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Sin un día siguiente

 

En Perú el escenario de contienda de poderes, entre el Ejecutivo y el Legislativo, parece llevar a un encontronazo final, en un combate en el que solo cabría vencer o morir en el intento. En torno a él, los analistas de todo tipo, gusto y condición se explayan explicando si tal o cual medida es democrática o no, si es viable, legal o inconstitucional, si cuenta con el respaldo de la ciudadanía o de los medios. Así, se abre un abanico enorme, que no es para refrescar un verano caliente que ya se aproxima.

En simultáneo, el cansancio y un hartazgo enorme envuelven a la ciudadanía. Si el Congreso inhabilitara al presidente Castillo, casi el 90% de los entrevistados en todo el país considera que entonces se convoque a elecciones generales. La aprobación del Congreso apenas si bordea los dos dígitos y si bien el Presidente casi la duplica, una contundente mayoría reitera la desaprobación del desempeño de quienes combaten infructuosos a diario y no gobiernan ni legislan para el país. La crecida de la indignación ciudadana, provocando que ésta se desborde y acabe como un desmadre, siempre es una posibilidad, aunque probablemente no en las actuales circunstancias en las que el fin de año convoca a personas e instituciones a balances y evaluaciones más íntimas que colectivas, por lo que no parece ser el mejor momento subjetivo.

La estrategia de enfrentamiento permanente, como se ha visto, no ha llevado a una confrontación final. Es una manera de sobrevivir en la que un giro hacia la distención dejaría ver los problemas que se han ido acumulado para uno y para otro. Es la turbulencia lo que permite la sobrevivencia de Castillo y es el desorden del Congreso el que permite que se regodeen en una oposición que a nada conduce, sea éste leal o no a la interpretación de su rol fiscalizador.

No hay forma de solucionar las cosas desde dentro. No pasa nada, pero no porque no pueda pasar –mientras los actores buscan danzar al borde del precipicio– sino porque la desesperación por hacerse del poder sin pasar por elecciones y sin legitimidad, no trae un día después de estabilidad y dirección hacia destinos mejores.

El escenario de la vacancia es posible pero no es el más probable. Siempre hay un espacio para que las aguas salgan de su curso. Si se dan los votos no es sostenible un gobierno de la vicepresidenta Dina Boluarte. ¿Cuál es la estrategia del Congreso para hacer esto, cuando saben que –antes y ahora– casi nadie los quiere en todo el país y ellos mismos no podrían sostenerse hasta el término de su mandato en julio del año 2026?  Son gemelos siameses inseparables: si uno muere ambos fallecen.

En un ejercicio de «balas de plata» si el gobierno provocara la censura del Gabinete de Bettsy Chávez y cierre del Congreso, la gran mayoría de la ciudadanía, sin duda, lo aprobaría. Nadie los quiere y las lágrimas por su partida se secarían muy pronto en el desierto de su olvido. Una medida así llevaría sin dificultad a que la popularidad del gobierno pueda pegar un salto, como ya ocurrió con Fujimori de una manera y con Vizcarra de otra. Podría subir en su aprobación inmediata, pero no hay argumentos para que se sostenga. Hay un gobierno que no manda ni sirve a las necesidades y prioridades del país. ¿Gobernaría mejor, superaría su pésima gestión?

Cuidando sus espaldas, el Congreso de la República ha presentado ante el Tribunal Constitucional una demanda competencial por el ejercicio de la cuestión de confianza. Se ampara en la decisión previa del TC de no observar la ley que restringe el referéndum, cuya revisión es el «argumento» del Ejecutivo para buscar la confianza.

Toca al TC precisar si le corresponde al Gobierno interpretar la decisión del Parlamento respecto al pedido del gabinete Torres, que fue considerada por el presidente como un “rehusamiento expreso de la confianza”. Al mismo tiempo en el Parlamento van por una tercera moción de vacancia del Presidente que podría tener viabilidad y alcanzar los votos rebuscando en el fondo de algunas curules.

Al «día siguiente» ya no habría a quién «echarle la culpa» en un campo de confrontación en el que se alimentaran los silencios profundos (en los que en realidad incurren) detrás de sus bravatas los políticos que elegimos el año 2021 y que quieren quedarse hasta el 2026.

 

desco Opina / 2 de diciembre de 2022

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