad que los peruanos nos exijamos a nosotros mismos y soportamos con un estoicismo digno de mejores causas, pasar por el tamiz forzado de posiciones extremas, cada vez más fundamentalistas, de los propietarios de lo que en algún momento se llamaron medios sociales de comunicación.
Vemos cada día más, a los actores políticos bailando al ritmo que les colocan los medios. Estos, desde sus redacciones levantan y borran, en un irresponsable manejo de prensa, puntos de la agenda nacional sin diferenciar la postura del medio de la correspondiente a alguna organización política. El caso extremo –por demás exagerado– incumbe al canal de cable del Grupo Wong.
No sorprende entonces que, lejos de avanzar en la búsqueda de consensos, el objetivo de vacar al presidente de la República (y provocar un golpe de estado o ¿sucederle la vicepresidenta Boluarte?) siga siendo el primer punto de la agenda de grupos como el capitaneado por el empresario López Aliaga y el exmarino Montoya.
De otro lado, al interior del país, languidecen la prensa y televisión regionales o aceleran la marcha hacia su pronta desaparición como expresiones de información y pensamiento, deshuesadas por las cadenas privadas nacionales. Cadenas que de muy poco sirven para el intercambio de ideas y menos para acoger debates abiertos de carácter local o regional sobre el quehacer del desarrollo en el que se funda nuestro futuro colectivo.
desco Opina / 22 de octubre de 2021
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