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El malhumor presidencial

El Presidente García ha estado en los medios de comunicación los últimos días. Eso no debe ser motivo de sorpresa, tanto por su condición de primer mandatario del país, cuanto por su locuacidad y su afición a aquellos. Lo sorprendente, en esta ocasión, es la razón. Acusado por un ciudadano de una presunta agresión, una cachetada en realidad, su afán por desmentir tardíamente el hecho, lo ha llevado a una seguidilla de declaraciones francamente lamentables.
Todo indica que insultado por la persona en cuestión, hecho de por sí condenable, Alan García reaccionó indignado y sin control, es decir de manera igualmente censurable. Más allá de la deplorable anécdota que ha dado la vuelta al mundo, esperamos que sin poner en peligro el riesgo-país, conviene preguntarse por las tribulaciones de nuestro gobernante.
En principio, tiene razones para estar de mal humor. Inicialmente presionó al aspirante de su partido al mismo cargo, Carlos Roca, a desistir de la postulación para la que había sido elegido, resultado que obtuvo, no sin antes haber sido sutilmente acusado por éste, de auspiciar la polémica candidatura de Alex Kouri, en la práctica el candidato del fujimorismo para Lima. La eliminación de éste por una acertada decisión del Jurado Nacional de Elecciones, en aplicación de la legislación en la materia, lo afectó en un segundo momento.
Posteriormente, ya en descarte, su indisimulada apuesta por la candidatura de Lourdes Flores, la misma aspirante a la que sacó de la segunda vuelta electoral del 2006 acusándola de ser «la candidata de los ricos», terminó finalmente en un nuevo fracaso frente el avance de Susana Villarán y Fuerza Social, que hoy día sólo aguardan que el JNE y la ONPE terminen su tarea para ganar formalmente la alcaldía metropolitana. Violando elementales normas democráticas que lo obligan a la neutralidad, el Presidente insistió en influir en la ciudadanía hasta dos días antes de las elecciones.
Para peor, muchos de quienes han resultado electos presidentes regionales, no son de su agrado y su partido, el APRA, termina entre los más contusos de las elecciones subnacionales. Mantiene el gobierno regional de La Libertad, aunque con susto y sin recuperar Trujillo, mantiene alguna expectativa en la segunda vuelta electoral en Lambayeque y apenas gana un par de distritos en Lima, además de 9 municipalidades provinciales. Obtiene así uno de los peores resultados electorales de su larga historia y la acción presidencial, sin ninguna duda tiene mucho que ver con el mismo.
Pero el Presidente parece no entender. Su indirecta participación en el lanzamiento de la candidatura presidencial de Luis Castañeda y el desmedido reconocimiento a una gestión que tiene varios nudos confusos, no auguran un cambio en su humor. A fin de cuentas, el ex alcalde de Lima será espulgado en plena campaña por la gestión de Fuerza Social, en un plazo corto establecido por su propia candidata –los primeros 50 días de la nueva administración edil– lo que permite suponer un escenario encrespado para los nuevos amigos.
Así las cosas, no podemos olvidar que estábamos advertidos. El Presidente, ya un tiempo atrás, anunció su capacidad y su disposición a impedir el triunfo electoral de quienes considera pueden afectar el futuro que él quiere para el país. Es cierto que el preocupante retraso que se observa en el proceso electoral, en especial de la provincia de Lima, antes que a una voluntad de fraude, responde a cambios en las normas sobre las actas, decididas tardíamente por el JNE en agosto, cuanto a severas fallas de la ONPE; sin embargo, es claro que, aprendiendo la lección, debemos preocuparnos con tiempo y asegurarnos, en primer lugar, de la neutralidad presidencial. Aunque sea clarísimo donde está su corazón.

desco Opina / 15 de octubre de 2010
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