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Vizcarra: un presidente como tú


En estos casi cien primeros días de la nueva administración del presidente Vizcarra, las marchas y contramarchas en las medidas anunciadas y promulgadas pero luego retiradas, van caracterizando al nuevo gobierno.
Se afirma, no sin razón, que estas inconsistencias son fruto de una gestión que carece de bancada propia en el congreso; más aún, no cuenta con una mayoría capaz de sustentarlo, hecho que lo obligaría a acercarse y buscar la aprobación de Fuerza Popular –la bancada fujimorista–, procurando soslayar o evitar cualquier tema que pudiera ponerlo en contradicción con ésta y su lideresa con el fin de no sufrir los bloqueos que experimentó su antecesor.
Sin embargo, más allá de las correlaciones de fuerza en el congreso y fuera de éste, hay un asunto clave que merece una reflexión, a la cual se han abocado ya algunos analistas, y tiene que ver en gran medida, con el perfil, la formación y la trayectoria del Presidente.
En este sentido, Martín Vizcarra no parece haber tenido una formación política que permita tipificarlo como liberal, socialista o socialcristiano (se dice que su padre fue aprista, pero eso no es automáticamente extrapolable al hijo); tampoco parece adherente de algún programa que oriente su acción política. Por ello, no sorprende ver a su gobierno y a su propia conducta como errática y carente de rumbo, poco hábil en sus apariciones públicas o en sus declaraciones a los medios de comunicación, evidenciando un gran desconocimiento de asuntos importantes para amplios sectores sociales.
Su trayectoria profesional de ingeniero civil, dedicado a la industria de la construcción no parece haber ayudado mucho en su formación política, y no se conoce de ninguna preocupación personal del Presidente por temas sensibles a amplios sectores de opinión pública como la reforma política, los Derechos Humanos, la igualdad de género, la libertad de expresión u otras.
Su experiencia política, el haber ejercido como presidente regional de Moquegua, le ayudó a crearse una imagen de eficiencia y de eficaz negociador, pero no parece haberlo preparado para afrontar grandes temas, indispensables para dirigir el país. El entorno regional en el que se desenvolvió, plagado de actores despolitizados, inorgánicos y carentes de orientaciones programáticas, dista mucho de un ambiente como el limeño, donde se mueven actores políticos con mayor poder e influencia y con mayores capacidades para presionar políticamente en defensa de sus intereses. No debería extrañar entonces, por más censurable que sea, su desorientación y descriterio para elegir a los personajes con los que se reúne.
Cabe preguntarse dónde están sus asesores, dónde está la mano de gente como el premier Villanueva, que sí tiene formación y trayectoria política. O bien carece de consejeros políticos, o bien no hace caso de los consejos, lo que es lamentable en cualquiera de las dos opciones.
El presidente Vizcarra, líder en una época de una fuerza regional inorgánica, no es otra cosa que un producto de la desinstitucionalización del país; su socialización política no se produjo en el marco de un partido orgánico que forma y entrena cuadros; eso es hoy algo muy común en el país. No nos extrañemos por tanto que estas situaciones sigan reproduciéndose en los próximos años.
Claro que su antecesor, con mayor perfil político (es un liberal), acostumbrado a moverse en el mundo de las finanzas y de los lobbies privados, y con una mayor trayectoria política en el Ejecutivo (fue ministro, primer ministro e hizo dos campañas presidenciales), no tuvo mayor suerte en su corto paso por la presidencia de la República, lo que estaría indicando que los déficits del presidente Vizcarra son un gran problema, pero su superación no es garantía de éxito, si no va acompañada de otros factores como la formación de una alianza sólida con sectores del Congreso, algunas fuerzas políticas y la sociedad civil, algo para lo cual el presidente no ha mostrado mayor disposición. ¿Qué es lo que entonces parece sostenerlo?
Los yerros presidenciales son tolerados en esta coyuntura, porque ninguna fuerza política importante tiene hoy interés en bloquear la gestión de Vizcarra y vacarlo, más aún, cuando la bancada mayoritaria de Fuerza Popular está políticamente jaqueada y casi a la defensiva, y el nuevo presidente les resulta funcional. Esto, sin embargo, no tiene ninguna garantía de durar hasta el 2021, lo que abre una preocupante interrogante sobre la futura estabilidad política del país.
Los actores políticos y la ciudadanía realmente preocupada por las reformas políticas, el respeto por las libertades, la equidad de género, la desigualdad y la modernización social del país, afrontan tareas muy complicadas.


desco Opina / 8 de junio de 2018

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