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La fragmentación en curso

 

No debemos repetir el error de mirarnos sólo en la coyuntura peruana. La historia nos marca desigualdades y exclusiones de larga duración, así como las rutas de nuestras tradiciones de los últimos 50 años que nos han llevado a tener la sociedad que ahora se expresa cerrada en su fragmentación y muy pobre cultura política. La necesidad del cambio está fuera de discusión, el debate es sobre el tipo de cambio que se pretende.

La distancia de la gente de la política y la aparente tolerancia de una situación insostenible, es por enojo, decepción y frustración con los actores políticos que actúan en función a sus intereses y no al interés común. También por un peligroso proceso de fragmentación, segmentación y alejamiento social que se retroalimenta por varias razones.

Nosotros, y muchas de las personas con las que interactuamos, aspiramos a que los cambios por venir sean de apertura e institucionalización de acuerdos sociales sobre calidad de vida y gestión participativa de los bienes y servicios comunes que requerimos los peruanos y peruanas. Otras posiciones aspiran a la instauración de distintos tipos de orden que se anuncian como autoritarios y poco democráticos en medio de un mundo globalizado que se muestra cada vez más agresivo.

En este escenario se ha agudizado el fuerte vaciamiento de audiencia de los medios nacionales de comunicación, lo que se expresa en su reemplazo por radios locales, canales de cable regionales y redes sociales que se asientan en esos mismos espacios y se cierran.

Muchos de los mensajes nacionales solo refuerzan las ideas previas de los ciudadanos y favorecen el incremento de la fragmentación en la comprensión de la realidad social, económica y cultural que vivimos. No hay lideres relevantes con visión de país ni tampoco con la voluntad de construir referentes comunes. Un buen ejemplo de ello han sido las elecciones recientes: una competencia entre muchas minorías, en las que aparecen ganadores que no alcanzan a ser ni la cuarta parte del electorado de su circunscripción.

Esta desintegración, alentada además por el abandono creciente de los espacios que priorizan lo común, agrava y profundiza la desconexión y la fragmentación de la oferta política nacional. No por gusto el Perú aparece con Haití, desde hace más de una década, entre los países con la mayor desconfianza interpersonal.

¿Cómo integrar a los peruanos?

Si no somos capaces de establecer referentes comunes institucionales y culturales que alimenten la confianza interpersonal entre más de treinta y tres millones de peruanos, nuestra desgracia seguirá siendo la fuerte cultura maniquea de intolerancia que aparece predominante a diario, en medio de discursos embrolladores de políticos a quienes casi nadie respeta.

Lamentablemente, la historia del país nos muestra cómo la corrupción y la impunidad acompañan siempre la gestión pública. La captura del Estado ha sido el resultado de la subordinación mayoritaria a las élites que se han sucedido en los últimos cuarenta años, así como a la tecnocracia dorada que las ha sustentado. Ambas han construido el Estado y buena parte de la organización de la sociedad que tenemos. Lo han hecho desde la puesta en marcha de políticas públicas que los benefician, ante la impotencia de una ciudadanía poco movilizada y articulada ante la depredación ocurrida durante el gobierno de Fujimori. E incluso desde la captura del Poder Judicial y el Ministerio Público por el APRA durante el primer gobierno de García.

Más allá de justificadas razones para explicar parcialmente el inmovilismo, hay también una responsabilidad ciudadana por la falta de respuestas. La democracia supone mecanismos de tolerancia mínima, convenciones y acuerdos de mutua convivencia. Requerimos construir un nosotros nuevo que abra espacios y coloque en la agenda nacional intereses que favorezcan el reagrupamiento ciudadano en espacios comunes en lo político, lo socio económico y cultural.

En la confrontación desgastante se continúa debilitando la institucionalidad de los poderes Ejecutivo y Legislativo, que ya compromete peligrosamente en el debate político abierto o soterrado a la Fiscalía de la Nación, al Poder Judicial y al Tribunal de Garantías Constitucionales del Perú. No hay interés de evitar la corrupción, lo que se quiere desde la oposición y la mayoría en el Congreso es sacar a Castillo y nada más.

La falta de líderes confiables para cualquier recambio trasluce el deterioro creciente de la sociedad peruana y demanda la urgencia de aglutinar a los sectores populares y medios para reconstruir la política, abriéndola hacia mejores niveles de legitimidad y confianza. Por ahora, una nueva Constitución no va a resolver las cosas; tampoco la sola propuesta de una radical reforma política. Es indispensable imaginar nuevas formas de acción colectiva o de sociedad civil y así evitar la redundancia en un Estado al servicio de la república empresarial y de un Congreso cuya única obsesión es la aritmética de los votos que cuentan uno a uno para lograr la vacancia, sin aceptar que son parte del problema y no de la solución.

 

desco Opina / 21 de octubre de 2022

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