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Los resultados de octubre



Los resultados de las elecciones regionales parecen estar despertando distintas luces de alarma entre analistas, medios de comunicación y empresarios. Los mismos que el 2010 querían entusiastamente «descubrir» empresarios entre los vencedores, hoy quieren encontrar «corruptos» y «antisistema», sorprendiéndose del triunfo categórico de Santos, de las votaciones de Aduviri y Michael Martínez o del éxito relativo de Waldo Ríos,  olvidándose «oportunamente» de los casos limeños como el del propio Castañeda o los avatares de San Isidro con sus «votos golondrinos», denunciados por el entorno de la ex candidata Osterling, la que proponía trasladar el colegio emblemático Alfonso Ugarte «porque la mayoría de estudiantes son de otros distritos».
En sentido estricto, las autoridades ya electas y los candidatos que irán a la segunda vuelta, ratifican la debilidad de nuestro sistema de representación cada día más fragmentado, pero también, las pulsiones de una sociedad fuertemente desarticulada y ligada a las dinámicas e historias particulares de sus respectivos territorios, desde donde viven el acontecer nacional. Así, no debe sorprender que algunos de los reales empresarios triunfantes (Amazonas), estén sindicados de vinculación con actividades ilícitas y lavado de activos, mientras otros arbitrariamente sean señalados de antisistémicos (Junín), aunque no existan argumentos razonables para ello.
La victoria deSantos, sorprendente por la alta votación alcanzada, expresa antes el rechazo cajamarquino al gobierno por el que votó el 2011 y al comportamiento reiterado de una empresa determinada, que una posición antiminera o el predominio de una organización partidaria en ese espacio del país. Al otro lado, el también sorprendente porcentaje alcanzado por el candidato Juan Luque en Puno, anuncia la voluntad de evitar la incertidumbre y seguramente la confrontación que habría supuesto una victoria de Aduviri.
En términos generales, salvo alguna excepción, los resultados eran previsibles tras una campaña que tuvo poco de programático y mucho de cuchillero, en la que se logró instalar la desconfianza sobre la mayoría de postulantes, alimentada por indiscutibles casos de corrupción en el interior del país (Ancash y Chiclayo, por señalar los menos polémicos), que ciertamente no son muy distintos a los que uno observa indignado nacionalmente. Es cierto que muchas autoridades del interior están seguramente involucradas en actos de corrupción, pero no olvidemos que ello ocurre en el mismo país que tiene a sus últimos tres presidentes en situación lamentable; el uno, condenado por violación de derechos humanos, los otros dos, sindicados de distintos actos de corrupción.
Aunque en esta ocasión, los denominados partidos nacionales tuvieron por primera vez más listas que las agrupaciones regionales, que son las más de las veces calco y copia de aquellos, no obtuvieron los resultados que esperaban. Apenas si ganan La Libertad y Lambayeque (APP) y mantienen alguna expectativa para la segunda vuelta en otras tres regiones (Ica, Pasco y San Martín). APP, quien sale mejor parado, se ratifica como partido firma a partir de una red clientelista solventada por una universidad, cuyo papel claro ha sido hasta ahora el reducirle el sólido norte al APRA, intentando con éxito limitado avanzar al Centro y al Sur. Tiene autoridades en 16 departamentos y cierta «fuerza» en La Libertad y Lambayeque, pero también en Ancash, Ayacucho y Lima provincias.
Los mayores perdedores son sin ninguna duda el APRA, que no Alan García, el PPC ya enfrascado en una guerra interna, así como las izquierdas. Los primeros apenas ganan una provincia en La Libertad  y 45 distritos en todo el país. Los segundos, casi desaparecen con 7 distritos en Lima y 7 más en todo el país. Las izquierdas, finalmente, siguen viviendo su larga agonía; la suma del MAS, Tierra y Libertad y el Frente Amplio alcanza apenas a una región, 5 provincias y menos de 40 distritos. Como es penosamente obvio, cada uno responsabiliza a los otros.
Así las cosas, nuestra precaria democracia se sigue vaciando de contenido, nuestro sistema de representación se ratifica como un rompecabezas de infinitas fichas que además son intercambiables y la descentralización, que ciertamente tiene múltiples limitaciones y dificultades, se convierte en el chivo expiatorio y en la explicación fácil de todos y cada uno de los problemas del país que tienen en el Estado, las instituciones y los partidos, un vértice que no se quiere ver, mientras siga «facilitando» la gran inversión privada. Por este camino, no nos quejemos más adelante, porque como es obvio, seguimos sembrando tormentas, en el país todo y no solo en el interior.

desco Opina / 10 de octubre de 2014
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