La política peruana de estos
días evidencia una vez más la falta de iniciativa de los representantes
elegidos por reafirmar su legitimidad como actores ante la ciudadanía que los
eligió. Al iniciarse ya la etapa final de este gobierno, más allá de las
cantadas candidaturas presidenciales al 2016 de Keiko Fujimori, Pedro Pablo
Kuczynski y tal vez Alan García y Alejandro Toledo, las demás son
especulaciones menores que barajan nombres como el del exministro del Interior,
Daniel Urresti, y varios autoproclamados outsiders.
Al gobierno, más que conseguir
aires para cualquier nueva iniciativa en este proceso lo que le corresponde es
organizar su retirada, es decir tratar de amarrar una salida lo más segura posible que le permita al nacionalismo defender a sus líderes ante lo que pueda traer el nuevo gobierno y la nueva
correlación de fuerzas políticas que se instale en el país en julio del próximo
año.
El escenario
parlamentario, visto desde los intereses de los «candidatos del 2016» interesa más,
en métodos prácticos, para bosquejar los términos de lo que será el presupuesto
que se formule para el próximo año, de manera tal que les permita más adelante
proceder a un manejo y reorientación acorde a sus intereses específicos. En lo
grueso, las principales opciones para la casi totalidad de los parlamentarios de
hoy solamente se diferencian en matices en cuanto al manejo macroeconómico, pero pueden saltar algunas diferencias mayores si se profundiza en el análisis sectorial.
Lo demás será tratar de hacer populismo pensando en su continuidad como
congresistas.
La crisis de los
partidos y su visión nacional es difícil y debe alarmar no solamente a sus
propios seguidores, sino a todos los que creemos en el sistema democrático y lo
patrocinamos. Esto es particularmente evidente entre quienes constituyen ese tercio del electorado que normalmente se sitúa a la izquierda del espectro político y que hoy aparece tan fraccionado como lo ha acostumbrado en los últimos 25 años, para no remontarnos más atrás,
marcado por condiciones sumamente «limeñas» de sus cabezas o pequeños líderes.
La izquierda se sigue debatiendo entre la necesidad de organizarse para
construir un instrumento de lucha política o desarrollar un espacio de organización
y representación.
Si bien en estas semanas
se perciben distintos intentos de un lento proceso de recomposición, es claro también
que el sector más progresista de la ciudadanía demanda, dentro de su pasividad,
se logre organizar «algo» que de alguna manera pueda aparecer como una opción
atractiva para atender la necesidad de una representación política, con
criterios más o menos institucionales. La mayoría de quienes hoy se presentan
ante la opinión pública, más que movimientos o iniciativas, son barruntos que
no se están acomodando dentro de la institucionalidad con bases y estrategias
sólidas y miran hacia adentro de sus historias, y no hacia las mayorías
nacionales y sus requerimientos de representación y liderazgo.
La convocatoria al paro nacional del 9 de julio puede convertirse en una interesante oportunidad para darle un sentido común a este proceso cada vez más centrado en las elecciones nacionales del 2016. Y es que será,
una vez más, un momento que aglutine una larga lista de reivindicaciones,
quejas, protestas y demandas de múltiples grupos y organizaciones sociales, de
trabajadores, mujeres, jóvenes, intelectuales y otros que no se sienten
representados por los candidatos del orden neoliberal. Pero también es claro
que el paro nacional no resuelve los problemas de organización de las
agrupaciones de izquierda o de quienes «militantemente» votan por el cambio o en contra del modelo neoliberal que se nos ha impuesto en medio de condiciones muy
agresivas desde la derecha económica y el manejo mediático de grupos como El
Comercio.
Esto lleva a una
imperiosa necesidad de redefinición de cómo se entiende la participación
política, la representación social y la concertación de intereses comunes de
amplio giro, que lamentablemente no va a surgir desde dentro de los partidos
políticos que demostraron tener representación nacional hasta no hace mucho y
que han perdido vigencia. La organización y modernización de la izquierda
probablemente llegue desde fuera y no de la competencia desgastante de pequeños
grupos brindando un espectáculo poco alentador. Ojala el proceso mismo del paro
nacional sea una oportunidad para entender qué esperan las mayorías nacionales
y cómo sintonizar con sus demandas de representación política, sin caer en la
ilusión de los años 80 de creer que un paro contundente podía reflejarse
automáticamente en resultados electorales exitosos.
desco Opina / 19 de junio de
2015
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