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Enfrentando la corrupción a la peruana



Que sucedan situaciones que nos renueven la alerta es, sin duda, bueno. Daba la impresión de que nos estábamos amodorrando con los procesos anticorrupción, en los que asegurábamos no tener otro desenlace que señalar la culpabilidad de los políticos peruanos y los empresarios brasileros que promovieron su corrupción.

La demanda de Odebrecht ante el Centro Internacional de Arreglos de Diferencias Relativas a Inversiones – Ciadi, nos sacude de buena manera. Ni el pan estaba comido como creíamos, ni la derrota eminente de los funcionarios brasileros estaba cerca. Tampoco los fiscales peruanos eran todo lo brillantes que queríamos que fueran.

Ha sido un toque de realidad y es altamente recomendable que sigamos en esa tónica hasta el final, porque está cada vez más claro que aquello que veíamos como revelaciones y juicios a empresas y políticos corruptos es, en buena cuenta, un control de daños en los que las primeras buscan perder lo menos posible, como corresponde a cualquier lógica empresarial que se respete. Sea «tirando dedo» y cambiándose de alias –como dicen y hacen los delincuentes–, sea planteando una estrategia legal internacional cuyos alcances parecen no conocer cabalmente los operadores de la parte demandada –el Estado peruano–.

Los negocios fueron inmensos para la escala nacional. Sin embargo, para Odebrecht solo rozaron cifras interesantes para lo que acostumbraron manejar. Entonces, una primera cuestión a tomar en cuenta es el dimensionamiento de las cosas. Los brasileros hicieron negocios por más de once mil millones de dólares desde 1990 hasta el 2015 y esas cifras, para judicializarlas, exigen no solo conocimiento de los códigos procesales y penales nativos.

También obligan a saber y manejarse profundamente en los ambientes de los negocios internacionales, los mecanismos de financiamiento (en un mundo que, justamente, globaliza las finanzas y estas son cada vez más burbujas y menos contenidos reales) y las enormes posibilidades existentes actualmente para hacer «aparecer y desaparecer» grandes sumas de dinero, virtuales, además. Al respecto, muy interesante resulta a estas alturas constatar el desinflamiento de lo que comprometía los Panama papers (especialmente, lo que corresponde a nuestro país), por donde se condujo el tramo final del caso Julian Assange y lo que revela Cambridge Analytica.

Todo ello advierte, sin más, la suma importancia que tienen los organismos que deben articularnos con el exterior y preguntarnos cuánto afinamiento posee, por ejemplo, la Unidad de Inteligencia Financiera con sus pares de otros países y cuál es la calidad y cantidad de información oportuna que puede estar procesando. Lo mismo podríamos extender a la Contraloría, el sistema judicial y el Ministerio Público.

Pero, lo fundamental es que los hechos han evidenciado por sí solos que enfrentar la corrupción, además de voluntad que alimenta votos, exige acciones que trasciende lo que pueda hacer el trabajo de un grupo de fiscales y jueces. En otras palabras, «apoyar la excelente labor del equipo especial de la Fiscalía», no puede ser sinónimo de una estrategia clara y con metas precisas.

En esa línea, en lugar de exponer al Premier, a quien lo único que puede ocurrírsele decir es que no tranza con los corruptos, haciendo gala de un manejo político digno de un dirigente escolar, o que le siga en orden de méritos nada menos que el ministro de Agricultura; ¿no hubiera sido adecuado que el Ejecutivo presente al ministro de Relaciones Exteriores, acompañado de la ministra de Justicia, a decirnos qué es lo que implica el amago de demanda que hace Odebrecht ante el Ciadi y qué es lo que vamos a hacer?

Así es. El mismo responsable de una cartera que hasta el momento su única preocupación ha sido ser explícitamente agradable a un gobierno como el de Trump, que si bien escapó al impeachment, ha dejado prístinamente clara su conducta corrupta, no solo con lo que atañe a Ucrania, sino como un factor indisoluble a su persona.

Los fiscales peruanos han hecho lo que han podido. No es poco, aunque tampoco es suficiente. Pero, no todo dependerá de ellos si los brasileros deciden escalar esta situación, como parecen amenazar.


 desco Opina / 14 de febrero de 2020

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