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Entre la incertidumbre, el temor y la polarización

 

El país inició la semana en modo preocupación y angustia. Los primeros resultados de las elecciones presidenciales del 11 de abril no dejaban mucho espacio para la duda. La segunda vuelta, ratificando las tendencias que mostraron distintas encuestas a lo largo de la última semana, incluso cuando estaba prohibida su difusión, sería entre Pedro Castillo de Perú Libre y Keiko Fujimori de Fuerza Popular, tras tres meses de campaña donde la volatilidad de la intención del voto fue una constante. Los comicios, hay que recordarlo, se llevaron adelante en un contexto de pandemia y enfermedad que luce sin control. En la semana previa a la votación, el gobierno anunció el cambio de su estrategia de vacunación ante el naufragio evidente de la que estaba en curso; más tarde, el 10 de abril se denunciaba la muerte de 12 pacientes en el hospital II de Talara porque el isotanque de oxígeno se quedó vacío, mientras el día previo a la elección se registraron 384 muertos, el número más alto desde que aquella asomara en nuestras tierras.

Así, al total descrédito de la política y los políticos como a la falta de credibilidad del Estado, en esta ocasión se añadió a lo largo del proceso electoral, la cuota de muerte y sufrimiento que atraviesa el país como parte del COVID-19 que desnudó, por si hiciera falta, la precariedad acumulada a lo largo de décadas de nuestro aparato de salud, la incapacidad del Estado y las grandes desigualdades que nos caracterizan como sociedad. Al desinterés y la desconfianza que producía una elección con 18 candidatos presidenciales, los más de ellos desconectados de la gente y sus necesidades, se sumó una campaña altisonante, prácticamente vacía de contenidos y llena de ofertas y anuncios fantasiosos en los que cayeron la mayoría de aspirantes para beneplácito de muchos medios de comunicación, interesados en el rating y la venta, antes que en la información y la promoción del debate.

Con este escenario no sorprende que el ausentismo, 28.30%, fuera el más alto de este siglo, superando por más de 10 puntos al del 2016, no obstante el esfuerzo realizado por la ONPE más allá de errores puntuales como el horario de votación para la población vulnerable, que hay que reconocer, logró sacar adelante el proceso con relativo éxito. Tampoco debe sorprender la suma también alta de votos blancos y nulos (17.5%), lo que hace que más del 45% del padrón expresara su desconfianza en la variopinta oferta electoral y su desconfianza en que desde aquella haya voluntad e interés por cambiar las cosas. Sólo así puede entenderse que la suma de los votos de los candidatos que ocuparon los tres primeros lugares, esté por debajo de ese porcentaje.

Más allá del desconcierto y de las explicaciones parciales que han producido inicialmente los resultados, hay algunos elementos, nuevos y viejos, que conviene señalar. El mapa electoral resultante es muy similar al que se diera el 2006. Lima - Callao y parte importante de la costa moderna votando por el modelo y el mercado, mientras la sierra, desde Cajamarca hasta Puno, haciéndolo por el cambio y por mayor presencia del Estado. García y Humala terminan reemplazados por Fujimori y Castillo en esta ocasión. Si entonces el comandante era la “sorpresa” para los entendidos, ahora parece serlo el profesor.

El fujimorismo, si bien severamente golpeado tras su naufragio los últimos años, apareció en estas elecciones con tres rostros –Keiko, López Aliaga y De Soto– que se fueron diferenciando y distanciando rápidamente a lo largo de la campaña, evidenciando las grandes dificultades de una derecha que compitió más dividida que nunca. Dificultades que le harán más difíciles de lo que se puede creer, la construcción de acuerdos con sus primos hermanos que, a juzgar por su reacción inicial, no encuentran hasta ahora “razones” válidas para ceder con facilidad su espacio. El uno, porque coincide con su conservadurismo, su homofobia y su machismo con varios de los discursos presentes en la candidatura de Perú Libre; el otro, porque su voluntad asesora lo hace impredecible.

El caso de Castillo es tanto o más complejo. A las distintas explicaciones identitarias de su voto, que sin duda son parte de la explicación, hay que añadir que se trata de un candidato que contó con el apoyo movilizado de algunos miles de maestros en todo el país y una campaña más presencial, especialmente en el sur, que siguieron su liderazgo en el conflicto en el gremio magisterial desde la huelga de 2017. A ellos se suma el aparato de Perú Libre, una construcción partidaria de los hermanos Cerrón que tiene una década de actuación, además del “aventón” que le dieron distintos medios de comunicación en su afán de liquidar las posibilidades de Verónika Mendoza, vista a lo largo de la campaña, hasta empezar abril, como el riesgo electoral mayor para la derecha y el modelo. A ello, por cierto, hay que añadir el conservadurismo y desinformación de sectores importantes del mundo popular, especialmente del interior del país y del medio rural. Como parece claro, la relación entre el candidato y la agrupación que lo llevó, será un primer tema de tensión.

A las dificultades y desafíos de ambos candidatos de cara a la segunda vuelta, hay que añadir que tendrán al frente a un Congreso fragmentado en 10 u 11 bancadas, donde en el mejor de los casos Patria Libre tendrá entre 33 y 37 representantes (¿cuántos del partido?, ¿cuántos del candidato?) y Fuerza Popular no más de 25. En un escenario complejo, con dos personajes que entrarán a un nuevo proceso, distinto a la primera vuelta, emergiendo de unos comicios que lo que expresan es desconfianza, descontento y distintos malos humores y temores, es probable que la incertidumbre y las sorpresas se mantengan hasta el final.

Como es evidente, en el corto plazo tendrán que pronunciarse con precisión sobre la vida cotidiana. Adquisición de vacunas, vacunación, oxígeno, atención primaria de la salud, generación de empleo y rutas de reactivación de la economía, están entre las preocupaciones de la gente. En el mundo ideal, ellos y los partidos que han logrado representación en el Congreso debieran construir acuerdos que corresponden al sentido común y no a la ideología. Parece, sin embargo, que será muy difícil, como lo ha sido hasta ahora, que algo así ocurra, lo que nos llevará a más polarización y temor a pesar de algunos parecidos entre ambas candidaturas. O precisamente por ellos.

 

desco Opina / 13 de abril de 2021

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