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Segunda vuelta: pasado reciente y futuro imperfecto

Tal como lo adelantaron desde una semana antes las encuestadoras, la primera vuelta electoral, concluyó con la victoria de Ollanta Humala, seguido de Keiko Fujimori. La votación de ambos, que representa poco más de la mitad del electorado, no debió ser una sorpresa para nadie, aunque los seguidores de PPK y Alejandro Toledo mantuvieron hasta el último momento la esperanza de que su candidato llegara a competir con Humala.

En una primera lectura, los votos por Humala y Fujimori expresan con claridad la demanda de más Estado y de políticas que garanticen la inclusión social. En el caso del primero mediante políticas redistributivas; la segunda, como no podía ser de otra manera, a través de los programas asistenciales que marcaron el régimen populista de Alberto Fujimori. Los nacionalistas recogieron también el voto anticorrupción y sacaron partido de contar con el único candidato relativamente distinto en la contienda, por sus propuestas y por no caer en el espectáculo, como lo hicieran todos los demás. Los fujimoristas, recurrieron al «voto duro», ese 20% de peruanos y peruanas, que a pesar de lo vivido siguen creyendo en el sentenciado Alberto Fujimori.

Dado que en la segunda vuelta electoral el punto de partida de cada competidor está dado por su «voto duro»; la disputa se dará alrededor de convencer a un electorado disperso y sobre todo, atemorizado por el escenario futuro por el que tendrá que optar. Como es obvio, la capacidad de endose de quienes perdieron el 10 de abril, es prácticamente inexistente: quienes optaron por ellos, mayoritariamente rechazan a uno de los finalistas, si no a ambos. Así, buena parte del resultado final descansará en la capacidad de cada uno de ellos de convencer a un electorado que se debate entre la incertidumbre del futuro y la sombra de un retorno al pasado.

Ante este reto, ambos candidatos deberán perfilarse mejor comunicando de manera muy concreta cómo realizarán las demandas consagradas en la primera vuelta: qué reformas harán en el funcionamiento del Estado y cómo financiarán la redistribución que ambos ofrecen. En este terreno tendrán que aclarar las propuestas tributarias y las condiciones de explotación de nuestros recursos naturales, dos temas particularmente sensibles en la agenda social de los últimos años. Este examen de fondo se verá atravesado al menos por tres factores de polarización. La afirmación de la democracia y los derechos humanos es el primero; la lucha contra la corrupción, el segundo y los cambios al modelo económico, sin ninguna duda, el tercero.

Ciertamente nada asegura que un eventual gobierno Humala vaya a respetar las instituciones, las formas y los poderes de la democracia, pero la historia nos indica que Alberto Fujimori canceló la democracia mediante un autogolpe, cambió la Constitución, forzó su interpretación auténtica y se eligió tres veces, antes de fugar del país, renunciar por fax y tentar un lugar en el Senado de Japón. La candidata Fujimori pretende gobernar acompañada del staff paterno y dentro de la misma fuerza política, que insiste en la tesis de la inocencia de Fujimori y en la legitimidad de violentar derechos humanos en pro de la pacificación tras el conflicto armado. Nada garantiza tampoco que el nacionalismo enfrente con éxito la corrupción, pero es innegable que la cleptocracia en nuestra historia en el siglo XX tuvo en el régimen de Alberto Fujimori a su principal abanderado.

En lo que hace al modelo económico, a estas alturas es indiscutible que éste requiere de cambios. Así lo sostuvieron todos los candidatos y lo evidenciaron en sus distintas propuestas. Keiko Fujimori es la garantía del menor número posible de reformas, a condición de financiar el asistencialismo al que se ha comprometido y que es en última instancia su factor de legitimación. De otro lado, Humala, así propusiera transformaciones radicales –que no aparecen ni en su plan de gobierno ni en su discurso de campaña– no está en condiciones de hacerlo, entre otras cosas porque no es mayoría en el Congreso ni tiene control de los distintos poderes del Estado.

Más allá de los miedos que puedan azuzarse de un bando y el otro, es claro que mientras el nacionalismo está marcado por los temores que genera desde su surgimiento, Fuerza 2011 está marcada por la historia reciente del gobierno de su mentor, que expectante aguarda el desenlace, tras las rejas de la DINOES.


desco Opina / 15 de abril de 2011


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