En líneas generales, el primer mensaje a la Nación del presidente Humala parece haber sido bien recibido. Apaciguó a tirios y troyanos, con un discurso centrado más en la expresión de una voluntad de querer hacer algo, desplazando para más adelante algunas decisiones cruciales sobre cómo hacerlo y con quién hacerlo. De esta manera, habría que esperar la presentación del Gabinete ministerial para tener mayores precisiones al respecto.
Sin embargo, algo podría adelantarse respecto a lo dicho y, sobre todo, a los implícitos y silencios que contuvo el referido discurso. Una primera cuestión, adjetiva, fue la referencia presidencial a la fenecida Constitución de 1979 que, al parecer, devino en el aspecto sustancial de lo sucedido en el Congreso el 28 de julio si, para el caso, nos remitimos a la abundante cobertura que le dedicaron los medios de comunicación.
El gesto, en el mejor de los casos, simbolizó una aspiración pero no un derrotero, al menos en el corto plazo. La confirmación de esto último fue lo emitido a continuación por el presidente de la República. En efecto, lo manifestado no exigía, ni por asomo, la necesidad de reformas constitucionales. Más aun, si así fuere, como aconteció durante la transición de 2000-2001, estos cambios no tendrían que suponer cuestionamientos a asuntos sustantivos.
Pero, y allí está el detalle, las abundantes metáforas que adornaron las palabras del presidente Humala, podrían estar planteando tenuemente el probable campo de lucha política que, dado el momento, derivaría en el decantamiento de un Gabinete ministerial que ha intentado reunir a dios y el diablo en la misma mesa.
Entre las frases reiteradas por el presidente Humala estuvieron “más Estado”, “inclusión social” y, de vez en cuando, la propuesta de un “nuevo contrato social”. Todas ellas son equívocas y su instrumentalización dependerá fundamentalmente de las traducciones que les dará el gobierno. A su vez, esta operación está sujeta a cómo vayan evolucionando las contradicciones que surgirán entre los ministros de Estado, pero también a las maneras en las que empezarán a configurarse las relaciones entre el Presidente de la República y los empresarios, las vinculaciones con los gobiernos regionales y locales, así como las formas de concertación y participación que alcancen a la sociedad. Así, en el camino, iremos conociendo las maneras concretas en las que el nuevo gobierno entiende estas referencias.
Sobre lo demás, el discurso del presidente Humala no salió de los marcos habituales que han caracterizado estas ocasiones. En suma, bosquejos de lo que serían algunos lineamientos de políticas sectoriales, sin correr el riesgo de imponerse acotamientos como plazos, metas y resultados a conseguir, salvo en el caso del sueldo mínimo. Y, como también es habitual, los comentarios subsiguientes se centraron en lo que abundó y en lo que dejó de referir, todo ello de acuerdo a las preferencias temáticas del comentarista de ocasión.
Presentadas las cosas de esa manera, el presidente Humala pudo haber desperdiciado una buena oportunidad para marcar diferencias formales con el pasado. Por ejemplo, si a sus invocaciones de “más Estado” le hubiera agregado “Estado eficiente” y de éste derivaba la necesidad de reformar el aparato público, para articular de mejor manera sus diversos sectores y niveles, garantizando con ello resultados en la lucha contra la corrupción y los servicios públicos, hubiéramos tenido mayores certezas y, posiblemente, evitado olvidos flagrantes como la salud, vivienda o descentralización.
En suma, el escenario sigue abierto y las pugnas continuarán, proyectando un escenario políticamente muy intenso. En ese sentido, el espacio público-estatal ha devenido en la arena principal y su fisonomía dependerá de las maneras como vayan definiéndose las diversas posiciones que anida el instalado gobierno.
desco Opina / 5 de agosto de 2011
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