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El ajustado triunfo de PPK el 5 de junio pasado, cerró una incertidumbre que, de alguna manera se prolongó varios días, hasta que matemáticamente su victoria fue indiscutible, no obstante el malhumor y cierta altisonancia de los perdedores, que hasta el mismo 5 de junio, estaban seguros de su victoria. El resultado final, en el que hubo un ausentismo próximo al 20%, se explica por la concatenación de cuatro factores: los errores del fujimorismo que fue incapaz de deslindar con las acusaciones de corrupción contra su ex Secretario General, comprometiendo a su cara menos «dura», en el affaire de la manipulación de un audio para salvar a Joaquín Ramírez; un segundo debate, en el que el electo Presidente, aunque con dificultades, se posicionó en defensa de la democracia y la lucha contra la corrupción; la declaración de Verónika Mendoza, anunciando su voto por PPK para defender la democracia, y la significativa movilización social promovida por los distintos colectivos del No a Keiko.
Los desaciertos fujimoristas anularon los esfuerzos de su candidata por distanciarse del pasado más oscuro de su organización, que marcaron la primera vuelta electoral. La perfomance de PPK en la segunda vuelta, mejoró sustantivamente y se posicionó en la polarización democracia-autoritarismo, que se instaló paulatinamente desde la quincena de abril. Ambos factores, combinados con la fuerza de las movilizaciones antifujimoristas en Lima y otras ciudades del país, explican el cambio de la votación en Lima, donde cerca del 6% del electorado abandonó a la candidata naranja, migrando a la opción contraria. La clara y valiente posición de Verónika Mendoza, contribuyó también con un significativo «empujón» en el centro y especialmente en el sur del país.
A la base de los resultados, está la distancia entre las distintas memorias que deberán ser analizadas con calma para entender la polarización fujimorismo-antifujimorismo que se ha instalado en el país los últimos quince años. Las unas, más urbanas y de sectores medios altos, pero también de importantes sectores rurales en el centro y el sur del país, pero también en Cajamarca, ancladas en el recuerdo del autoritarismo, la prepotencia, la corrupción y la inaceptable violación de derechos humanos; las otras, también urbanas pero más populares y pobres, sumadas  a aquellas, significativamente rurales, que encontraron alguna atención del Estado tradicionalmente ausente, en parte de la década del noventa.
Ahora, despejada la incertidumbre sobre el vencedor, se abren las interrogantes sobre el nuevo gobierno en un escenario políticamente difícil. El fujimorismo buscando hacer sentir el peso de sus 73 congresistas, no parece dispuesto a una negociación fácil ni a las buenas maneras, mientras los futuros gobernantes tampoco terminan de estar seguros del terreno que pisan. Las diferencias que se observan en uno y otro bloque, sin embargo, son similares. En el primer caso, el ala dura no esconde su malhumor porque se quedó sin la posibilidad de ningún premio consuelo y las pintas de Kenji 2021 ya aparecieron en distintos lugares. En el segundo, los énfasis y los tonos dependen del vocero, quedando claro que la decisión última es del futuro Presidente y de su entorno más íntimo donde es notorio el peso de Susana de la Puente. De esta manera, el triunfo de la derecha en la primera vuelta, representada por ambos bloques, se empieza a debilitar en este escenario.
Como es obvio, a estas alturas, la preocupación básica de los triunfadores, es como crean las condiciones para construir acuerdos duraderos con distintos sectores, para garantizar la gobernabilidad del país. Necesitan formas de entendimiento con el fujimorismo, que no tienen la importancia crucial que muchos interesados les atribuyen; pero éstas, no pueden ser a cualquier precio, por los altos costos que tendrían de cara a importantes actores sociales y políticos que los llevaron a la casa de Pizarro y con los que han firmado distintos compromisos que tienen que ver con la defensa de la democracia, con la afirmación y garantía de derechos y de formas de inclusión social, así como con distintas demandas territoriales.
El escenario demanda mucha capacidad de diálogo y de construcción de puentes, pero también de operación política en una sola dirección. ¿Tendrá esa capacidad el mundo PPK? Difícil saberlo. Sin desmerecer su talento gerencial y su pragmatismo, el Presidente y su equipo, tendrán que hacer política. Si nos guiamos por su actuación a lo largo de la campaña electoral y por los primeros indicios que vienen dando, todo indica que les costará sangre, sudor y lágrimas, dados los límites de su cohesión interna. Que distintos actores políticos muestren su disposición democrática hacia el nuevo gobierno, incluido el Frente Amplio, no resuelve los problemas, si quienes tienen que aprovechar esa disposición, creen que las cosas se solucionan, incorporándolos a algunos sectores del gobierno.
Los principales voceros de Peruanos por el Kambio, han anunciado ya la presentación de distintas iniciativas legislativas el 28 de julio próximo. Harían bien en ir construyendo consensos alrededor de ellas, con los actores políticos y con la calle. Por la salud del país, deseamos que sea así.

desco Opina / 17 de junio de 2016 
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