A 45 días de iniciado el nuevo gobierno es deseable que los actores políticos pasen a otra etapa. Esto nos corresponde hacer a las instituciones del Estado (Ejecutivo y Legislativo en particular), a todas las organizaciones políticas, los gremios de trabajadores y propietarios. Por cierto, a las demás organizaciones e instituciones privadas, que constituimos el tejido económico, cultural y social de nuestro país. Son muchos los ciudadanos que lo reclaman.
Nadie pierde de vista que, en los últimos meses de campaña, la polémica, la comunicación política, las acusaciones lanzadas, sobre todo las falsas y las noticias incompletas –las medias verdades– han creado una grieta profunda y han marcado hasta el alma en nuestro país. Ha ocurrido de la peor manera. Como consecuencia, la credibilidad en la gestión de todo el Estado aparece aplastada por los suelos y eso impacta. Son las consecuencias de lo que pasa cuando prima el enfrentamiento sobre la concertación.
Más adelante, dentro de algunos años, los acontecimientos vividos en este quinquenio, probablemente, serán materia de reflexiones y aprendizajes para las y los peruanos sobre cómo actuar mejor para concertar y evitar profundizar las brechas que la pandemia evidenció para todos.
Además de soportar el furor de distintas expresiones que jamás aportaron a una polémica deseable, no terminamos de salir de algo como un acalorado griterío que nos enfrenta al renacimiento de la violencia política y al comportamiento irracional de distintos actores. Vemos una derecha radical que ha florecido vigorosa en determinados sectores sociales, parecida a la de otros países, Estados Unidos en particular, cuando se llegó a la incitación a la violencia de Donald Trump contra el Congreso en 2021.
Manifestaciones y marchas callejeras, si bien muy menguadas últimamente, han sido alentadas por titulares e información escandalosa de la prensa, radio y televisión nacional. Como resultado tenemos una inseguridad creciente, el descrédito acelerado de nuestras reglas de juego y el quiebre del diálogo. Las ideas no se exponen, se imponen y la sed de venganza de los principales perdedores parece no tener fin.
El desarrollo al que aspiramos es, finalmente, un proceso colectivo que también favorece lo individual, es una dinámica intersectorial e integral que aspira a convocar acciones y coordinaciones interdisciplinarias, interculturales, e intersubjetivas que debemos poner en marcha.
El escenario múltiple al que asistimos, como en circo de tres pistas, donde circulan los payasos, están las fieras y nos tensan los magos y los equilibristas, es el de un hemiciclo parlamentario conformado mayoritariamente por novatos, el Poder Ejecutivo en manos de muchos improvisados y los medios de comunicación (con la dinámica generada en las redes sociales que las absorbe) con muy escasa responsabilidad social en lo que hacen y dicen. La mayoría de los ciudadanos, cada vez más excluidos de esta afanosa disputa, esperamos que esto cambie pronto para mejor.
No basta con ser un país de ingresos medios con expectantes posibilidades de aprovechar nuestros mejores recursos para mejorar la vida. Si la economía sigue en franco proceso de recuperación dejando atrás las urgencias de la pandemia, estamos a puertas de integrar a la comunidad nacional a millones de compatriotas secularmente segregados y marginados. Es hora de construir un nuevo pacto social para creer en nosotros y confiar en los demás. Uno que muestre al mundo y a nosotros mismos que somos una nación y no un país de desconcertadas gentes.
Hay una conciencia de insatisfacción y, por lo mismo, un deseo de no repetir lo que se está haciendo destructivamente que debería guiarnos hacia el tricentenario.
desco Opina / 10 de setiembre de 2021
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