Las principales encuestas que se difundieron el fin de semana, IEP e IPSOS, aunque con números algo distintos, muestran las tendencias principales de la tensa y polarizada segunda vuelta electoral que estamos viviendo. Mientras la candidatura de Pedro Castillo parece estancada o cayendo lentamente, la de Keiko Fujimori acorta la significativa diferencia que existía inmediatamente después de la primera vuelta, aunque no a la velocidad con la que ella, los principales grupos empresariales y la mayoría de medios de comunicación quisieran. Castillo gana cómodamente en el interior del país, tanto en el medio urbano como largamente en el rural, mientras la candidata naranja lo hace fácilmente en Lima y se acerca, si no encabeza ajustadamente la intención de voto en el norte. A nivel de estratos socioeconómicos, aunque cayendo ligeramente, Castillo tiene el apoyo de los estratos D y E frente a la señora K que cierra con los sectores A y B, mientras el C continúa en disputa abierta. Poco muy nuevo en realidad, porque se trata de un escenario similar al del 2006. El cambio parece ser apenas de figuritas: el profesor reemplaza al comandante y la señora ocupa el lugar de García. Lo significativo, sí, es el crecimiento naranja entre los jóvenes de 18 a 25 años.
Como es obvio, quince años después, la polarización que existiera entonces, sostenida como siempre y como es más visible en todo el mundo en ideologías y estereotipos, se ha profundizado e instalado, como lo han hecho las brechas, desencuentros y frustraciones que han caracterizado el tiempo transcurrido. Una polarización que no ayuda al debate y golpea a nuestra ya exánime democracia, como lo indica el que una cuarta parte del electorado no tenga aún su voto definido o no se anime a hacerlo público, en un ambiente en el que la mayoría de los medios de comunicación de masas y buena parte de las redes sociales han devenido en tóxicos. De allí que el 59% de los encuestados por IEP percibe que los medios están ofreciendo una cobertura desbalanceada y 79% de ellos se dan cuenta que buena parte de los medios ha recuperado los uniformes y el tono de la prensa chicha de los noventa.
Así las cosas, la segunda vuelta ha dejado de lado el ineludible debate de cómo enfrentar la pandemia y la situación sanitaria del país y sus efectos económicos y laborales, por señalar apenas las dos primeras urgencias que deberá enfrentar el futuro gobierno, cualquiera que fuere. El centro de la disputa que se quiere imponer es la que opone comunismo y democracia, como si el primero fuera realmente un riesgo que corre el país y la segunda estuviera en estas tierras llena de contenido y atenta a las necesidades de la gente.
Como es obvio, los candidatos aportan a este escenario con su perfil y sus errores. Pedro Castillo es un dirigente sindical que llega a la segunda vuelta ayudado por la facilidad con la que la gente puede identificarse con él y lo que representa, auspiciado por un partido de la izquierda de los sesenta del siglo pasado, mientras Keiko Fujimori era la peor candidata de la derecha, en dura disputa con López Aliaga. El primero se durmió en sus laureles, convencido que podía ganar las elecciones con el mismo tono y registro que usó en la primera vuelta; la segunda apostó por la ideologización de la campaña –la combinación de terruqueo, anticomunismo y promesas de reparto– dejando de lado el discurso tradicionalmente tecnocrático de la derecha.
Mientras el primero no logra resolver sus distancias con la agrupación que lo cobija, ha tenido dificultad y lentitud para precisar sus principales medidas de gobierno y no consigue aún mostrar cabalmente su equipo técnico, no obstante la voluntad y disposición de distintos actores de colaborar con él y su campaña; la señora Fujimori parece creer que el futuro es el tiempo de la restauración, insiste en negar las esterilizaciones forzadas denominándolas planificación familiar y como muestra de su talante democrático y su amplitud de criterio, exhibe en su renovado equipo técnico a personajes como Francisco Tudela, Eugenio D’Medina y el militar retirado Oscar Valdés.
Con tales candidatos, entender el estancamiento de uno y el crecimiento de la otra, más allá de la campaña de miedo desatada, obliga a mirar a medios de comunicación y empresarios, que mayoritariamente golpean al cajamarquino con fuerza. Que lo hagan, informen y opinen sobre sus errores, sus defectos y todo lo de discutible que puede haber en su campaña no es problema; sí lo es que no usen la misma vara para medir a Fujimori y su séquito, que se preocupen legítimamente por declaraciones desde el círculo de Castillo sobre su intención de permanencia en el gobierno y escondan las infelices declaraciones de López Aliaga llamando a la muerte de Castillo.
Más allá de quien sea el vencedor el 6 de junio, lo preocupante es la polarización instalada. Tras los resultados, el país estará profundamente dividido en dos y los indicios de violencia que ya asoman, formalmente negados y rechazados por ambas partes, ojalá no, pueden multiplicarse y crecer. Estamos jugando con fuego. Como sociedad, nuestra obligación es rechazar y condenar toda forma de violencia venga de donde venga y mantenernos vigilantes en un escenario que será cuesta arriba, más aún en medio de una pandemia que parece lejos de terminar y en un país fuertemente dividido, pero que mayoritariamente, como lo muestran también las encuestas con las que empezamos, demanda cambios y no conservación.
desco Opina / 21 de mayo de 2021
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