Según el Latinobarómetro el 80% de peruanos considera que
no vive en una situación de democracia plena, ya que el interés del gobierno gira
en torno a los grupos fácticos de poder y no alrededor de las mayorías. Asimismo,
solo el 18% de los peruanos confía en su gobierno, el 13% en el Congreso de la
República y el 11% en los partidos políticos.
Esta situación de alta
desaprobación no es exclusiva al periodo actual, sino que se trata de una actitud
constante en nuestra sociedad. Sobre ello, si vemos cómo ha venido
evolucionando la aprobación que los peruanos le hemos dado a nuestros
diferentes gobiernos entre el 2002 y el 2017, el promedio de aprobación en
estos años de retorno y consolidación de la democracia ha sido de 25%. El
momento más bajo fue el 2004, con una aprobación del 8%, y el más alto fue el
2006, con un promedio de 57% de aprobación; índice que –dicho sea de paso– solo
duró ese año, bajando a 29% para el 2007.
En estos momentos, PPK es
parte de esta ola de baja aprobación. Para el 2017 el 46% de los peruanos
pensaba que PPK no tenía un plan claro para el desarrollo del país. Un año
después, es el 71% de peruanos que ahora lo afirman. Sobre su desaprobación, si
bien el 80% de peruanos no están satisfechos con PPK, los datos que muestra GfK son más alarmantes aún: del total de
personas que votaron por PPK para segunda vuelta, el 71% de ellos lo desaprueba.
Además, si se observa la desaprobación según su nivel socioeconómico, la más
alta surge desde el NSE C, donde el 84% lo descalifica; mientras que en el NSE
A/B, es el 73% el porcentaje que desaprueba su gestión y en el NSE D/E, el 78%.
Estamos, entonces, ante un presidente que, por abandonado, se encuentra a la
deriva. Es una autoridad sin fuerzas e invisible.
De esta manera, con un
gobernante sin autoridad legítima y con líderes políticos incapaces
de poder trazar rumbos claros, la coyuntura se ha dicotomizado en una fórmula que
no comunica mucho: vacancia o renuncia. La tendencia que vemos en la derecha no
es novedad; es decir, preocupada de mantener intacto el statu quo en aras de salvar el modelo económico. Así, la gran
incógnita es cuál es el cálculo político y qué ganancias políticas se están
proyectando desde las bancadas de izquierda, sea Frente Amplio, sea Nuevo Perú.
Como está siendo planteada –dentro
de un contexto que tiende a la suspicacia y a la desaprobación– la vacancia por
sí sola no ofrece un escenario ni un rumbo que pueda garantizar transparencia
en la lucha contra la corrupción ni el recurso necesario para recuperar la
confianza de los ciudadanos. Sin fuerza electoral consistente, sin cuadros ni
dirigencias renovadas ni formas de experimentación y creación crítica, el
panorama para la izquierda no se encuentra claro y la vacancia, en esta línea,
no tiene firme sentido lógico ni político.
No se trata de alimentar la
euforia de masas: no es pan y circo. Es acción sostenida, constancia,
confianza, seguridad sin el tufillo autoritario o como bien comentó hace poco uno de los dirigentes de Podemos:
“Yo pienso que lo más radical del evento
revolucionario no es, en la metáfora clásica, asaltar durante la noche el
Palacio de Invierno, sino cuando al día siguiente los bolcheviques sean capaces
de garantizar el orden público”.
La derecha ha
demostrado gobernar a espaldas de los peruanos y de forma amenazante. La
izquierda necesita ser opción y por eso no puede seguir enfrascada en la agenda
que los enemigos políticos sigan imponiendo o manipulando. Se necesita una
izquierda activa, con visión de poder y para ello, recuperar el sentido crítico
es vital. El momento de crisis es un momento de oportunidad y ésta será para
aquellos que sean capaces de pensar fuera de la pecera, pero con la suficiente
pertinencia y capacidad como para no alejarse de ella.
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