Empiezan a calentar lo motores preelectorales. Y como de costumbre, el establishment político tiende a cerrar
espacios a cualquier asomo de opción que pueda siquiera sugerir un desvío en
las maneras en que se maneja el país. Esto es más sonoro desde las voces de
derecha anticomunista (y antiliberal, como bien señala el periodista Tafur). La
paradoja respecto a la cerrazón, es que al menos un tercio de la ciudadanía
vota consistentemente por cambios que no llegan y cuyos probables rostros
electorales no terminan de conocerse.
Quienes sentencian que no se puede permitir una reorientación del modelo
peruano –menos aún un acercamiento a las vías argentina, o ecuatoriana, ni qué
decir de Bolivia– no son capaces de percibir que las próximas elecciones
coincidirán con el fin del viraje a la izquierda que dominó América Latina en
la última década. No hay para ellos ninguna lección de estos modelos respecto a
los vaivenes de la calidad democrática, los logros en redistribución, la
soberanía en sectores estratégicos o los debates abiertos sobre la estructura
productiva nacional.
Ya en el ambiente local, no son pocos los que creen que Keiko Fujimori
tiene la elección ganada o que las opciones de PPK, lo hacen tan favorito para
ellos como el crack Liberal en
Monterrico. Y no ha faltado quien vaticine el triunfo de Alan García en primera vuelta. Casi que quisieran
olvidar que un importante número de electores cree en la veracidad de las
acusaciones contra los candidatos presidenciales mejor ubicados en las
encuestas. Buena parte de ellos terminarían por resignarse a elegir entre el
pésimo y la peor, como hacen notar algunos analistas.
En tanto, los
varios conglomerados políticos del progresismo y la izquierda evalúan
mutuamente sus movimientos en función de definir en qué condiciones de
acercamiento y con qué carta se presentarán al electorado el año que viene.
Aunque sin superar el tono «liquidacionista» y la vocación por el fuego amigo,
se discute vivamente la formación de candidaturas, el problema de las
decisiones «de cúpula» y el sentido de la democracia interna, debates que ya
quisiera tener nuestra repetitiva y cerrada derecha nacional.
En particular, han
llamado la atención los procesos internos del Frente Amplio, que han pasado de
los corrillos de izquierda a la prensa nacional a partir de la decisión de la
joven congresista ex nacionalista Verónika Mendoza, sobre cuyos hombros pesarán
varias obsesiones de la política local: la renovación generacional y de
discurso en la izquierda, la participación política de la mujer y la
continuidad de las propuestas de la derrotada «Gran Transformación». En esta línea, aunque desde otra agrupación,
se mantiene expectante otro ex nacionalista, como Sergio Tejada.
En otra esquina y
con un involuntario perfil bajo, Yehude Simon ha anunciado su «paso al costado»
como carta del frente «Únete», quizá consciente del desgaste y del poco impacto
de su movida hacia la izquierda, espacio para el que resultaría menos conflictivo
discutir acercamientos y hasta planchas con marcas regionales importantes, como
César Villanueva de Nueva Amazonía o, números más abajo, Vladimir Cerrón en el centro del país.
El reto es importante y las frustraciones nacionales son una enorme
montaña que cada vez más se asemeja a las de nuestros Andes. Ante ello el
desafío de construir confianza y encontrar mecanismos para lograr la unidad en vez de las típicas negociaciones bajo la mesa (como ya lo sugieren analistas comoSantiago Pedraglio) serán la llave que se
necesita para abrir el escenario electoral, esta vez como una realidad al
servicio del pueblo. Una elección primaria sirve no solo para dilucidar
preferencias internas, sino que es, también, un gran acto de movilización y
propaganda política. Sin duda, un estimulante desafío en medio de un panorama
hoy sombrío, corrupto y paralizante. Se trata de llegar a octubre y noviembre
crujiendo, pero sin romperse.
desco Opina / 21 de agosto de
2015
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