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Una espiral de mínimos de legitimidad

 

La censura a la Presidenta del Congreso, Lady Camones, por los audios con César Acuña el último lunes 5 de setiembre, contó con votos de la propia derecha más extrema en el Congreso de la República. Retirarla del cargo ha sido un duro golpe a la oposición al gobierno, al reconocimiento del Poder Legislativo y de sus autoridades como legítimos representantes de la ciudadanía nacional.

Al gobierno le ha permitido, si no pasar a la ofensiva en el enfrentamiento de ambos poderes, al menos debilitar aún más la legitimidad de la representación política parlamentaria. En la espiral de descrédito de la política peruana, el caso Lady C. ha afectado aún más al Congreso que, ante los escándalos que allí se desatan, parece prescindible para más ciudadanos que dejaron de creer en la importancia de la institucionalidad.

En un país copado por la informalidad y la improvisación tan pobres niveles de eficiencia y de mediocridad en el desempeño de los roles políticos no tienen por qué sorprender.

Transcurrido casi año y medio de la elección del Presidente Castillo, la inestabilidad política es de las más persistentes en nuestra historia republicana. Se sabe bien que semanas antes de que asumiera la presidencia ya era objeto de ataques que apuntaban a evitar que ocupara el cargo y que luego fueron sucedidos por la búsqueda de su vacancia. El enfrentamiento ha llevado a una espiral de judicialización extrema de la política, donde la agenda de los temas diarios del debate entre los poderes del Estado son las investigaciones penales, la intervención recurrente de las fiscalías y de la policía. La prensa nacional en nada ha contribuido a enrumbar el debate; al contrario, ha llevado la política al nivel del espectáculo más banal y a enriquecer sus páginas amarillas.

No se discuten ideas, planes o proyectos de desarrollo nacional. El periodismo de los grandes medios solo está en el juego de levantar las noticias sobre investigaciones penales y se adelanta a sentenciar a diversos personajes. Antes, sólo personajes del gobierno vilipendiado; con los nuevos escándalos, no les queda alternativa, también de la oposición en el Legislativo, incluyendo una acusación de violación. A cambio del show se ha reducido notablemente el espacio de la noticia, así como el análisis y las propuestas para levantar el diálogo nacional de manera inteligente y confiable.

Nuestra historia, cargada de autoritarismo y exclusión, principalmente por lo que fueron los tiempos de levantamientos militares y el manejo oligárquico del poder, no permitió el florecimiento de espacios para afirmar la participación de las mayorías nacionales. Especialmente las indígenas y campesinas, ignoradas por una burguesía muy extraviada, sin conciencia nacional, fuertemente extranjerizante y siempre complaciente con la corrupción. Hoy, los nuevos corruptos y los mediocres son otros. Una fuerte cuota de resignación y conservadurismo, construida dentro de un molde neoliberal, aparentemente le impide a la ciudadanía salir a cambiar el proceso en el que vivimos.

El constante cambio de ministros de este gobierno, la fugacidad de cargos de responsabilidad en nuestro país, desde la renuncia obligada del presidente Kuczynski y las vacancias que siguieron, han destrozado la credibilidad mínima indispensable para funcionar exitosamente como nación.

La voluntad de recortar los gobiernos elegidos, se justifique o no, sin respetar horizontes, plazos de los procedimientos y formalidades legales, aparece como una demanda aceptable para la mayoría de ciudadanos del país. Pero la falta de líderes confiables para cualquier recambio deja ver el deterioro creciente de la sociedad y el extravío cotidiano sin mostrar hasta ahora rutas de escape.

Es indispensable por ello salir de los parámetros en los que nos encierran a diario la judicialización policial de la política de la que parecen vivir los principales medios de comunicación, los funcionarios de alto rango del poder Ejecutivo y los gobiernos regionales, y por cierto, los integrantes desprestigiados del Congreso nacional. Todos ellos, casi sin excepciones, actores políticos carentes de las destrezas mínimas para gobernar democráticamente.

La política en el país dejó de ser, en la práctica, una necesidad colectiva de los ciudadanos para organizarse para tomar decisiones, cumplir objetivos, construir acuerdos y facilitar la vida en sociedad resolviendo los conflictos de manera democrática. Es evidente que requiere refundarse, pero hasta ahora parecen muy lejos esos nuevos actores que nos saquen de las viejas y desprestigiadas formas de la politiquería.

 

desco Opina / 9 de setiembre de 2022

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