Las noticias que se producen día a día
en la ciudad capital parecen ejemplificar las características que nos definen
como sociedad en este país llamado Perú. A las ya clásicas notas informativas
referidas a la inseguridad, los feminicidios y los conflictos políticos entre
poderes del Estado –que parecen no acabar nunca–, en este momento está en el
ojo público el caso del accidente ocurrido hace pocos días en una de las avenidas más importantes
de Lima. Dicho suceso ha visibilizado varias cosas que, lamentablemente, nos
caracterizan como sociedad, pero, sobre todo, que nos hacen pensar que andamos
a la deriva y con el único objetivo de «sacar la cabeza del fondo del agua»,
sin importar que con ello hundamos a quienes nos rodean.
El despiste del vehículo que terminó con
la vida de dos personas no ha hecho más que visibilizar errores o
interpretaciones diversas en muchos aspectos. Estos van desde la parte normativa y técnica del ancho de las veredas en esta vía de carácter metropolitano y el control de los límites de velocidad; hasta el testimonio de la conductora
que no coincide con lo que expertos y peritos analizan, la
decisión de llevar a uno de los heridos a un hospital más lejano en lugar de trasladarlo
a una de las clínicas cercanas a la escena del accidente, los
criterios diferenciados para liberar a la conductora de este accidente, o el hecho
de poner en prisión preventiva a otra que ocasionó un suceso similar hace unos meses.
Lo antes señalado, son apenas algunos de
los elementos que ponen en evidencia que algo está fallando de manera
estructural en nuestro país y que no existen criterios, consensos ni protocolos
mínimos comunes que nos permitan actuar de manera coherente o, por lo menos,
que nos ayuden a tener claro cómo funciona el sistema o en que parte éste falla
para intentar corregirlo. La cruda realidad es que nueve peruanos mueren diariamente en un accidente de tránsito,
de los cuales más de la mitad tiene entre 26 y 60 años. Según el anuario
estadístico de la Policía Nacional del Perú, el 56.5% de los accidentes de tránsito se deben al exceso de velocidad y la imprudencia del conductor. No se trata de la inexistencia de
leyes sancionadoras, el problema pasa por una mala gestión que termina dando
impunidad a los infractores, así como al hecho de otorgar altos descuentos en
las papeletas, entre otros. Lima es la única capital de América Latina que
otorga un descuento de hasta 83% en la deuda de una multa.
Finalmente, la interpretación y los
criterios usados en cada aspecto de este caso específico, no hacen sino visibilizar
la poca costumbre que tenemos en materia de planificación y proyección en todo
lo que somos como país. Quizá esa falta de entendimiento de lo que significa
ser una persona con derechos y obligaciones en una ciudad, nos haga ser
indiferentes a lo que ocurre a nuestro alrededor. Así, todo lo sentimos ajeno y,
por esa razón, es que estamos acostumbrados a actuar sobre la emergencia, es
decir, como buenos bomberos; apagando incendio tras incendio, sin comprender
que más importante que apagar el fuego, es entender qué lo ocasiona para que no
se siga produciendo. Esperemos que nuestra sociedad empiece a cambiar antes de
que (como decía Gustavo Cerati) pase el temblor.
desco Opina - Regional / 18 de
octubre de 2019
Programa Urbano
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