Tras más de 160 días de confirmación del primer caso de coronavirus que registró Perú, el número de contagios superó ya el medio millón de personas convirtiéndonos en el sexto país con más contagios en el planeta, mientras el número de muertos, tras un nuevo ajuste a los números que formaban parte de un subregistro, ascendió a más de 25 000. Con 12 millones de compatriotas en cuarentena, la letalidad (porcentaje de fallecidos sobre el total de los casos) está ya en 5.05% y tenemos once regiones por encima de ese promedio.
Mientras esa es una de las imágenes del drama que estamos viviendo, en menos de quince días asistimos a la caída del gabinete Cateriano y a la formación de uno nuevo, presidido por el hasta entonces Ministro de Defensa, general Martos. El abrumador voto de confianza obtenido por el segundo –115 votos a favor–, apenas una semana después del rechazo al primero, estaba cantado. A fin de cuentas, el expremier Pedro Cateriano cayó por una combinación de factores que iban más allá de la innegable y condenable acción de un grupo de congresistas interesados en «castigar a Sunedu» y al ministro de Educación por afectar los intereses privados que representan.
No siendo un tema menor, como tampoco lo fue el estilo arrogante y soberbio que mostrara el Premier de ese momento, con ellos confluyeron el malestar del interior del país por la sensación de abandono del gobierno nacional –62 de los parlamentarios provincianos votaron en contra de la aprobación–, las críticas a la minería y más ampliamente el rechazo al modelo de algunas de las bancadas. Intentar negar esa realidad, como lo hizo el mandatario y distintas voces desde el Ejecutivo, tanto como la mayoría de medios de comunicación en un primer momento, apuntaba fundamentalmente a cargar las tintas contra un Congreso fragmentado, desordenado y tan pragmático como el propio Presidente, reemplazando en muchos casos el análisis por los adjetivos.
En este escenario, la confianza lograda por Martos, permite entender mejor la censura anterior. Se trata prácticamente del mismo gabinete, con apenas cuatro cambios; la presentación no expresó nada sustantivamente distinto a lo enunciado por su antecesor –por lo demás ambas presentaciones tienen como camisa de fuerza el discurso presidencial del 28 de julio–, pero alteró pesos y equilibró mejor los énfasis. La «humildad» del tono del Premier en el Congreso contrastó con la «grandilocuencia» que pusiera su antecesor.
Por lo demás, siguiendo el derrotero establecido por el mandatario, la autocrítica estuvo prácticamente ausente y que no la haya indica muy poca voluntad de enmienda, lo que es grave. La carencia de una estrategia clara en materia de salud y saneamiento se hizo evidente, como lo ratifican los números y el virtual colapso de nuestro sistema de salud. Nada sobre la importancia de la salud comunitaria, la atención primaria o los centros de aislamiento, asuntos éstos que tampoco aclaró la ministra de Salud en su intervención. La posterior prolongación de las medidas restrictivas en once regiones, así como el retorno a la inamovilidad los domingos, no aclara mucho el panorama. Como fue obvio también, mucha insistencia en la reactivación económica y muy poca luz sobre los bonos y el apoyo a la gente, a diferencia de lo que ocurre en este mismo campo en otros países de la región.
Así las cosas, la interpelación al ministro Benavides no llegó a censura. La «gesta» Cateriano desgastó a todo el Congreso, que se vio obligado a su propio control de daños y parece haber salvado al titular de Educación, que, sin embargo, tendrá que seguir su peregrinaje ante las Comisiones de Educación y Fiscalización. La ministra de Economía, por su parte, además de citada tiene una moción pendiente de aprobación, a lo que se añaden los distintos proyectos de ley que se presentan como iniciativas de lucha contra la pandemia e involucran recursos fiscales, aunque en realidad, en muchos casos, tienen como norte los votos del 2021. En este escenario, aunque es difícil imaginar una multiplicación de censuras –que sin embargo no pueden descartarse– es de esperar que el Estado se concentre en mejorar su acción contra el coronavirus y entienda que en ese camino debe encontrarse con la sociedad y sus organizaciones para salvar vidas y defender la economía de la gente.
Las diferencias y los factores de enfrentamiento entre el Ejecutivo y el Legislativo se mantendrán mientras va avanzando el calendario electoral y se multiplican las presiones por responder eficientemente al Covid-19, enfrentando con seguridad y transparencia el desafío económico. En este encontronazo, Vizcarra ha mantenido su espacio y siente que el derrotero seguido es el que le conviene para llegar a julio 2021, su meta mayor, si no la única desde que entró al gobierno; parece creer que haber derrotado al fujiaprismo le da suficiente capital para su futuro político en el mediano plazo.
desco Opina / 14 de agosto de 2020
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