Finaliza el 2008 y la popularidad del Presidente de la República ha remontado el constante deterioro que marcó en los meses previos, aun cuando ésta sea sumamente baja en algunas regiones, como ocurre con el sur del país. La combinación de un buen aprovechamiento mediático del foro de la APEC, con la rápida y eficaz salida que dio a la crisis suscitada por la revelación de los petroaudios, al menos momentáneamente, y el tratamiento benigno que le depara parte de los medios de comunicación más importantes, ha tenido los resultados que ahora se muestran.
Sin embargo, este cierre de año para García puede ser tomado como un buen y necesario respiro, indispensable para sortear la serie de problemas, que parecen esperar sólo la finalización del ambiente festivo para manifestarse con intensidad. En ese sentido, resaltan las dudas sobre el alcance que tendrán las recientemente anunciadas medidas para paliar los efectos de la crisis financiera internacional.
Por lo pronto, el freno al crecimiento ya está dando sus señales con las restricciones en las inversiones y su secuela de desempleo. Asimismo, el impulso que quiere dársele a la inversión pública puede volver a poner sobre el tapete la siempre alta sospecha sobre actos de corrupción que genera el gobierno aprista, pues esta decisión parece conllevar el deseo de relajar los controles mínimos exigidos –bajo el argumento de la urgencia– a lo que se agrega el ambiente enrarecido que está rodeando la elección del nuevo Contralor de la República.
Un ejemplo de lo anterior es lo poco convincente que resultan los argumentos esgrimidos para licitar terrenos del Estado, con la finalidad de usarlo en la construcción de viviendas. A lo sucedido con el aeródromo de Collique, tenemos ahora lo del Pentagonito. En esa línea, ¿vendrán otros casos?
El problema es que estas situaciones no son circunstanciales y revelan fallas sistémicas. La falta de transparencia, la actividad de oscuros lobbistas en los altos niveles de gobierno y la primacía de intereses privados en las cuestiones públicas, entre otros asuntos, no son materias que se reducen a algunos casos sino parecen responder a una manera habitual como el Estado ha entablado sus relaciones con el poder económico desde siempre.
Por otro lado, entre los asuntos que debe enfrentar el Ejecutivo en los meses venideros está la conflictividad social. Cada vez más compleja y virulenta, el equivocado enfoque del gobierno –responder cuando el conflicto ya se ha producido, para evitar daños mayores– puede tener, en el mejor de los casos, visos de pragmatismo pero definitivamente corroe desde sus bases mismas la escasa legitimidad del sistema político.
En ambos casos, lucha contra la corrupción y conflictividad social, se suponía un protagonismo central del primer ministro Yehude Simon. Sin embargo, pareciera que su figura viene siendo empequeñecida por la exposición mediática del presidente García. Esto podría interpretarse en función a las capacidades histriónicas del mandatario, pero parece que el síntoma revela otras cuestiones.
Es evidente que Simon asumió sus funciones sin tener en cuenta lo indispensable que es tener equipos de asesores propios. Asimismo, mas allá de la voluntad que declaró y de la que nadie tiene dudas, pareciera que muchos de los complicados asuntos de gobierno no le son tan fáciles de manejar. Todo ello está haciendo que el Premier no se maneje con soltura, ante una desbordante personalidad como la del Presidente de la República.
En todo caso, pasados los rezagos de las fiestas, parece que la vuelta a la realidad tomará la forma de un ardiente verano, sin que se sepa cómo le podrá ir al gobierno con tantos flancos débiles que quedan a la vista.
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